Editorial NP: «Depende»

Editorial NP: «Depende»

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La izquierda ha criticado con insistencia el uso recurrente que José Antonio Kast hizo del “depende” durante el reciente debate de Archi. Para sus detractores, esa palabra sería una señal de duda, de evasión o incluso de desconocimiento. Sin embargo, lo que se esconde detrás de esa crítica no es simplemente inconformidad con una respuesta poco categórica, sino una visión profundamente reduccionista de la política: la exigencia de que todo sea blanco o negro.

En especial para la ultraizquierda, que opera desde un marco ideológico rígido, las respuestas matizadas son sospechosas. Bajo ese prisma, un “depende” no sería una manifestación de prudencia analítica, sino un síntoma preocupante: o bien el candidato oculta sus verdaderas intenciones, o bien no tiene idea de qué hacer. Ambas lecturas son funcionales, por cierto, a la caricatura que buscan construir.

Pero la política —la real, no la idealizada desde la comodidad de una consigna— rara vez ofrece respuestas absolutas. Los problemas públicos se tejen en una malla compleja de causas, efectos, intereses y restricciones. Gobernar, si se quiere hacer bien, exige reconocer esa complejidad antes de tomar decisiones. Y el “depende” de Kast en el debate no fue un gesto de debilidad, sino un reflejo de esa lectura sistémica: la convicción de que un análisis apresurado puede llevar no solo a errores, sino a consecuencias trágicas.

Lo paradójico es que esta actitud, tan cuestionada hoy por sectores de la izquierda, habría sido en otro tiempo un gesto natural para la propia tradición progresista. La izquierda que alguna vez se enorgulleció de su racionalidad, de su análisis estructural y de su espíritu crítico, olvidó que sus fracasos más dolorosos ocurrieron precisamente cuando la realidad fue forzada a encajar en soluciones binarias y simplistas. Allí donde se desechó el “depende”, surgieron los dogmas; y donde hubo dogmas, terminaron emergiendo las tragedias.

No, los hechos no son blanco y negro, como tantas veces ha repetido el propio oficialismo cuando le conviene. Que hoy se critique a un candidato por reconocer esa ambigüedad revela más ansiedades ideológicas que verdaderas preocupaciones por la claridad programática.

El “depende” no es una renuncia a gobernar. Es, de hecho, el punto de partida de cualquier gobierno que aspire a tener éxito. La prensa, cuya labor es provocar reflexión y no arrinconar a los candidatos en respuestas condicionadas, debería valorar más la honestidad de admitir la complejidad antes que exigir definiciones absolutas que solo sirven para construir caricaturas. Porque si algo ha demostrado la historia política —la nuestra y la del mundo— es que las decisiones tomadas bajo presión de simplificación rara vez conducen a buenos destinos. (NP)