La democracia: luces y sombras-Gonzalo Ibáñez

La democracia: luces y sombras-Gonzalo Ibáñez

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Pasada ya la elección de Presidente de la República, parecen convenientes algunas reflexiones. En los hechos, la confrontación electoral no fue sólo entre dos nombres sino entre dos concepciones muy distintas acerca de cómo concebir la vida social y, por lo tanto, la vida de las personas dentro de ella. La democracia, como bien se sabe, es una forma de gobierno de las sociedades políticas. El poder recae en el mismo pueblo quien determina quién y cómo lo va a ejercer. Pero eso no significa que, a la vez, el pueblo, o quien sea, pueda determinar arbitrariamente cuál va a ser el modelo de organización de la sociedad. Sin embargo, entre nosotros, así es. Las elecciones no son sólo entre candidatos, sino fundamentalmente entre modelos de sociedad.

Para Jeannette Jara, militante comunista, la libertad de las personas es algo que debe temerse y, por lo tanto, esa libertad debe ser reducida al mínimo. Por eso, la insistencia comunista en abolir la propiedad privada, porque ésta es el instrumento de esa libertad. José Antonio Kast, por el contrario, hombre católico, fiel a la doctrina social de la Iglesia, parte de la base de que la libertad es el arma más poderosa de que disponemos para labrar un futuro de progreso tanto para nosotros como para quienes nos rodean. Y, por eso, defiende la propiedad como instrumento primordial para procurar el bien común, porque es en ella que se ejerce la libertad. Pero, por lo mismo, siempre insiste en la primordial responsabilidad que les cabe a las personas para que en el ejercicio de la libertad sobre la propiedad tengan siempre a la vista los requerimientos del bien común.

Como sabemos, la democracia nace en la vieja Grecia clásica y ella es una de las tres formas aceptables de gobierno: monarquía, aristocracia y democracia. Pero, ninguna de ellas se justificaba por sí misma y, por eso, podían pervertirse dando lugar respectivamente a la tiranía, a la oligarquía o a la demagogia. Quien ejerciera el poder, bajo cualquiera de esas formas legítimas, debía tener una especial precaución de hacerlo bien, pues de lo contrario podía ser acusado de haberse convertido en un tirano, en un oligarca o en un demagogo y, por esa vía, haber perdido la legitimidad de su gobierno.

Sin embargo, corriendo el tiempo, se forjó un nuevo concepto de democracia, el de “democracia infalible” en virtud del cual todo lo que se hace en democracia, por ese sólo hecho, debe reputarse como bueno y perfecto. Y todo lo que se hace fuera, por ese sólo hecho, debe reputarse como tiránico y malvado. Fue la obra de Jean Jacques Rousseau, escritor ginebrino del siglo XVIII, para el cual el ejercicio libre de la soberanía por el pueblo, o por su representante en el poder, debe reputarse siempre recto: “el soberano por el solo hecho de ser, es siempre lo que debe ser” (El Contrato Social). En esa hipótesis, sólo cabe aceptar sus decisiones y jamás oponerse a ellas.

Es en esta concepción de la democracia que se desarrolla la vida política de nuestro país y, por eso, la honda preocupación que rodea a los resultados electorales. En el caso de la elección recién pasada, si triunfaba Jeannette Jara, los chilenos hubiéramos estado moralmente obligados a aceptar un modelo comunista para nuestro país.

Pero, en nuestra historia, la realidad ha sido más fuerte que la teoría. Ya en 1973 quedó a la vista que no podía aceptarse un experimento marxista como el del gobierno de entonces, porque el país estaba siendo, literalmente, masacrado. Y, por eso, la reacción del 11 de septiembre de ese año. En esta oportunidad, en cambio, se produjo una reacción previa de carácter electoral, la que nos evitó repetir el experimento marxista. Pero, no nos podemos confiar en que siempre vaya a ser así. Por eso, la imperiosa necesidad de no olvidar nuestra historia y, por lo mismo, de recordar a quienes gobiernan el viejo principio de nuestra cultura política, esto es, aquel que de cara a las nuevas monarquías que nacían en Europa a la caída del Imperio Romano, en el siglo VI d.C., proclamaba en su obra Etimologías el obispo San Isidoro de Sevilla: Rex eris si recte facias. Si non facias, non eris “Rey serás, si obrares rectamente. Si así no obrares, no lo serás”.

Es conveniente que los gobernantes de ahora tomen nota de este viejo principio y así eludan la tentación de abusar del poder encomendado en sus manos. Es que en conclusión la democracia, más que un derecho a gobernar es un derecho a ser bien gobernado, a exigir un buen gobierno y, eventualmente, un derecho a dotarse de un buen gobierno.

Que nadie lo olvide. (El Líbero)

Gonzalo Ibáñez