Para muchas personas de derecha resulta incomprensible que un 41,84% de chilenos haya votado por Jeannette Jara. Ese comportamiento se explicaría básicamente por la combinación de factores tan poco edificantes como una injustificada idolatría por el Estado; el deseo de mantener las prebendas de los miles de funcionarios públicos que se han incorporado en estos años y sus amigos, o incluso la envidia ante quienes valoran el esfuerzo y el mérito.
Sin embargo, aunque en algunos casos estos razonamientos puedan tener un asidero en la realidad, el recurso a explicar el comportamiento de esos 5,2 millones de chilenos por una suerte de deficiencia moral no parece muy feliz. Quizá esta mirada no sea más que la contracara de la alusión a los “fachos pobres” con que una porción importante de la nueva izquierda ha intentado explicar sus derrotas de los últimos años.
¿Qué hay detrás de esos votos de Jara? ¿Cómo explicar que una candidata comunista, por muy aguada que se haya mostrado, obtenga un apoyo tan significativo? La derecha podrá haber obtenido la mayor victoria de su historia política, pero habría que ser ciego para no darse cuenta de que la distancia entre 41,84% y 50,01% no es imposible de revertir en cuatro años. También el 17 de diciembre de 2017, cuando fue elegido por segunda vez Sebastián Piñera, ondeaban banderas y se oían bocinas hasta altas horas de la noche; sin embargo, dos años después esa euforia se había transformado en rabia y decepción.
Hay que entender, entonces, a ese 41,84%. Las distintas derechas, los amarillos y los demócratas deberían intentar hacerlo. De lo contrario, nuestro futuro político seguirá amenazado por una permanente inestabilidad, como se ve en esa sucesión de gobiernos de distinto signo que ha caracterizado al Chile de los últimos lustros.
Una primera respuesta para explicar ese 41,84% es el miedo a José Antonio Kast. Muchos de esos votantes piensan que a partir de marzo tendremos algo simplemente terrible. Hasta en un modesto paradero de buses de Coyhaique podía verse un letrero que decía: “¿Almuerzo escolar gratuito? Mal acostumbrados. Con Kast el frío y el hambre forman carácter”. De formas más o menos sutiles, mensajes parecidos se vieron a lo largo de toda nuestra geografía y abundaron en las redes sociales.
Ahora bien, los temores frente a Kast y, especialmente, a algunos de sus acompañantes, justificarían anular el voto o votar en blanco. Pero de ahí a hacerlo por una comunista hay un paso muy grande. “A mí me pueden hacer votar nulo, blanco, pero no votar por Jeannette Jara”, decía en la primera vuelta Óscar Guillermo Garretón, una de las diez personas más buscadas por los organismos de seguridad a partir del 11 de septiembre de 1973. Incluso para alguien con ese pasado político votar por Jara era demasiado. Pero millones de chilenos lo hicieron.
Con todo, la alergia a Kast no es suficiente para explicar ese 41,84%. Si la candidata hubiese sido Matthei el resultado no habría sido muy distinto. Según parece, hay al menos un tercio de chilenos que siempre va a votar por el candidato que presente la izquierda, aunque el gobierno de Boric haya sido malo y nadie asegure que una futura administración de izquierda lo hará mejor.
Detrás de ese 41,84% no está la confianza en los índices de crecimiento, de inversión o de estabilidad institucional, pues nada de eso les aseguraba Jara. ¿Qué buscaban? Me parece que sus preocupaciones iban por otro lado. De partida, el grueso de ellos no son parte de las élites progresistas ni mucho menos unos radicales. De hecho, Jara obtuvo poco más de 800 mil votos en la primaria. ¿Vamos a pensar que en un par de meses 4.391.528 chilenos se volvieron comunistas?
Es muy posible que, en las mentes de gran parte de los votantes de Jara, de esa gente de trabajo que tiene una identidad de izquierda, pero respeta nuestras viejas tradiciones republicanas, estén unas preguntas y un malestar que apuntan en otra dirección: ¿No hay en nuestro país demasiada competencia? ¿No estamos obsesionados con el éxito? ¿Es precisamente esta la vida que queremos vivir? ¿Qué vamos a hacer para evitar la creciente arrogancia del dinero, la insultante actitud de quienes piensan que su fortuna, apellido o conexiones les permite recibir y entregar un trato diferente? ¿Qué lugar tienen los perdedores en todo este juego de campeones? ¿No será que el chancho que nos propone la derecha está mal pelado? En suma, ¿no podríamos hacer las cosas de otro modo?
Sabemos que votar por Jara era una pésima idea; que el gobierno del Frente Amplio ha sido un completo fracaso y que el consuelo que nos queda es que su impericia y la derrota de la fallida Convención en 2022 le impidieron hacer males mayores. Pero no nos engañemos, porque detrás de los electores de Jara hay preguntas importantes y es necesario hacerse cargo de ellas para no cometer el mismo error de la izquierda respecto de los votantes de Kast. Mientras no logremos responderlas, las alegrías como las del 17 de diciembre de 2017, el 4 de septiembre de 2022 o el 14 de diciembre de 2025 podrán ser importantes, pero siempre serán muy pasajeras. (El Mercurio)
Joaquín García Huidobro



