Un elemento útil para medir la calidad-Ricardo Paredes

Un elemento útil para medir la calidad-Ricardo Paredes

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Sin perjuicio de lo que significa presupuestariamente el cambio de reglas del Aporte Fiscal Indirecto (AFI), ni las distorsiones que inducen lobby y surgen de un poder diferenciado entre instituciones para compensar sus pérdidas, el AFI es un instrumento de financiamiento de la educación superior que debe ser perfeccionado, pero de ninguna manera eliminado como lo han sugerido analistas, ni menos como en la práctica ha empezado a ocurrir desde este año, sin que haya mediado una discusión profunda.

El AFI permite entregar financiamiento a instituciones que son preferidas por los alumnos, y que son hoy precisamente las escogidas por quienes tienen mayores puntajes en la PSU. Como el Estado tiene capacidad limitada de reconocer la calidad (la acreditación es importante, pero entrega una visión parcial), la señal que entregan algunos alumnos con su elección es útil, complementaria y fundamental. Es que más allá de lo que declaren en promedio las personas, la elección de un grupo, aquellos con los mayores puntajes de selección, revela la real preferencia de los estudiantes, que son los primeramente afectados por la calidad de la educación.

Esto es, la decisión de matrícula de los alumnos que tienen más opciones abiertas, refleja una real preferencia y esas preferencias tienen que ver con aspectos de calidad de las instituciones muy relevantes, a veces invisibles para una institución central. Ello, como sugiere la intuición, es refrendado por investigaciones recientes -incluyendo aplicadas a Chile-, donde los estudiantes consideran fuertemente factores vinculados a indicadores de calidad cuando les llega la hora de elegir.

Deducir que instituciones excluidas del Cruch, como por ejemplo las universidades Alberto Hurtado y Diego Portales muestren importante progreso en calidad a partir del creciente porcentaje del financiamiento vía AFI es razonable y síntoma de la virtud de este instrumento. Es que la elección estudiantil es más cuidadosamente relacionable con la calidad relevante, que lo que pudiéramos deducir por el hecho de ser o no parte del Cruch. Cabe señalar que la pertenencia al Cruch hoy está fundamentalmente determinada por un hecho inicial casual, pero mantenida por la natural tendencia de quienes son miembros de un grupo que recibe privilegios, a excluir a otros que desearían tenerlos.  

Lo anterior no quita a que el AFI pueda y deba mejorarse. Que el AFI pondere sólo la PSU ha sesgado a las universidades a considerar fuertemente esa prueba para su admisión por sobre otros factores que también son predictores de esfuerzo y desempeño, como es el caso del ranking de notas y que ciertamente está menos correlacionado con la cuna de origen.

Un perfeccionamiento del AFI requiere equilibrar el financiamiento a las mejores instituciones, lo que pasa por considerar la elección de los alumnos con mayores opciones según los instrumentos de selección, con una intencionalidad o direccionamiento de la política pública hacia mayores grados de inclusión. Lo segundo ha sido relegado al dejar exclusivamente la PSU como  factor de ordenamiento de los alumnos que dan derecho al AFI. Ello no sólo ha excluido indicadores como el ranking, o la pertinencia del currículo de educación media, que resultan buenos predictores de éxito educativo, sino que en la práctica ha excluido de un financiamiento virtuoso, relacionado con calidad, a las instituciones de educación técnico profesional, que por sus criterios de inclusión no requieren PSU para la selección de sus alumnos.

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