Las perturbaciones temu del “ultra-progresismo”

Las perturbaciones temu del “ultra-progresismo”

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Una curiosa sensación de malestar y deseos de crítica a cualquier precio recorren los mundos que se aprestan a ser oposición. Es una sensación relacionada principalmente con los vínculos internacionales del mandatario electo. Es un sentimiento de furia y extraño; pero explicable.

La verdad es que se aprecia consternación con todo cuanto ocurra en el entorno presidencial. Sin embargo, es una especie de perturbación de nivel temu. Es decir, un derroche de molestia carente de sentido y con bajo espesor.

El agobio se observa en dos niveles. Por un lado, cuestionando los aliados internacionales del nuevo mandatario y, por otro, criticando temas comunicacionales del todo superfluos.

En cuanto a esto último se observa una aguda perturbación con la foto del electo mandatario junto a la motosierra del presidente Milei. Estandartes de esta crítica han sido dos antiguas funcionarias de gobierno. Una es conocida por su afán de presentarse ante los medios actuando como si fuera responsable del dicasterio de la Fe. La otra, dedicada a erigirse en símbolo del “ultra-progresismo”. Con aires ex cátedra, ambas han dictaminado el “profundo error” que habría sido sacarse una foto con la motosierra. Se han sentido entusiasmadas ante los elogios de esos periodistas que, con mucho o poco disimulo, pertenecen al mismo sector y gozan con la descalificación mediática. “Ultra-católico”, “ultra-derechista”.

Por su parte, entre los críticos a los aliados internacionales del nuevo mandatario destacó hace unos días un panelista de televisión, quien, muy ofuscado, los satanizó y manifestó su espanto ante la sola eventualidad de que asistan en marzo a la transmisión del mando. Pronunció la lista de los que le causarían mayor indigestión si llegara a verlos en la citada ceremonia. Marine Le Pen, Donald Trump, Alice Weidel, Viktor Orban, Giorgia Meloni y el portugués Andrés Ventura del partido Chega. Quizás el tremendo escozor -muy visible en su rostro y ademanes- le hizo olvidar a uno de los más seguros asistentes, a Santiago Abascal, el líder de VOX.

La perturbación es tan fuerte como el lirismo que la acompaña. La perplejidad es tan significativa que no debiera descartarse su persistencia en los próximos meses, ampliando, desde luego, el abanico de críticas.

Por eso, esta particular perturbación -temu- sugiere algunas observaciones.

En primer lugar, se trata de pulsiones del todo esperables. Y es que las derrotas políticas, especialmente si son contundentes como ocurrió en esta ocasión, provocan inseguridades y nerviosismo. La sabia advertencia de Andreotti estará presente con fuerza en los meses venideros. El paso a la oposición genera pánico; la permanencia allí desgasta.

Son reacciones donde subyace una intuición. El vía crucis podría ser largo.

Y ello bien puede ser cierto, pues, como se ha escrito estas últimas semanas, el resultado electoral no significa un simple movimiento pendular o mecánico. Tampoco es el desenlace de un resultado predecible, como se ha señalado ex post. Si así fuese, el error es de aquellos estrategas que optaron por levantar una candidatura a sabiendas de sufrir un fracaso estrepitoso.

En tanto, un movimiento mecánico puede descartarse no sólo debido al tamaño de la derrota, sino también al monumental trasvasije de votos hacia una fuerza gravitatoria nueva como fue aquella que quedó finalmente tercera; demasiado asociada a un neo-populismo aspiracional. Hasta esta elección flotaba en el ambiente que el centro político estaba cautivo de grupos conocidos y familiares. Por lo tanto, podía moverse, pero en dirección conocida; nunca hacia actores tan lejanos. De tal manera que esta primera gran observación obliga a incardinar el desasosiego con el panorama general surgido el 14/12. Ha sido un giro de tipo espiral.

Otra observación relevante relacionada con la perturbación respecto a los aliados internacionales del nuevo presidente es la escasa congruencia que adolece la crítica con los valores democráticos.

De partida, todos los aliados del nuevo Presidente -absolutamente todos- son partícipes en sus respectivos países del juego democrático. Varios de ellos han llegado al poder venciendo en elecciones libres, universales, informadas y cumpliendo los más altos estándares. Cabe preguntarse por el motivo de la perturbación. ¿Será que ahora hay dudas sobre la calidad de las democracias europeas?

Del mismo modo, sorprende la incapacidad de verse a sí mismos en el espejo. Jamás se escuchó a estos incisivos críticos manifestar inquietudes similares a propósito de sus propios aliados internacionales. Muchos de ellos ubicados directamente en las antípodas de las libertades políticas. ¿Quedó sepultado el periplo de Fidel Castro por todo Chile durante casi cuatro semanas en 1971? Pregunta espinosa para esa izquierda con poca trazabilidad democrática.

Por cierto, el mundo no tiene nada de ideal, pero Castro volvió al país en 1996 a propósito de una cumbre y fue recibido con honores, pese a que las veces que había intervenido en política interna chilena -con posterioridad a aquel bendito viaje de los 70- ya habían sido reiteradas. Aún más, los medios de comunicación de las últimas décadas registran profusamente la fascinación por sacarse fotos, entrevistarse o darle la mano al mítico guerrillero, cuyas credenciales democráticas siempre fueron nulas y sus tropelías innumerables. Ahí están los casos Heberto Padilla, Cabrera Infante, Ochoa, Aldana, Robaina, por mencionar sólo los más recurrentes.

Inusitada algarabía provocaron las tres visitas de Hugo Chávez a Chile. En una de ellas fue festejado en el mismísimo estadio nacional. Otro tanto puede decirse de las visitas de Evo Morales; al menos, cuatro. Todas ocurridas cuando su afán de re-elección por medios poco democráticos eran de sobra conocidos. No hay antecedentes de escritos sobre lo que se conocía y no se conocía de tan conspicuos visitantes.

Una observación final, y referida a la perturbación mostrada con los temas internacionales, apunta necesariamente a la larga cautela respecto al epílogo del drama venezolano. Unos más, otros menos, los críticos han mostrado a lo largo de estos años una tremenda delicadeza para decir las cosas por su nombre. “Democracia especial”, “democracia distinta”. Y más de alguno jugó con triquiñuelas y dosis de sorna. Un candidato presidencial, ante la insistencia de una periodista, contestó: “Maduro dictador, Maduro dictador, Maduro dictador, ¿contenta?”.

Se puede concluir, por lo tanto, que los sueños perturbados y las apreciaciones exageradas no apuntan todavía a la creación de narrativas opositoras. Son propias de esos ofuscamientos reactivos cuando la utopía recién se derrumba. Pasarán todavía varios meses en que los perturbados andarán viendo demonios por doquier. Eso explica el esfuerzo por instalar una agenda llena de menudencias y chucherías. Compraventas temu. (El Líbero)

Iván Witker