Ya los griegos entendían que el ser humano está movido por dos fuerzas opuestas que ellos identificaron con dos dioses, Apolo y Dionisio. Apolo, generalmente es presentado como el dios de la belleza, pero no es sólo eso. Apolo representa el orden, la mesura, el equilibrio perfecto, no le falta ni le sobra nada. Es la contención equilibrada, el ethos de la libertad, el autodominio. Dionisio, por su parte, es identificado como el dios del vino, de la borrachera, pero tampoco es sólo eso. Representa el exceso, el rebalse, la desmesura, es la imposibilidad de auto regulación y contención. Es la esencia de la esclavitud en los vicios.
Estas fuerzas están presentes en toda persona de modo permanente y la libertad humana radica en lograr ser dueño de uno mismo, autorregularse. Los llamados “ángel bueno” y “ángel malo” con los que lucha día a día todo ser personal. Para que prime el bien hay que equilibrar ambas fuerzas. Eso es lo que te lleva la felicidad. Pero estas pulsiones también aparecen a nivel social. Una cultura que anhela las virtudes de Apolo, apolínea, es una cultura que valora la belleza, el bien y la verdad. Busca la felicidad desde la mesura y logra un equilibro. Es una sociedad justa que da a cada uno lo que es de propio suyo en la que prima la armonía. Deja que la razón gobierne a la voluntad y la orienta, no se entrega a los deseos. Por el contrario, una cultura que se centra en Dionisio es una cultura desequilibrada que se entrega al exceso y abandona las ideas esenciales que conducen a la felicidad. Que acepta la mentira, el mal y le teme y odia la belleza por lo que inicia un culto al feísmo. Adora falsos dioses, “becerros de oro” y justifica las malas acciones por simple deseo o por oportunismo. Entrega su ser para que la voluntad gobierne y abandona la razón. Mucho de esto hemos visto en Chile en los últimos cuatro años, el “octubrismo” es precisamente Dionisio en acción.
Los griegos hablaban de eras de oro, plata, bronce y hierro para referirse a la decadencia de las culturas. Muchos en la historia y en la historiografía han hablado de la “Decadencia de Occidente”. Es cuando Dionisio, el exceso y lo grotesco se impone y gobierna. Pero siempre cuando todo parece oscuridad aparece Apolo y con una luz magnífica hace olvidar los males evidentes, al menos por un instante. Oxigena y permite respirar. Mirar al cielo y avivar la esperanza. Permite continuar con fe.
De la decadencia de nuestra cultura occidental hay muchas pruebas evidentes. El arte desechable y alejado de lo bello habla por sí mismo, es muchas veces un atentado contra la inteligencia. El abandono y el relativismo para con los valores esenciales que toda cultura siempre ha respetado como algo a superar, es otro gran síntoma. No todo debe cambiar, no todo cambio es bueno.
Esto es lo que vimos durante el Festival de Viña del Mar este 2024. Apolo triunfó con la mesura y belleza sublime con Andrea Bocelli, donde la Quinta tocó el cielo. Brilló con otros artistas cuyo show impecable demostró un talento merecedor de admiración en sus estilos, como fue el caso de los Bunkers, hubo música y armonía. En otros, la gracia fue puesta en duda y en algunos quedó evidencia que no había genio alguno y se evidenciaba el culto a la fealdad y el mal gusto. Pero Dionisio en su exceso apareció también al momento de nombrar desde el público a la tradicional reina del evento, ahora llamada embajadora -para no ofender-. “Naya Fácil” la “influencer” que no es precisamente un ejemplo en conducta, que ciertamente salió adelante en lo económico utilizando el medio más “fácil”, si hasta ella se puso ese nombre. Tras haber ayudado con una campaña personal en los incendios y protagonizado una serie de eventos desafortunados, fue elevada a la categoría de “reina”. Nadie tiene nada contra su persona como tal, pero no es alguien que merezca ese honor. Representa el exceso en esencia, Dionisio en gloria y majestad. La gran pregunta es ¿qué nos pasa como sociedad para enaltecer lo que no debe ser enaltecido? ¿Por qué escogemos líderes, modelos a seguir que no son héroes, sino antihéroes? ¿Qué sucede cuando se justifica el mal objetivo relativizándolo con explicaciones que pareciera que “el fin sí justifica los medios”? ¿Qué sucede cuando se abandona la Verdad y se establece que hay tantas “verdades” como sujetos, por lo que todo es válido? Eso es la decadencia. Si no hay Verdad, tampoco hay bien objetivo y todo puede ser calificado como bueno según conveniencia o voluntad. Cuando no queda ni verdad, ni bien, solo queda la belleza. Es la esperanza de redención. Eso fue lo que evidenció Bocelli con su aire puro, que desde la belleza, evocó al bien y la verdad. Es exactamente lo contrario de lo que produjo el nombramiento de la “reina” del festival. Chile debe mirar hacia arriba y aspirar a más. Eso no es en dinero, es en virtud. (El Libero)
Magdalena Merbilháa



