Hora de pagar la cuenta-Claudio Hohmann

Hora de pagar la cuenta-Claudio Hohmann

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Hace seis años, no hace tanto en el lapso de nuestras trayectorias vitales actuales, Chile se aprontaba a vivir uno de esos momentos que se graban a fuego -en este caso se diría literalmente- en la historia de un país, y desde luego también en nuestras propias biografías. Aunque no era un año especialmente feliz, las fiestas patrias de 2019 se celebraron alegremente y nada hacía prever ese miércoles 18 que un mes después iba a acaecer la peor revuelta social que hayamos vivido los chilenos en décadas -y que posiblemente no vayamos a volver a vivir en el futuro previsible.

De pronto, cuál súbita erupción de un volcán dormido, la nación se volvió una pira ardiente que parecía no poder apagarse transcurridos días y semanas desde su estallido el aciago viernes del 19 de octubre. Increíblemente, una mayoría de los chilenos creía que, después de todo, había razones que justificaban semejantes incivilidades, desmanes y saqueos. Incluso hubo intelectuales que intentaron inteligir esa violencia desatada como la manifestación fehaciente entre nosotros de la partera de la historia. Los demás callaron, rendidos ante el incontrarrestable tamaño de la evidencia. Ahora, en cambio, no son pocos los que se preguntan -con un dejo no ajeno a la sospecha- cómo pudo producirse entre nosotros un estropicio de esas proporciones.

Lo que nació entonces fue lo que, a falta de otro nombre, conocemos como el octubrismo, anegado de anomia y ánimos refundacionales. Fueron días en que una parte no menor de la sociedad chilena pareció querer deshacerse de la institucionalidad que le había dado al país sus mejores años apenas ayer, dejándose llevar por las corrientes destituyentes que desbordaron las calles y las plazas, incendiando a su paso iglesias, monumentos y edificios públicos. Ahora sabemos que incluso en las jornadas más violentas del estallido social el propio palacio presidencial estuvo a un tris de ser invadido por hordas febriles que lo asediaban por los cuatro costados.

Pero, de pronto, el octubrismo comenzó a perder aceleradamente el apoyo social del que disfrutó -o creyó disfrutar- en sus inicios. Antes de tres años, en septiembre de 2022, la propuesta constitucional elaborada al calor de sus consignas delirantes y desmadradas fue ampliamente derrotada en las urnas, decretando el fin de una vida política corta y turbulenta. El intento de institucionalizar el estallido social por la vía constitucional fracasó estruendosamente en el impecable ejercicio democrático del plebiscito de salida.

Para entonces quedaban apenas vestigios del apoyo popular que pareció conferirle una incomprensible legitimidad al octubrismo. Ahora ya nada queda de eso. Los estudios de opinión pública muestran el hondo distanciamiento que ha tomado la sociedad chilena con ese acontecimiento virulento del que se mostró inicialmente, una parte de ella por lo menos, hasta comprensiva y condescendiente.

El fin del gobierno del Presidente Gabriel Boric es, en más de un sentido, la clausura definitiva del ciclo octubrista, anticipada en el referéndum de 2022. Lo sucederá un nuevo ciclo liderado por la derecha, que -todo lo indica- será elegida en diciembre para gobernar su tercer mandato presidencial desde la recuperación de la democracia en 1990. Las dos derrotas, la que se verificó hace tres años y la que se aproxima en poco más de dos meses, por guarismos considerables, dejará al progresismo inerme, carente de un relato capaz de hacerle sentido a una sociedad que todavía no renuncia a la esperanza del desarrollo pleno, esa meta que pareció desaparecer de nuestro horizonte en los desventurados días del octubrismo.

El error histórico de ofrecer refundación y decrecimiento a un país que requería justo lo contrario -modernizar sus mejores instituciones y superar el estancamiento económico- le pasará una pesada cuenta a la izquierda chilena, sobre todo a su vertiente frenteamplista. No se trata sólo de votos, sino que del ideario de la derecha -orden, crecimiento, oportunidades- que, vaya paradoja, se ha instalado ya sin contrapeso en la sociedad chilena. Quién lo habría dicho cuando no hace tanto que se quiso refundar la nación al son del octubrismo. (El Líbero)

Claudio Hohmann