Transar es una palabra que despierta recelo, se le asocia al oportunismo; todos hemos escuchado a algún señor que en tono adusto declara: “yo no transo”. Pero, si se piensa bien, eso es una tontería, la vida en sociedad es un conjunto casi infinito de transacciones, solo podemos coexistir y colaborar sobre la base de una sucesión de concesiones recíprocas: la familia, la amistad, los negocios y la sociedad política, solo pueden existir porque transamos, cedemos y concedemos a los demás. Hay algunas cosas que no se transan, pero hay que seleccionarlas muy bien, son los valores esenciales.
Pero los acuerdos, para que produzcan el efecto virtuoso de consolidar las relaciones sociales, deben tener a lo menos dos características fundamentales: ser equitativos y cumplirse de buena fe. Lamentablemente, los primeros días que han sucedido al acuerdo constitucional han estado plagados de declaraciones equívocas que hacen dudar de la real voluntad de ceñirse a lo acordado y cumplirlo de manera cabal. Ya la primera declaración del Presidente de la República fue para destacar que habría un órgano constituyente “cien por ciento electo” y relegó al grupo de expertos que designará el Congreso a un “rol de asesoría y acompañamiento”; la presidenta del PS, por su parte, señaló hace poco: “si existe la fuerza para modificar el acuerdo se hará”.
La explicación más socorrida es que a los dirigentes de izquierda les resulta muy difícil validar este acuerdo en su electorado, entonces necesitan mostrarlo de una manera diferente. Si esa es la razón, con sus declaraciones, estos mismos dirigentes empiezan desde ya a incubar la frustración de su sector con la promesa fundamental del proceso: conducir a una nueva Constitución legitimada por una amplia mayoría del país. A la dirigencia de los partidos que firmaron el acuerdo se les puede y debe exigir que lo sostengan ante sus partidarios, que lo socialicen, que ejerzan el liderazgo que ocupan, porque solo de esa manera es posible que rinda sus frutos. Esa fidelidad consiste en asumir lo pactado, sin letra chica, defendiéndolo sin intentar torcer su sentido.
El compromiso por una nueva Carta Fundamental es transversal, en un amplio arco que va desde Chile Vamos hacia la izquierda. Hasta antes del acuerdo pudo haber distintas visiones de la mejor manera de cumplirlo, pero hoy los firmantes debieran ser los primeros en empujar el proceso para que este llegue a buen puerto. Esto será muy difícil si, desde el primer minuto, una parte de los mismos suscriptores desnaturalizan, reniegan o tergiversan lo firmado.
El éxito de este acuerdo no se mide únicamente por el hecho de que se alcance un texto que sea validado por la mayoría del país, sino porque ese texto sea eficaz en el tiempo, permita un funcionamiento adecuado de las instituciones, garantice los derechos fundamentales y sea legitimado por la sociedad. No es poco, ni es fácil, por lo menos los autores del acuerdo debieran comprometerse con lograrlo y no dificultarlo desde ahora. (La Tercera)
Gonzalo Cordero



