Identidad contra corriente mayoritaria

Identidad contra corriente mayoritaria

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En la antesala de la primera vuelta presidencial escribí dos columnas para entender cómo podía ordenarse la competencia. La primera propuso que, desde el plebiscito de 2022, la política chilena se había reestructurado alrededor del eje Apruebo/Rechazo en reemplazo del antiguo clivaje democracia/dictadura. La segunda planteó que la competitividad de Jeannette Jara dependería de su capacidad de instalarse de manera creíble en la centroizquierda, y que cualquier ambigüedad en ese tránsito podría afectarla.

Con los resultados de la primera vuelta ya disponibles, vale la pena revisitar ambas tesis con miras a lo que pueda pasar en la elección definitiva de diciembre.

Recapitulando, la primera tesis, la tesis del nuevo clivaje, planteaba que el país habría quedado dividido en función de la experiencia constitucional: por un lado, quienes impulsaron y justificaron el ciclo transformador de 2019-2022, y por el otro, quienes lo resistieron y rechazaron. La idea era que la elección presidencial funcionaría como una continuación del plebiscito, más que una disputa sobre la herencia de la transición. Naturalmente, se argumentó, quienes se alinearan correctamente con ese eje tenderían a obtener mejores resultados, y quienes insistieran en marcos anteriores quedarían rezagados.

Hoy, esa lectura encuentra respaldo. Jara no se alineó correctamente con el clivaje y perdió en grande. Insistió en interpretar la contienda desde el eje democracia/dictadura, lo que fue evidente en la centralidad que tuvieron sus discursos sobre dictadura, autoritarismo y “amenazas regresivas”, y terminó obteniendo la votación más baja para una candidatura de izquierda en casi un siglo. Si el antiguo clivaje siguiera siendo decisivo, su estrategia habría rendido bastante más que el 27% obtenido.

Otra cosa que refuerza la tesis del reemplazo es la diferencia entre la votación de Jara y el Apruebo de 2022. En efecto, la candidata del PC obtuvo once puntos menos que el 38% que representó el Apruebo el 4S, demostrando su incapacidad para convocar a ese mundo. Al mantenerse distante, e incluso sospechosa, frente a las ideas del proceso constituyente, y al no incorporar elementos considerados centrales por los actores del 4S, renunció en la práctica a una base natural que, al menos en teoría, le habría permitido acercarse al 40%.

Un tercer resultado que parece confirmar el reemplazo del clivaje es el comportamiento del electorado de Parisi. Con cerca de un quinto de los votos, este grupo decidió de forma completamente ajena al eje histórico. La magnitud de ese voto, sumada al 50% de la derecha, muestra no solo que al electorado chileno le importa poco la narrativa de la transición, sino también que sus decisiones están hoy más ancladas en preocupaciones materiales que ideológicas.

En este contexto, insistir en el eje democracia/dictadura no solo terminó alejando a Jara de las preocupaciones centrales de los votantes, sino también de los votos de protesta o transaccionales que podría haber capturado con una estrategia mejor alineada.

La segunda tesis, la tesis del caballo de Troya, sostenía que Jara necesitaba moverse hacia la centroizquierda para ampliar su electorado, sin levantar sospechas en el centro ni perder credibilidad en la izquierda. La idea era que, precisamente por su trayectoria, su capacidad de instalarse con autenticidad en el centro sería limitada, y que como efecto sería vista como ambigua, falsa o incluso hipócrita por la izquierda, debilitando su credibilidad y dinamitando su candidatura. Su larga trayectoria como militante comunista, se argumentó, le complicaría seriamente hacer la transición, ya que la dejaba estructuralmente presa de su pasado.

Esa idea también encuentra apoyo en la evidencia. Al final, es evidente que Jara no logró alinearse ni con la izquierda ni con la centroizquierda de manera convincente. A pesar de gestos y matices discursivos, su desplazamiento fue percibido como insuficiente: no ofreció un marco programático claro ni presentó rupturas significativas con su trayectoria. Esa ambigüedad produjo una confusión que la dejó incluso por debajo de la aprobación promedio del gobierno, que ronda el tercio. Si Jara hubiese logrado consolidarse como candidata del oficialismo, habría al menos capturado la base ideológica inflexible.

Por lo demás, el desenlace también es consistente con una candidatura que careció notoriamente de respaldos relevantes. De hecho, ninguna figura de peso medio alto estuvo dispuesta a avalar su apuesta. Y, salvo contadas excepciones, su equipo de campaña fue uno de los más débiles que ha tenido una candidatura competitiva en décadas. Basta ver el daño provocado por su propio jefe de campaña para entender por qué la candidatura no creció con el tiempo, y terminó atrincherándose en los caprichos y tincadas de un diagnóstico erróneo.

Finalmente, el fracaso de la estrategia de asimilación también se puede observar en la incapacidad de la propia candidata para asumir una identidad propia. El haber intentado suavizar su historia en el Partido Comunista, no solo generó incomodidad por dentro, sino que también dudas sobre su verdadera naturaleza por fuera. En definitiva, terminó dejando un mensaje vago y cambiante sobre su verdadera historia y lo que representaba, reforzando la idea central de la segunda tesis: que su historia la volvería incapaz de presentarse bajo una luz distinta sin perder coherencia.

Leídas juntas, las dos tesis ayudan a entender de buena manera el desenlace de la primera vuelta. Jara no logró anclarse en el clivaje dominante ni afirmarse en una identidad política clara. No fue la candidata del Apruebo, ni la del gobierno, tampoco la de la centroizquierda, y menos la del progresismo o la izquierda. Su candidatura quedó suspendida entre al menos dos mundos que nunca logró reconciliar, lo que sin duda debilitó su credibilidad y limitó su proyección.

En contraste, el mejor posicionado Kast se ubicó con claridad en el nuevo clivaje, sincronizando su discurso con la mayoría cultural que emergió como respuesta al estallido social y al fracaso constituyente, y también con la larga lista de prioridades actuales en materia de seguridad, economía y orden. A diferencia de Jara, Kast tampoco cargó con dilemas identitarios durante la campaña: se mostró consistente con lo que ha hecho y pensado toda su vida política, evadiendo por completo toda pregunta sobre su verdadera naturaleza.

De cara a la segunda vuelta, la dicotomía se proyecta. La insistencia de Jara en asociar a Kast con la dictadura solo la aleja del electorado moderado, independiente y del mundo de Parisi, que no solo son imprescindibles para construir una mayoría, sino que han demostrado repetidamente no votar según ese entendimiento histórico.

Al mismo tiempo, su insistencia en escapar de su propia naturaleza, en vez de usarla para construir una identidad política reconocible, solo la dejará más distante de un electorado que hoy premia la honestidad por sobre la ideología. (Ex Ante)

Kenneth Bunker