Informes recientes de The Times y Daily Express han revelado que el gobierno chino ha adquirido múltiples propiedades en Londres que no figuran como sedes diplomáticas oficiales, pero en las que se observan con frecuencia vehículos con placas diplomáticas y personas vinculadas a la misión. Más aún, desde 2018, China busca establecer una nueva sede diplomática de gran escala —apodada la “superembajada”— en un terreno estratégico junto a la Torre de Londres. El proyecto, aún pendiente de aprobación por parte del gobierno británico, ha sido objeto de múltiples cuestionamientos por su potencial uso como plataforma de inteligencia.
Una expansión que no se detiene
A pesar de la desaceleración económica que afecta a China, su aparato de influencia exterior no muestra señales de retroceso. Al contrario, los regímenes autoritarios suelen reforzar sus operaciones internacionales cuando se sienten rodeados o debilitados. El despliegue de infraestructura diplomática no responde únicamente a fines protocolares: también puede facilitar la recopilación de información, el monitoreo de actores locales y la proyección de poder blando bajo una apariencia legal.
América Latina ya forma parte del tablero
Estos fenómenos no son exclusivos de Europa. En América Latina, empresas chinas operan más de treinta terminales portuarias, incluyendo enclaves estratégicos en Argentina, México y Brasil. Si bien estas inversiones se presentan como puramente comerciales, los analistas advierten que el control logístico de puntos neurálgicos puede tener consecuencias en términos de acceso a información sensible, rutas de exportación o incluso despliegues futuros de infraestructura dual.
Infraestructura digital y nuevas formas de penetración
En el ámbito digital, la participación de compañías chinas en redes 5G, centros de datos y servicios en la nube en países como Chile, Perú y México ha generado inquietudes similares. La legislación china obliga a sus empresas a cooperar con los servicios de inteligencia nacionales si se les solicita. Aunque no existen pruebas concluyentes de abuso, la potencialidad de acceso a datos estratégicos merece una reflexión seria desde las políticas de ciberseguridad regionales.
La influencia ya no necesita espías con gabardina
A diferencia de la Guerra Fría, la influencia internacional actual no se basa solamente en espías tradicionales, sino en mecanismos institucionales. China ha publicado este año su tercer “Libro Blanco” sobre América Latina y el Caribe, donde expone su intención de construir una “comunidad de destino compartido” con la región. Más allá del tono amistoso, el documento refleja un interés claro por incidir en las decisiones políticas, regulatorias y tecnológicas de los países latinoamericanos.
¿Y cómo debería responder Chile?
Chile, con una economía abierta y una estrecha relación comercial con China, no puede ignorar estos nuevos desafíos. El dilema no es si relacionarse o no con China, sino cómo hacerlo sin perder autonomía estratégica. Fortalecer mecanismos de transparencia sobre inversiones extranjeras en sectores sensibles, revisar las condiciones de concesiones portuarias y garantizar la independencia tecnológica son pasos esenciales para evitar una erosión paulatina de la soberanía.
Después de todo, las nuevas formas de influencia ya no golpean la puerta con uniformes, sino que entran silenciosamente mediante contratos, donaciones e infraestructura. Lo que está en juego no es sólo la economía, sino la capacidad de los países democráticos de decidir su propio camino sin interferencias opacas.
Andrés Liang
Analista en política internacional y relaciones Asia-Latinoamérica



