“Los expresidentes son como grandes jarrones chinos en apartamentos pequeños. Se supone que tienen valor y nadie se atreve a tirarlos a la basura, pero en realidad estorban en todas partes”, solía decir el español Felipe González -aunque otros le atribuyen la frase a Eduardo Frei Montalva. Cuando el jarrón chino tiene apenas 40 años, el dilema parece mayor. Demasiado joven para enviarlo a los cuarteles de invierno, demasiado experimentado para considerarlo un igual. Es la pregunta que circula en el entorno del presidente: ¿Qué debe hacer Gabriel Boric a partir del 11 de marzo de 2026?
Hay tres alternativas. La primera es la opción bucólica: irse a Magallanes a pastorear ovejas, leer poesía de Enrique Lihn y criar a su primogénita Violeta. Como Boric quiere parecerse un poco a Pepe Mujica, aunque en versión Millennial post-guerrillera, la idea de alejarse del mundanal ruido y contemplar el paso del tiempo reflexionando sobre el sentido de la vida le debe parecer atractiva. Aunque se trata -sin duda- de un animal político, mostrar desapego respecto del poder puede convertirse en un activo pensando en el futuro. Pero es difícil: los medios de prensa estarán instalados en su huerta de hortalizas esperando una cuña que lo obligue a volver a la contingencia.
La segunda alternativa es la internacional. No se trata de convertirse en Bachelet de la noche a la mañana, pero los expresidentes suelen tener una dieta rica en conferencias en universidades extranjeras, bienintencionadas fundaciones y foros multilaterales. El aprendizaje aquilatado en un gobierno basta para contar mil historias.
Chile ya tuvo su dosis de aspirantes a Capitán Planeta, así es que probablemente su tema no sea el cambio climático. Pero al presidente Boric le seducen las causas justicieras y le mata la narrativa de David contra Goliat (como demostró en su última alocución en Naciones Unidas), así es que no sería raro que por ahí vaya la cosa: el genocidio en Gaza, Sudán o Myanmar, la democracia en Cuba, Nicaragua o Venezuela, los derechos de las mujeres en Irán o Afganistán.
La tercera alternativa es que decida ejercer como líder de la oposición. Si a Jeannette Jara le va mal -entiéndase: pierde por paliza la segunda vuelta-, entonces habrá servido para plantar cara a la derecha pero no para mucho más. Como le ocurrió a Alejandro Guillier tras perder con Piñera, nadie tocará su puerta en marzo de 2026 para conducir a la coalición saliente.
Los vacíos de poder -enseña la historia- tienden a ser llenados con lo que hay. Y si bien su gobierno cerrará con una aprobación discreta, nadie le hace sombra a Boric por la izquierda. Llueva, nieve o truene, aproximadamente un tercio de los chilenos -un poco más, un poco menos- ha sido leal a su presidente.
Es una linda pregunta: con lo que cuesta parir nuevos liderazgos en Chile, ¿será Boric el nuevo Bachelet? Desde que Michelle se subió a ese mítico Mowak en el invierno de 2002, fue la figura rutilante y excluyente de su sector. Todo los demás fueron sucedáneos. Lo mismo por el otro lado: desde que Piñera irrumpió por los palos en 2005, pasó de ser el primus inter pares de su generación al mandamás de la derecha. Llegaron para quedarse e inauguraron un ciclo -la Era Caburga- que duró 20 años.
Boric también pasó de ser un igual de Jackson, Vallejo y compañía a ser la cabeza del elenco. Algunos creen que este proceso, a diferencia del anterior, será más fluido. Es decir, que Boric compartirá el espacio con otras figuras emergentes, como Tomás Vodanovic, Macarena Ripamonti, Claudio Castro, la propia Camila Vallejo. La mayoría de estos son alcaldes que han demostrado capacidad de gestión y no puro discurseo. Parafraseando a Iñigo Errejón, transmiten que la izquierda no sólo es buena para asaltar el palacio sino también para sacar la basura.
¿Hay algo que delate el plan de Boric una vez que deje La Moneda? Su reciente cadena nacional abordando la Ley de Presupuestos 2026 le tocó la oreja al candidato -y favorito a sucederlo- José Antonio Kast, al cuestionar directamente su propuesta de recortar 6.000 millones de dólares del gasto público y acusarlo de amenazar derechos sociales.
Paradójicamente, algunos creen que esto favorece a Kast: al transformarlo en su némesis, Boric le da relevancia e invisibiliza a los demás contendores. Si Boric es el anti-Kast, Kast es el anti-Boric por excelencia, y los anti-Boric son -actualmente- mayoría en el país.
De esta forma, se perpetúa el enfrentamiento de 2021: el verdadero adversario de Kast no es Jara, sino Boric. Y Boric se prepara para enfrentarlo como líder de la oposición desde el 11 de marzo de 2026. Quién sabe, en una de esas estamos asistiendo a un nuevo ciclo político dominado por dos figuras incontestables en sus respectivas tribus. Nada nuevo en la historia de Chile, en todo caso.
Salvo que se vaya a escribir décimas bajo la aurora austral de la Patagonia o quiera jugar a Greta. (Ex Ante)
Cristóbal Bellolio



