Hace más de 10 años en un estudio sobre población penal, las entrevistas con reos arrojaban una relación directa entre el fútbol y la delincuencia. El estudio era sobre consumo de estupefacientes, pero, las conversaciones mostraban una tendencia que hoy es evidente y mucho más profunda que hace una década. El fútbol genera sentido de pertenencia, identidad territorial y se transforma en una herramienta potente para la criminalidad.
La punta del iceberg del ecosistema criminal detrás del deporte del balompié son las barras bravas, sin embargo, las capas debajo de éstas las componen los clubes amateurs que tras la excusa del equipo y la construcción de valores positivos para los más jóvenes se dedican al negocio de la droga y el lavado de activos. El tercer tiempo es la reunión de directorio. Todo funciona.
La pérdida de cohesión social lleva a las personas a buscar esos lugares donde se sienten parte, donde se construye comunidad y, las ligas del fútbol de alguna manera representan eso. La narco-cultura avanza porque es capaz de transmitir cohesión y generar pertenencia en lugares donde las ciudades y comunidades están cada vez más fragmentadas y los jóvenes buscan avanzar en su status social de manera rápida.
El crimen organizado destruye el tejido social y la institucionalidad, pero, no para generar un caos, sino que, para moldearlo a su favor, es decir, construir las relaciones comunitarias que le permiten crear confianzas y gestionar la institucionalidad para que sea útil para el negocio. En ese constructo social, todo está permitido mientras prospere el negocio.
Así, lo que vemos hoy en materia de criminalidad organizada no es nuevo, es un fenómeno que viene creciendo lentamente y de manera subterránea desde hace al menos una década. Las técnicas tampoco son novedosas, el reclutamiento de jóvenes es algo que se utiliza en el mundo entero y que, hoy por hoy, está poniendo en alerta a países europeos como Francia.
El problema no ha sido que el fenómeno crezca, eso es de esperarse, el problema es que sectores como el deporte y la cultura han estado alejados de los planes preventivos de seguridad. Mientras nosotros hemos enfocado todos nuestros esfuerzos en diseñar respuestas reactivas basadas en el uso de la fuerza, hemos olvidado la potencia que la construcción de comunidad y de ciudad puede tener en un tema como este. De esto, los grupos criminales tienen claridad absoluta.
Mientras hablamos de la batalla cultural, nos hemos olvidado de otra y que también tiene que ver con la cultura, de esa que debe generar el sentido de pertenencia que se ha perdido, de esa que de la mano de los valores positivos del deporte y el arte que, combinados que el desarrollo urbano y social vuelvan a tejer los hijos del tejido social, esa malla de seguridad que transmite sentido de pertenencia, identidad territorial y familiar, esa malla de protección que respalda a la comunidad.
Hoy, el reto no son las barras de fútbol, hoy, el reto es diseñar políticas de seguridad preventiva que apunten a ese tejido social que se ha ido perdiendo. Sólo así las respuestas persecutorias y las sanciones tendrán sentido y el resultado se mantendrá en el largo plazo. (El Líbero)
Pilar Lizana



