Muchos países han sufrido eventos difíciles, y en la conversación pública está de moda hablar de “traumas sociales” o “sociedades polarizadas”, todas impactadas también por los efectos de las redes sociales en la generación y el consumo de información. Pero, dejando fuera países aquejados por guerras y que caen sin duda en otra categoría, mucho más compleja, es un hecho objetivo que como chilenos enfrentamos una situación especialmente difícil, pues vivimos una historia reciente en la que la pandemia por covid 19 fue precedida por el denominado estallido social de 2019 y acompañada por los dos intentos frustrados de reforma constitucional, y el deterioro de la seguridad pública y de la economía. La pregunta entonces es ¿qué podemos hacer en nuestras organizaciones para lidiar con las polarizaciones y los traumas sociales, y contribuir a superarlos?
Los avances en la psicología y la neurociencia arrojan conclusiones relevantes para nuestra acción. Hace ya 10 años y previo a todo lo comentado, Christine Comaford lanzó su libro “Tribus inteligentes”, delineando una estrategia concreta para crear una cultura en la empresa “inteligente”, que sistemáticamente consigue mejores resultados en todas las métricas de éxito. Basada en resultados de la neurociencia, planteaba que nuestra seguridad psicológica descansa críticamente sobre nuestro sentido de pertenencia a un grupo humano, ya que conformar tribus nos permitió sobrevivir como especie. Cuando nos sentimos fuera de ella, nos da miedo, y se activan, necesaria e inconscientemente, los procesos más automáticos en el cerebro indicándonos: ¡pelea, arranca, o paralízate! Este estado hace imposible la comunicación, la colaboración, y, por cierto, la innovación.
Con buenas intenciones, los sistemas de gestión tradicionales descansan en premiar el logro de resultados. Pero, cuando se implementan de tal manera que las personas les temen a las consecuencias de no cumplir las metas, no solo por sus consecuencias monetarias, sino que, sobre todo, por sus consecuencias en términos de reconocimiento y aprecio, no generan los efectos deseados y minan el éxito de la organización. Y es que, en esencia, las personas no somos realmente gestionables por otros. Si sentimos temor, no nos podrá importar el resultado o no seremos capaces de desplegar el esfuerzo que requieren.
Una clave para lograr que las personas se sientan seguras y constituyan equipos virtuosos en la consecución de objetivos comunes, por desafiantes que sean, la explicó varios años más tarde Jamil Saki, de la Universidad de Stanford, en su libro sobre la amabilidad y la empatía. Declarándolas como los superpoderes en la empresa, resumió la evidencia sobre los efectos de la amabilidad, como conducta, y la empatía, como experiencia, en las organizaciones, destacando, entre otros beneficios, una mejor salud y ánimo, menos burnout, y más creatividad.
Aunque la tarea es permanente y pertinente para todos los miembros de una organización, el mes de la mujer es una oportunidad para indagar cómo estamos desplegando estas conductas para integrar a las mujeres en la empresa, y fomentar la corresponsabilidad parental. Indagar sobre la pertinencia de los horarios de las reuniones, priorizar estacionamientos para padres con niños pequeños, o dejar de premiar socialmente trabajar más allá del horario de salida, son todos ejemplos de pequeñas acciones con tremendos impactos, y abordarlas, el tiempo mejor invertido. (El Mercurio)
Catalina Mertz
Directora de empresas



