País segmentado

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A comienzos de año, el escenario más esperable era una segunda vuelta entre Tohá y Matthei: dos mujeres moderadas, con trayectorias notables y equipos sólidos. Hoy parecen más bien representantes de un tiempo anterior. La elección del domingo, se ha dicho, reveló una fuerza inusitada de la derecha, un fracaso colosal del impulso transformador de Boric, la disrupción del desconocido mundo Parisi y el entierro definitivo de la configuración política de la transición.

Pero la elección mostró también la consolidación de un panorama político crecientemente complejo. Primero, la candidata con más votos apenas llega al 27%. Algo similar ocurrió en 2021, dejando atrás los tiempos en que el ganador se acercaba al 40% o hasta al 50% de los votos, reflejando una amplia base de apoyo “propio”.

Segundo, las diferencias regionales se profundizan. Entre 1989 y 2017, el ganador de la primera vuelta ganaba en todas y cada una de las regiones; la excepción fue Lagos-Lavín, que, por ser muy estrecha, las dividió más o menos en mitad y mitad. Eso también se quiebra en 2021, aun cuando Boric terminara después con un amplio triunfo. Entonces las regiones se repartieron 10 para Kast, 4 para Boric, 1 para Parisi y 1 para Provoste. Este año ya no solo se reparten mayoritariamente entre dos, con una salpicada por aquí y otra por allá, sino que equitativamente en tres: Kast 4, Jara 5, Parisi 5.

Tercero, se consolidan diferencias crecientes entre el mundo urbano y rural, que habían aparecido fuerte en 2021. El resultado de Jara fue muy superior en las ciudades grandes, incluso en las regiones donde perdió rotundamente. Quizás como reflejo de las llamadas batallas culturales, quizás porque el progresismo se ha vuelto cada vez más un fenómeno universitario, el mapa empieza a parecerse al de las elecciones en EE.UU., con sus populosos bolsones azules sobre un rojo mar.

En conjunto, estas tendencias hablan de un país segmentado políticamente, donde se vuelve difícil encontrar proyectos unitarios y donde unos y otros no nos entendemos (y, quizás, hasta no nos vemos). No parece casual que estos cambios se manifestaran a la par de la fragmentación de nuestro Congreso, tras el fin del sistema binominal.

Como sea, la nueva Cámara tendrá 17 partidos, algo menos que los 22 de 2021, pero no se avizoran negociaciones fáciles. Las bancadas tienden a ser frágiles cuando no identifican a un grupo relevante y leal de la población. El Partido Republicano, el que mejor lo hace, alcanza el 7% (cuando Aylwin asumió, un tercio del país se consideraba democratacristiano). Y la llave para los acuerdos estará en manos del volátil Partido de la Gente, comandado por la volátil diputada Jiles.

Kast, el ganador más seguro, se ha puesto expectativas altas en seguridad, la mayor prioridad ciudadana. Pero en el mediano plazo, las policías, los gendarmes, los fiscales y el sistema judicial serán los mismos. Y la peligrosa mano dura puede sonar atractiva, pero ahí está Ecuador, fracasando en ese camino. Nuestros últimos presidentes han pasado a tener más detractores que simpatizantes dentro de su primer año. Son cosas que vale tener presentes para lo que viene. (El Mercurio)

Loreto Cox