Hace escasas semanas falleció Joseph Nye, un pensador estadounidense que impregnó los estudios y la praxis internacional como pocos. Se compenetró con el concepto Poder y lo diseccionó en profundidad, tal como lo haría un cirujano haciendo microscópicas operaciones. Desde su seminal Poder e Interdependencia (escrito en co-autoría con Robert Keohane), hasta sus posteriores obras, (El futuro del poder y Poder blando, los medios para triunfar en política mundial), reflexionó sobre sus complejidades, pero también sobre las evidentes incomodidades que se divisaba en su uso. Hasta antes de Nye, se observaba, en general, un cierto deseo de dejar la noción Poder en el ámbito de la ambigüedad o de discusiones con toques bizantinos.
Nye demostró, por un lado, que se trata de un concepto clave de la vida internacional. También, que exhibe numerosas facetas, siendo dos las más fundamentales, una dura (hard power) y otra blanda (soft power). Su hipótesis interesó a vastos sectores y terminó siendo su legado. Su tipología se le reconoce en varias otras disciplinas, la economía, la sociología, la sicología, el marketing y varias más.
Incluso revolucionó la política misma. Los Clinton inauguraron aquello de poder inteligente (smart power). La National Endowment for Democracy puso en circulación la noción de poder agudo o punzante (sharp power) para definir el uso del poder por parte de algunos países con democracias iliberales (como Rusia, China y otros).
En el caso de los estudios internacionales, añadió a su léxico estas nociones, que permitieron re-interpretar muchas cosas de la interacción planetaria y en espacios geográficos menores. Incluso, en la formulación de política exterior. Aún en cuestiones simbólicas. Con su ayuda, se le dio una mirada distinta al significado de canciones icónicas de la Guerra Fría referidas a ciudades. “New York, New York” en la voz de Frank Sinatra en 1979 y “Noches de Moscú” originada a mediados de los 50 no son más que expresiones de poder blando. En síntesis, todo esto podría sugerir que Nye falleció este 6 de mayo en medio de la mayor satisfacción pensable para un académico.
Sin embargo, los latidos del planeta bien pueden indicar que Nye no haya muerto del todo satisfecho. Próximo a llegar a los 90 años de edad, pudo haber presentido que, finalmente, en la vida casi nada es plano ni estático. Menos la política.
Dio luces sobre su incomodidad con el advenimiento de Trump, especialmente tras la reelección. En una de sus últimas entrevistas dijo estar seguro que éste no comprendía las sutilezas, ni menos las “inmensas posibilidades” que siempre ofrece el poder blando. Ello sugiere que Nye, en el fondo, era un pacifista nato.
Joseph Nye visualizaba que el poder duro conducía a una diplomacia coercitiva, mientras que el poder blando, lo hacía a una persuasiva. En ambos casos de forma inexorable. Es evidente que por eso le incomodó Trump, en cuya cabeza no existen tales opciones. Por mucha presión ambiental e incluso política. Con Trump, Nye debió admitir que los constructos teóricos a veces quedan en eso. O que hay gente con una idea más flamígera del poder blando. Vaya uno a saber con exactitud. Homo proponit, Deus disponit, reza la sabiduría cristiana.
Nye intentó en varias entrevistas y artículos fundamentar su postura respecto a Trump diciendo que el actual mandatario desconoce que, más allá de haber existido una necesidad objetiva en los 60 y de hacer gigantescas inversiones en poder duro para enfrentar a la URSS, fueron finalmente hombres y mujeres armados de chuzos y picotas, los que destruyeron el Muro. Aseguraba que era por al poder de haber tenido en mente los mensajes de la radio la Voz de las Américas y la BBC. Una afirmación riesgosa, por decirlo con suavidad.
Su afirmación puede ser aceptada sólo parcialmente. Además, olvidó que la URSS optó por una auto-disolución.
I. Krastev y varios otros estudiosos de esas transiciones han comprobado que mucho más importante en el camino hacia el desplome de aquellos regímenes fueron otras manifestaciones del poder blando occidental y que, probablemente, por determinantes etáreas, Nye no las pudo captar. Por ejemplo, la música disco. Esa misma que cautivó a la juventud de toda Europa, produciéndose un vuelco muy difícil de revertir. Radio Luxemburg fue bastante más influyente que la BBC. Y conjuntos, tipo ABBA, Bee Gees, Boney M, fueron mucho más decisivos que la Voz de las Américas. Por mucho que quisiera, el poder soviético no estaba en condiciones de ofrecer algo similar.
Por lo tanto, la fundamentación elaborada por Nye devela un fuerte desconocimiento de lo que fueron aquellas sociedades (percibidas como la más amenaza del siglo). O bien dejan al descubierto un tipo de razonamiento inficionado de teoreticidad, como decía V. Pareto.
Mucho más asertivo (y dramáticamente sencillo) fue ese asesor de Gorbachov, cuando le dijo a la delegación estadounidense en Reikjavik en la histórica cita con Reagan: “les propinaremos la principal de las derrotas, los dejaremos sin adversario”). Arbatov había asumido que sólo esclavizando a su población podrían hacer frente a la guerra de las galaxias decretada por Reagan. Renunciaron a esa opción, pero tampoco estaban en condiciones de responder a la efervescencia juvenil favorable a la música occidental. Nuevamente: lo de la URSS fue una auto-disolución.
Molestia similar le debe haber causado a Nye en sus últimos momentos esta ida al precipicio nuclear que viven China y Pakistán. Esa tensión con tintes holocáusticos deja en claro que los conflictos internacionales muchas veces hacen caso omiso a las negociaciones convencionales, dando espacio a las visiones más duras a la hora de abordar la litis específica.
India y Pakistán han vuelto a la realidad una frase algo olvidada de Kant en La paz perpetua, que en estas últimas décadas es motejada de simplona o sencillamente desfasada. “¿Qué puede provocar una guerra?, se preguntaba en 1785 y sostenía que «cualquier cosa”. Lo de India/Pakistán esta vez, lo demuestra. Fue la muerte de unos cuantos turistas. Para nadie es un misterio que entre ambos hay un conflicto histórico en torno a Cachemira, agudizado estas últimas décadas por motivos de explotación turística, pero la chispa que iba a encender la pradera, como se suele decir, iba a ser literalmente cualquier cosa. Y aunque han ido a la guerra cuatro veces desde 1947, en estos momentos los dos poseen bombas nucleares y misiles.
Ahora bien, ¿qué pensaría Nye de una América Latina expuesta a un mundo dominado por visiones de poder duro? Difícil saberlo.
Rara vez hizo mención a esta región, tan ausente de los debates mundiales y poblada por extrañas democracias semi-electorales o pluriétnicas, cuál de todas más defectuosa. Hace pocos años, prominentes internacionalistas hablaban, con total cara de seriedad, sobre el enorme poder blando que alcanzaría la región con el gasoducto trans-amazónico de Kirchner y Chávez. Hace muy pocos días, un presidente en ejercicio invitó a construir vías férreas transoceánicas para romper la desigualdad Norte/Sur y generar poder blando a raudales por el mundo entero. Es probable que Nye haya recibido estupefacto tales desvaríos.
Independientemente de ello, los latinoamericanos seguirán poblando estas tierras, y en los próximos años el clima se irá haciendo cada vez más belicoso. Hostil. Por esta región y el mundo en general, aflorará la necesidad de más poder duro. Los pacifistas recordarán que ha llegado su momento para insistir en las infinitas capacidades del poder blando.
Un muy claro ejemplo acaba de producirse. Ocurrió con el reciente periplo de Trump por el Medio Oriente y esos mega-acuerdos EEUU/Arabia Saudita (valorados en más de US$ 600 mil millones en armas y alta tecnología), más otros sumamente cuantiosos con los emiratos (cuyos jeques ya tienen claro hacia dónde va el mundo).
¿Habrá espacio para las ideas de Nye en América Latina? Lo más probable es que no. Al menos, en los términos por él planteados. (El Líbero)
Iván Witker



