“Yo espero que todos cumplan con su deber. Somos chilenos: el amor a Chile nos señala el camino hacia la victoria. ¡Adiós, compañeros! ¡Hasta mañana, después de la batalla!”, clamaba efusivamente el general Manuel Baquedano en 1881, poco antes de una jornada decisiva para la Guerra del Pacífico. Algo similar debe estar pensando su estatua emplazada en la Plaza Italia, sabiendo que en las próximas horas se juega su futuro, no en Lima, sino en el centro de Santiago.
La estatua del general Baquedano pareciera tener los días contados: o la retira el gobierno o la derriban los bárbaros el próximo viernes. Cualquiera sea el camino, uno de los símbolos de la resistencia estatal al vandalismo, pillaje y la violencia que se inició el 18 de octubre ya no estará más en el centro de una de las plazas más importantes de Chile. Probablemente, una vez que se vaya, será reemplazada por el Perro Matapacos o la Virgen de las Barricadas, consumándose así la victoria de la anomia social a la que nos tienen sometidos.
“Antichilenos” fue el calificativo que utilizó el Ejercito para condenar a quienes realizan estos actos de profanación histórica. Pero no son anti-chilenos porque atentan contra el patrimonio nacional, sino que fundamentalmente, porque en cada acto de vandalismo que se materializa cada viernes están dañando al país, a los carabineros y a millones de chilenos que estamos cansados de que nuestras vidas se vean vulneradas por la juerga constante de esta tropa de antisociales.
Como ciudadano, yo no pido mucho. A cambio de mis impuestos y mi compromiso cívico, lo único que quiero es ejercer mi derecho a caminar o transitar libremente por cualquier parte del país, incluyendo la Plaza Italia; que las estaciones de Metro funcionen siempre hasta la misma hora y no cierren antes por “manifestaciones en el exterior”; que no tenga que salir de mi trabajo antes para evitar ser atacado en la Alameda, y que los carabineros, en vez de estar protegiéndome de otros delitos, no se enfrasquen viernes a viernes en disputas de orden público con un conjunto de desadaptados.
Al igual que el general Baquedano, yo espero que todos cumplan su deber. La inmensa mayoría de los chilenos no estamos de acuerdo con la violencia ni con este estado de rebelión permanente que tiene tomadas las ciudades, barrios y lugares más emblemáticos del país. Al contrario, los chilenos sabemos que como ciudadanos tenemos derechos que exigir, pero también deberes que cumplir, y estamos cansados de que unos pocos invoquen demandas insatisfechas para justificar la evasión total de sus responsabilidades.
Aunque parezca inevitable, la decisión que el gobierno debe tomar sobre el destino del general Baquedano no puede reducirse a una mera resolución administrativa. Por amor a Chile, debemos hacer todos los esfuerzos no solo por honrar su historia pasada, sino que fundamentalmente, la autoridad y el respeto por el estado de derecho del presente.
No habrá futuro cívico ni menos solución constitucional si el Estado en su conjunto -gobierno, oficialismo y oposición- no es capaz de reimponer el orden público extraviado en la Plaza Italia y de someter a todos sus ciudadanos, bárbaros o no, al cumplimiento total y absoluto de la Constitución y las leyes. Lo que se tiene que terminar no es el general Baquedano, sino el carnaval de violencia e impunidad.
Y eso incluye, por cierto, hacer todo lo que esté a su alcance para que la estatua del general Baquedano se mantenga en su lugar, porque como decía Salvador Dalí, lo menos que puede pedirse a una escultura es que no se mueva. (La Tercera)
Cristián Valenzuela



