Adolescencia. Hoy por hoy una serie que está generando variadas impresiones en quienes la ven, hoy por hoy, también una etapa que debiese estar marcada por los altos y bajos propios de la edad y no por los hechos violentos que han llevado a varios jóvenes a llenar las hojas de los principales periódicos del país.
La Calera, Pedro Aguirre Cerda y Nacimiento, entre otros, fueron testigos de crímenes cometidos o sufridos por jóvenes que no superaban los 17 años. Las armas de fuego, el común denominador. Y, todo esto en la antesala de una nueva entrega del Informe de Homicidios que presenta el nuevo Ministerio de Seguridad Pública.
Las espectaculares balaceras, narcofunerales y ajustes de cuentas han dado paso a una realidad que debe ubicarse dentro de las primeras prioridades del gobierno, de este y de los que vengan: Los jóvenes chilenos ven en el delito la oportunidad que no encuentran en la educación formal. A través del crimen logran alcanzar un sentido de pertenencia que muchas veces no tienen en sus casas y menos en sus colegios (son miles los que están fuera de la sala de clase), al mismo tiempo que la riqueza material y posicionamiento social que ven imposible en otros ámbitos.
Si consideramos que entre el 40% y 50% de los reos adultos pasó por algún centro del Sename; que casi un 60% de los adolescentes imputados en 2023 contaban con la compañía de un adulto al momento de cometer el delito; que en el 50% de los crímenes cometidos por jóvenes se utilizó un arma de fuego; que en el 2024 siguen aumentando los niños, niñas y adolescentes involucrados en homicidios y continúan sumando niños fuera de la sala de clase, el mayor desafío que enfrenta Chile en materia de seguridad son los jóvenes.
La ansiedad y sentido de urgencia en todo, propios de esa adolescencia, potenciado por el uso de redes sociales y la necesidad de aceptación, los transforma en presa fácil de esos delincuentes, que ven en ellos a esos fusibles que la organización necesita para seguir creciendo.
El debate en torno a la seguridad se ha centrado en aquellos indicadores de violencia que tanto preocupan, pero poco se está hablando de cómo los jóvenes comienzan una carrera delictual cada vez más pequeños y Chile pierde a quienes debiesen liderar su futuro.
La violencia en los colegios sólo agrega más leña al fuego. Las escuelas debiesen ser ese lugar seguro para crecer y desarrollarse, pero ya no lo son. Las madres buscan con todas sus fuerzas cupos para sus hijos en algún establecimiento educacional mientras que, los que tienen la suerte de estar en uno ven como el currículum retrocede en materias tan relevantes como la educación cívica y promover la identidad nacional.
Los más jóvenes buscan un sentido de pertenencia y ¡cómo lograr uno si poco se ha trabajado en la cohesión nacional! Los jóvenes chilenos necesitan pertenecer a un grupo por eso, más que nunca el Estado debe mirar la seguridad desde otra perspectiva y hacerse cargo de esos temas que no han estado en la agenda, que no fueron parte del fast track legislativo, pero, que son esenciales para romper el círculo perverso del delito. (El Líbero)
Pilar Lizana



