Aylwin, el hombre providencial-Andrés Allamand

Aylwin, el hombre providencial-Andrés Allamand

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A Aylwin le correspondió, literalmente, gobernar una “ nación de enemigos”. Sólo un hombre providencial podía encabezar esa tarea. ¿Por qué providencial?

A lo menos por dos razones.

Porque sólo un hombre con un designio de vida tan fuerte podía superar todos los obstáculos hasta arribar al lugar en que la historia lo necesitaba, y porque sólo un hombre protagonista del derrumbe de la democracia podía tener la experiencia  y sabiduría  para hacer que Chile la recuperara.

Un tiempo antes del plebiscito Aylwin se despachaba la siguiente frase: “Somos una generación fracasada”. Según él, esa generación se había jugado por la justicia y la democracia y después de tantos años no tenían ni una ni otra. No sólo eso: afirmaba que “… los hechos han demostrado que algunos chilenos eran bastante valientes, pero que la enorme mayoría es bastante cobarde”.

En todo caso, Aylwin siempre mezcló la modestia con la ambición; la espera con la alerta y las buenas maneras con la decisión irrevocable. Y sobre todo nunca dejó que el pesimismo de un día le ganara a la esperanza de toda una vida.

Todos creen que el plebiscito en que fue derrotado Pinochet en octubre de 1988 marcó todo el devenir de toda la transición. Pocos recuerdan que hubo un segundo plebiscito -en julio de 1989- en que se introdujeron 54 importantes reformas a la Constitución de 1980. Sin esas reformas, no sólo la Presidencia de Aylwin habría sido muy distinta: habría sido otra la transición chilena.

Aylwin consideraba indispensable modificar aspectos cruciales de la Constitución, entre otros, las normas que dejaban al Presidente en minoría en el todopoderoso Consejo de Seguridad Nacional, institucionalizando la tutela de las Fuerzas Armadas sobre el poder civil.

Más que eso: él estaba resuelto a no a ejercer el mando supremo bajo ese marco inaceptable. La Constitución debía modificarse en ese y otros puntos. Antes o después de asumir la Presidencia de la República.

Nos lo dijo con todas sus letras y un asomo de enojo a Edgardo Boeninger, Sergio Onofre Jarpa y a mí. Y como si fuera necesario preguntó: ¿Les quedó claro?

El proceso de reformas a la Constitución -con sus idas y venidas, tironeos entre los que no querían “ moverle una coma” y los que no le aceptaban” la primera letra” , renuncias de ministros y otros episodios- duró tensos meses. Y en todos ellos Aylwin siempre supo dónde apretar y dónde ceder.

Al final, cuando ya el acuerdo que hacía viable la transición estaba cerrado, surgió un asunto de “última hora”: Pinochet exigía que el mandato del primer Presidente durara sólo cuatro años (y no ocho como era la norma general, la que se mantendría como permanente).

Cuando se le consultó Aylwin respondió sin inmutarse ni ofenderse: “No importa. Es un plazo suficiente para lo que tengo que hacer”. Y luego sonrió diciendo: “Y si además le facilita las cosas a algún caballero…”.

Pero de ahí se seguía una consecuencia: “Don Patricio, pero eso significa que usted no va a poder ser senador vitalicio, ya que para ello la Constitución exige haber sido Presidente seis años”. La respuesta fue inmediata: “Por supuesto que lo sé y tampoco me importa. Nunca he creído en los senadores designados”.

El camino de la transición se despejaba definitivamente.

Es cierto que Aylwin fue un hombre providencial. Pero también es cierto que él, con su inteligencia política y grandeza personal, puso mucho de su parte. (La Tercera)

Andrés Allamand

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