A solo semanas de la elección presidencial, la derecha tradicional y el oficialismo intensifican sus movimientos para conquistar un electorado que ha dejado de votar en bloque, pero cuya influencia se vuelve decisiva: la población evangélica y protestante. Los últimos datos del Panel Ciudadano-UDD confirman que este segmento se ha convertido en una pieza fundamental, especialmente tras el restablecimiento del voto obligatorio, que podría movilizar hasta dos millones de electores.
El estudio, basado en el promedio de sus cuatro mediciones más recientes, revela un claro liderazgo del abanderado republicano José Antonio Kast, quien capitaliza el 30% de las preferencias en este nicho. Su ventaja es categórica y evidencia la efectividad de su estrategia de acercamiento progresivo.
En la segunda posición se ubica el líder del Partido de la Gente (PDG), Franco Parisi, con un respaldo del 14%. Esta cifra subraya la capacidad de Parisi para conectar con un público que, según analistas, se superpone con las nuevas clases medias, donde la presencia evangélica es particularmente fuerte.
Detrás, la contienda se estrecha hasta un triple empate técnico en el 11% de las preferencias, donde convergen el candidato libertario Johannes Kaiser (PNL), la candidata de Chile Vamos Evelyn Matthei (UDI) y la carta oficialista Jeannette Jara (PC). Esta paridad refleja la profunda fragmentación que hoy caracteriza a este grupo de votantes.
La relevancia de este bloque no es menor. El Censo 2024 cifró en 2.4 millones de chilenos mayores de 15 años los que se reconocen como evangélicos o protestantes, un 16,3% de la población. Con el voto obligatorio, la participación proyectada se acerca a los dos millones, transformando a este grupo en un árbitro potencial en un escenario electoral reñido.
Académicos como Marco Moreno (UCEN) son enfáticos: el voto evangélico dejó de responder a un liderazgo único o a una directriz doctrinaria. Hoy se le define como un voto «moral y territorial», que exige a los candidatos una mezcla de convicciones conservadoras en temas valóricos, junto con demandas muy concretas de orden y seguridad.
Pese a la dispersión, el liderazgo de Kast se explica por un acercamiento que data de 2017 y una estrategia de integración estructural. Su comando ha sabido integrar a líderes y pastores, sumando a evangélicos en puestos clave de la orgánica partidaria, como la secretaría general y la vicepresidencia. Este esfuerzo rindió frutos en las últimas elecciones, donde el Partido Republicano obtuvo un apoyo promedio del 42,8% en las comunas con mayor concentración evangélica.
Un espaldarazo político fundamental para Kast ha sido la alianza con el Partido Social Cristiano, el cual le asegura una base territorial sólida, especialmente en regiones de fuerte arraigo evangélico como el Biobío.
Franco Parisi, en tanto, ha focalizado su estrategia en la dimensión social de las iglesias. Su propuesta más bullada es la creación de un «batallón evangélico» al interior de las cárceles, complementado con la promesa de destinar US$30 millones a fundaciones de iglesias dedicadas a la rehabilitación de drogas, la reinserción y la lucha contra la prostitución. Esta agenda, orientada a la recuperación y la ayuda social, conecta fuertemente con las bases evangélicas en estratos sociales medios y bajos.
En el oficialismo, la carta del Partido Comunista, Jeannette Jara, ha trabajado para tender puentes a través de la figura del alcalde de La Cisterna, Joel Olmos. Su foco ha sido institucional, comprometiéndose a elaborar propuestas que fortalezcan la independencia y la gestión patrimonial de las iglesias, así como mejoras en las pensiones de pastores y obispos.
Por su parte, Evelyn Matthei y Johannes Kaiser también realizan movimientos dirigidos a este público. Mientras el abanderado libertario ha sostenido encuentros evangélicos en todas sus paradas de la «Ruta 4K», Matthei ha agendado una visita a la masiva iglesia Cristo Tu Única Esperanza en Cerrillos, un gesto que busca demostrar cercanía a una de las congregaciones más grandes del país.
En definitiva, la campaña ha evidenciado que el voto evangélico no tiene dueño. Su poder de fuego está en su volumen y en su composición moral y territorial, obligando a todos los aspirantes presidenciales a salir de sus comodidades y conquistar un nicho que bien podría definir los márgenes de la segunda vuelta electoral. (NP-Gemini-Ex Ante)



