Pasada una semana de la elección presidencial y parlamentaria se podría pensar que ya se ha dicho casi todo. Pero, luego de tantos meses hablando y escribiendo sobre este proceso y sobre sus posibles rumbos, siento, como el narrador de El Gran Gatsby, que es posible que esté comprendiendo algunas verdades recién ahora que la fiesta terminó. Como quiera que sea, después de haber quebrado lanzas por la opción que fue derrotada de manera más inapelable, la de Evelyn Matthei, me parece justo decir lo que pienso ahora, o mejor dicho, lo que recién comienzo a pensar con la perspectiva que solo deja una elección ya realizada. Aquí empieza, entonces, un intento de ordenar esas primeras impresiones.
La primera, sobre la que voy a pasar solo volando y a mucha altura, es que todo lo que me permití decir sobre las encuestas fue corroborado por los hechos. Con la metodología que ellas utilizan es imposible acercarse a la realidad aún cuando puedan reflejar estados de ánimo en la sociedad, algo siempre útil para alimentar la campaña de marketing de un retail pero no la predicción política. Claro que alguna estuvo más cerca de esa realidad que las otras -no sé cuál y no me voy a dar el trabajo de averiguarlo- y de seguro esa casualidad va a alimentar su propio marketing.
Sobre el resultado de la primera vuelta presidencial, ahí sí hay mucho que reflexionar y mucho más, sin duda, sobre lo que significará el gobierno de José Antonio Kast que todos, incluidos la mayoría de quienes votarán por Jeannette Jara, dan como un hecho irrevocable. Pero eso vendrá en una próxima entrega de este diálogo semanal. Hoy en cambio, desde la perspectiva de quien apoyó una candidatura que no triunfó y con el cargo de conciencia de quien no fue capaz de entender lo que significaba la candidatura de Franco Parisi, quiero referirme a algo que, en mi juicio, el conteo simple de los votos entrega como evidencia inapelable.
En ese terreno, en mi opinión, lo más llamativo es que las tres candidaturas que con justicia pueden proclamarse ganadoras -José Antonio Kast, Franco Parisi y Johannes Kaiser- recibieron una votación considerablemente superior a la de los candidatos a parlamentarios de los partidos que apoyaban su postulación. Kast recibió 1.331.285 votos más que los candidatos a parlamentarios republicanos y social cristianos, Parisi 1.283.034 votos más que el Partido de la Gente y Kaiser 1.132.791 votos más que el Partido Nacional Libertario. Esa situación se dio en mucho menor medida en el caso de Jeannette jara, que solo obtuvo 234.317 votos más que los candidatos a parlamentarios de los nueve partidos que la apoyaron y fue inversa en el caso de Evelyn Matthei, que obtuvo 617.339 votos menos que los candidatos a parlamentarios de los partidos de la coalición Chile Vamos y del Partido Demócratas.
El resultado neto, entre los votos que perdieron los candidatos a parlamentarios que apoyaban a esos candidatos presidenciales y a la candidata Jara y los que ganaron quienes apoyaron Evelyn Matthei, es de alrededor de 2 millones 352 mil votos que no fueron a apoyar a los candidatos de los partidos que apoyaban a esos postulantes presidenciales. Se puede conjeturar en consecuencia, sin temor a alejarnos mucho de la realidad, que esos votos “perdidos” fueron a engrosar los 2.951,450 votos blancos o nulos que arrojó la elección parlamentaria. En suma, si bien se puede presumir que aquellos votos de la UDI, RN y Evópoli que no fueron para Matthei hayan emigrado a Kast o Kaiser, es también válido presumir que quienes votaron por Kast, Parisi, Kaiser e incluso Jara y luego no votaron por sus candidatos a parlamentarios, hayan terminado votando en blanco o nulo.
De lo que hablan estos datos y sus conclusiones (o mis conclusiones) es de liderazgos y de la debilidad o inexistencia de éstos. Muchos electores (más de un millón) de cualquiera de los tres candidatos mencionados primero, llegaron a la casilla electoral atraídos por Kast, Kaiser o Parisi, sin tener una escuálida idea de qué partidos los apoyaban o qué candidatos a parlamentarios presentaban esos partidos… y, en consecuencia, no votaron por esos candidatos. En el caso de Jara la diferencia es menor porque, ya se sabe, la disciplina en la izquierda es otra cosa, pero igual hubo personas que votaron por ella sin tener relación con los partidos que la apoyaban. Y ese desconocimiento general de la política, sus partidos y candidatos sugiere que una parte importante de esas personas (aproximadamente una tercera parte de ellos si se considera que los nuevos votantes fueron alrededor de seis millones), integraban ese contingente que la prensa terminó por llamar “votantes obligados”.
¿Y qué tienen en común esos candidatos, principalmente los tres hombres? La novedad. Son figuras nuevas y aunque, como en el caso de dos de ellos postulaban por tercera vez o en el de Kaiser es diputado en ejercicio, siguen siendo outsiders, personas ajenas al cuadro tradicional de la política tal cual ella emergió con la recuperación de la democracia. Aún más, en el caso de José Antonio Kast, probablemente mientras fue diputado por la UDI fueron pocas las personas que oyeron mencionar su nombre, nombre que comenzó a acaparar espacio periodístico sólo cuando desafió a su tienda madre hasta independizarse finalmente de ella. Incluso Jara era una perfecta desconocida antes de ser designada ministra y posteriormente cimentó su campaña presidencial en la distancia con el partido al que sigue perteneciendo.
Se ha dicho que el atractivo principal de las candidaturas de Kast, Parisi o Kaiser radica en su condición de “antisistema” o de representar un rechazo a las ideologías, lo que parece más justificado en el caso de Parisi. Se trata sin embargo de una suposición errónea. Todos ellos están perfectamente integrados y son respetuosos del “sistema”: crearon partidos políticos, postularon a cargos de elección popular y ninguno de ellos, ni en sus programas ni en sus dichos, han rechazado ni al capitalismo ni a la democracia liberal. Todos ellos, además, expresan ideologías, esto es visiones de cómo es y cómo debiera ser la sociedad. Muy bien definidas en Kast y Kaiser y mucho menos en el de Parisi, aunque en su caso su ideología sí existe y bien puede ser descrita con los términos que utilizó J. J. Brunner en estas mismas páginas: un “populismo de consumo” basado en el bienestar económico individual.
Entendidas así las cosas, claramente en el caso de los tres primeros y aún más claramente en el de Parisi, se premió en ellos su condición de no pertenecer al plantel político que emergió de la dictadura, su condición de “outsiders”, mucho más clara en el caso de Parisi que ni siquiera reside en Chile. No eran o no parecían “políticos tradicionales” (en otros países los llaman “casta” y entre nosotros fueron denominados “élite” durante el “estallido social”).
En el polo opuesto de esa condición de no ser parte de la “élite” se sitúa la posición de Evelyn Matthei, que ofrecía como prenda de garantía de un buen gobierno su experiencia y conocimiento del Estado y la política. Esa capacidad se basaba en sus años como política de primera línea y en el hecho de haber ocupado cargos en prácticamente todos los estamentos del Estado, o sea, ser parte de la “élite política”. Y eso, quizás o según yo creo, jugó en contra de ella y la llevó a situarse detrás de todos los anteriores.
¿Significa esta conclusión que el Chile que surge de esta elección es uno tan diferente del que hemos conocido hasta ahora, que repudia todas las ideas políticas y todas las ideologías excepto las que esos candidatos vencedores encarnan? No, lo que está reflejando esta votación por liderazgos nuevos es la exigencia social de una renovación del plantel político, no el fin de las ideas ni las ideologías. Algo sobre lo que todos deberemos reflexionar y principalmente los partidos políticos tradicionales que lograron sobrevivir a la elección del domingo. (El Líbero)
Álvaro Briones



