Archi agotador

Archi agotador

Compartir

El reciente debate Archi entre Jara y Kast confirmó lo previsible: un guion casi mecánico, estrategias demasiado evidentes y una escasa disposición al diálogo. Un debate con falta de estatura. Agotador. Por un lado estaba Jara: combativa, encendida, retadora de pasado. Por el otro, Kast: contenido, técnico, con el libreto de siempre.

Desde su primera intervención, Jara pareció empeñada en situar a Kast en el banquillo del pasado: lo acusó de haber pasado 16 años en el Congreso sin producir “leyes importantes”, le enrostró declaraciones antiguas y le reprochó su propia genealogía política. Una retórica de lógica dialéctica —abusadores vs. abusados, ricos vs. pobres, empresarios vs. trabajadores— que termina diciendo más sobre una campaña sin alma que sobre el adversario.

Al mismo tiempo, su táctica reveló otro problema: la agresividad no se traduce automáticamente en convicción y confianza. Puede movilizar identidades, despertar indignaciones, incluso reforzar a los propios (lo que quizá sea funcional si el objetivo es que un eventual segundo lugar no resulte tan dramático). Pero si la apuesta de Jara consiste en “sumar votos a partir del rechazo a Kast”, el método se acerca más a manotazos de ahogado que a una estrategia consistente. La crítica permanente, cuando no se sustenta en un proyecto que inspire o convoque, acaba produciendo ruido y hastío más que adhesión.

Del lado de Kast se hizo visible otra cara del problema: una mesura correcta, pero sin energía; un libreto rígido, casi invariable. Ese enfoque dejó al descubierto también sus límites. No es casual: cuando un candidato, o cualquier actor político, se aferra a un marco discursivo excesivamente estructurado, tecnicista o repetido, cede de inmediato la narrativa al adversario.

En ese contexto, si quien ataca lo hace con mayor agresividad o apela con más eficacia a las emociones, el contraste se vuelve inevitable: la respuesta contenida empieza a percibirse como desconectada, débil, distante o simplemente insuficiente para sostener el ritmo del intercambio. Y aunque en el uso del “depende” o de la evasiva estratégica hay un cálculo evidente —la apuesta de que la contención resulta menos costosa que un error—, esa cautela sostenida tiene efecto acumulativo. Repetida demasiadas veces refuerza la sensación de falta de pulso político.

Dado lo anterior, y si entendemos que un debate tiene como objetivo contrastar al candidato consigo mismo, exhibir eventuales contradicciones, evaluar su capacidad de reacción y observar cómo enfrenta situaciones imprevistas o de presión, el balance es claro: fue una oportunidad perdida y nada hace presagiar que el debate de Anatel del 9 de diciembre vaya a ser diferente.

Ahora bien, conviene decirlo sin rodeos: todo esto importa relativamente poco. Solo alrededor del 6% de los votantes declara que podría cambiar su voto a partir del debate y, salvo que ocurriera algo verdaderamente extraordinario, las cartas están echadas. Si ambas estrategias persisten, el resultado será la prolongación de la misma inercia. Y quizá ese sea el dato más elocuente del debate Archi: no lo que dijeron, sino lo que fueron incapaces de decir y mover. (La Tercera)

María José Naudon

Abogada.