Hace casi una semana, se publicó en este medio una columna del abogado Patricio Zapata en la cual, recordando la figura del padre Hurtado –a raíz de los 65 años de su muerte–, invitaba a reflexionar en torno a la figura del socialcristianismo (Zapata advierte de modo expreso, eso sí, que no pretende reducir el mensaje del santo al terreno político). Me interesa entrar en diálogo con algunas cuestiones señaladas ahí, a propósito de qué sería eso que llamamos socialcristianismo.
El punto central de la columna de Zapata se refería a quienes intentan enarbolar la bandera socialcristiana defendiendo aspectos parciales de sus postulados. En efecto, algunos optan entre los mal llamados temas “valóricos” (matrimonio, aborto, eutanasia, etc) y los relativos a la justicia social (inmigración, condiciones de vida digna, desigualdad, entre otros), siendo que el rasgo distintivo del socialcristianismo sería precisamente la intensión de conjugar ambos aspectos.
Es indudable que el socialcristianismo consiste en parte en eso –articular los dos polos sin claudicar de alguno en el camino–, pero a nuestro entender ello ocurre como consecuencia y no como su principio definitorio. Me parece que la idea central, y por tanto la que da unidad a dicha corriente, es una visión trascendente de la persona y de la vida, es decir, una concepción de la persona en la que, si bien se reconocen los elementos materiales y espirituales del hombre, su orientación final es hacia lo espiritual. Luego, no puede reducirse su visión a la pura materialidad (como ha sido la pretensión sempiterna de los determinismos marxistas), ni tampoco estar ajeno a las necesidades materiales, sin cuya satisfacción se hace inviable el cultivo de los bienes morales y culturales más altos (es lo que olvidan aquellos que se conforman simplemente con la posibilidad de ejercer la libertad). Si se quiere, la flecha del socialcristianismo no es una cualquiera, sino que una ascendente, con dirección a lo espiritual. A esto, naturalmente podríamos sumar como rasgo distintivo una visión del hombre como un ser social, comunitario, que no sólo se desarrolla, sino que alcanza su plenitud o realización en comunidad.
Por supuesto, el padre Hurtado es una gran ejemplo de todo aquello: su obra social y su grito por la justicia tienen la mirada puesta en el bien propiamente espiritual del hombre. El error en que caen algunos con figuras como la del creador del Hogar de Cristo, es catalogarlas por las banderas que levantaron –la justicia social, su lucha contra la marginalidad, la pobreza, etc.– y no por el mensaje de fondo que buscaban transmitir. Llevado al extremo: aquello sin duda termina reduciéndolos y administrando también una visión sesgada, o sea, incompleta al final de cuentas.
En el plano ya estrictamente político, si bien hay cierta expresión de esta tradición en el centro y la derecha política, es innegable que el mayor peso en los últimos 50 años lo ha tenido su expresión en la izquierda, de la mano de la DC. Esto no es trivial, porque quizás la razón central de la crisis que vive ese partido radica precisamente en dejar de lado la visión trascendente del hombre bajo la cual nació. Al final de cuentas, algunas renuncias se desencadenaron por el gallito que intentó hacer Rincón y no se han visto, a lo menos púbicamente, ninguna de esas renuncias por los votos mayoritarios de sus Senadores y Diputados a favor del proyecto de aborto.
Y si bien el socialcristianismo no puede reducirse al tema del aborto, es evidente que la vida indefensa es una especial preocupación –y asunto difícil de tragar– para quienes enarbolan una postura que mira aquél ser como uno digno de respeto precisamente por su destino trascendente.
En definitiva, si se quiere poner la mirada en el futuro, para unir sectores socialcristianos en tiempos venideros, el trabajo debería estar en volver a dar carne a esa mirada trascendente del hombre en el terreno político, asumiendo todas sus implicancias. Trabajar por la unión en torno a dicha idea, más que a banderas particulares. Ahí está el futuro; ahí está la única posibilidad de supervivencia. (La Tercera)
Antonio Correa



