Ni derecha, ni izquierda, ni centro.
Los verdaderos tres tercios que dividen hoy a nuestra vida pública son los del violentismo, la apatía y el compromiso.
El más pequeño de los tres es el de los violentistas, el de los que no trepidan en insultar y quemar, en pintarrajear y golpear, en destrozar y colocar bombas. Póngale números y no pasan de los mil o dos mil en todo Chile. Cien por los márgenes de las marchas del movimiento tal o cual; otros cientos organizados en piquetes armados en La Araucanía; sesenta en la depredación de la tumba de Jaime Guzmán en el Cementerio General (y seguramente bastaron otras pocas decenas para destrozar el Memorial del senador); cincuenta por cada toma escolar o universitaria, de las que simultáneamente se dan a veces hasta veinte; quizás otro centenar repartido entre anarquistas a la espera de su oportunidad y otras pocas decenas, si se suma a los nostálgicos de Frentes, Movimientos y Lautaros; y, finalmente, unos pocos radicalizados por la huelga aquella o el conflicto aquel.
Dos mil. Pero dos mil que ponen en jaque a las grandes mayorías, porque el tercio mayoritario los acepta con resignación.
En realidad, el tercio mayoritario aguanta cualquier cosa. La apatía, la incapacidad de experimentar sufrimiento por los asuntos del común, ha invadido de tal modo a un tercio de los chilenos, conformado por casi ¡dos tercios! de los ciudadanos, que habiendo ya unos 20 postulantes a La Moneda, un 62% dice no tener candidato alguno por quien votar. Lo dicen y es cierto: no lo tienen porque no les interesa. Y no les interesa porque se han refugiado en sus cascarones de egoísmo y en sus redes de aislamiento, ámbitos en los que despliegan el acordeón de sus quejas y de sus desilusiones, pero desde donde que no están dispuestos a mover ni un pie, excepto si la marcha (un par al semestre, como mucho) está destinada a pedir y pedir, a reclamar y reclamar.
Y apáticos los hay por igual en las derechas (la soberbia los hace pensar que son completamente inmunes al riesgo) y en las izquierdas (la desilusión de su nuevo fracaso histórico los tiene paralizados).
A este tercio mayoritario, por cierto, la violencia no lo mueve hacia adelante; por el contrario, simplemente lo aleja un poco más hacia atrás.
Por todo lo anterior, sobre el tercio de los comprometidos está recayendo una responsabilidad desproporcionada.
Perdido el interés de la mayoría de los chilenos por los asuntos públicos, los pocos miles de ciudadanos que están reafiliándose en los partidos o que quieren iniciar nuevas colectividades, esos otros pocos miles que al menos votan en elecciones universitarias o nacionales (mucho menos de la mitad de los que pueden hacerlo en todo Chile) y los pocos que aún trabajan con interés en sindicatos, colegios profesionales, juntas de vecinos y otros cuerpos intermedios, tendrán que desplegar un esfuerzo descomunal para sacar al país del desastre social y de la anorexia institucional en que lo deja el actual Gobierno.
Apasionante.
El Mercurio/Agencias


