Sí importa: encubre un debate de fondo. Hay dos aproximaciones frente a este tema:
La de la oposición fue que, adhiriendo con fuerza al concepto de que en nuestro país existen diversas expresiones culturales -algunas de las cuales tienen raíces en nuestros pueblos originarios, otras en valiosos aportes provenientes de inmigrantes- y a la necesidad de su reconocimiento explícito, afirma que existe una cultura chilena, así como también existe una identidad nacional, idónea para cobijar todos los distintos valores, costumbres, ritos, rasgos de identidad con que nos identificamos como pueblo. Hay innumerables formas de ser chileno, y todas son valiosas y respetables. Hay poetas mapuches y otros que no tienen tal origen. Sin desconocerlo, hay quienes creemos que hay una poesía chilena en que ambos pueden sentirse identificados.
La tesis del Gobierno fue exactamente la opuesta: sostuvo que debía darse un paso en la dirección contraria, porque hablar de «una» cultura chilena suponía adscribirse a los intentos hegemónicos de aquellos interesados en aplastar a las expresiones de nuestros pueblos originarios. Con total claridad expresó esa inspiración del proyecto un invitado a exponer en la Comisión de Educación. Según él, había que mantener la denominación de Ministerio de «las Culturas», ya que «en el país existen pueblos indígenas con costumbres y culturas distintas conviviendo en un solo país, por lo que la cultura no es una sola».
Así, el punto de discrepancia no es reconocer la diversidad propia de nuestro país, sino aceptar o rechazar la idea de que pueda existir una cultura chilena que cobije, resguarde y promueva todas sus múltiples expresiones. De nada sirvió demostrar en el debate que, con la sola excepción de Bolivia, todos los países latinoamericanos denominan «de Cultura» a sus ministerios de ese ramo. Únicamente el régimen de Evo Morales ha instaurado el «Ministerio de Culturas y Turismo».
¿Y qué decir del resto de los países europeos que tienen estos ministerios? El de España, Italia, Portugal y, por cierto, el del pionero, Francia, se denominan «Ministerio de Cultura». ¿Cabe imaginar a la Asamblea Nacional gala polemizando para que su ministerio se llame de las «culturas francesas»?
Es cierto que el proyecto cambió a la hora de denominar a una de las dos subsecretarías que crea: una que originalmente se llamaba «de las Artes, Industrias Culturales y Culturas Populares» mutó a «de las Culturas y las Artes». Hasta el propio Gobierno advirtió lo absurdo: ¿culturas populares en contraposición a qué concepto de cultura?
En el fondo se debate una visión del país. Para algunos, las diversas expresiones culturales propias de Chile solo comparten un espacio territorial. Nunca conforman un todo. Esa mirada renuncia a la identidad compartida. Para tal mirada, las expresiones culturales dan cuenta de una sociedad fragmentada, con horizontes divergentes.
La otra visión es la de un país que alberga y respeta las diversas manifestaciones culturales, pero que simultáneamente valora la cohesión que proviene de asumir y promover de una identidad común que aglutina y potencia un valor que ha sido fundamental en nuestra historia.
Para progresar y proyectarse en un mundo globalizado, Chile tiene que mirarse a sí mismo y resolver cómo quiere ser observado: como un país que afianza su identidad, su unidad y su cultura común, o como uno en que prevalece la fragmentación y, solapadamente, desdibuja el destino común. (El Mercurio)
Andrés Allamand, Senador RN


