La ampliación excesiva del concepto de seguridad nacional conlleva riesgos de azuzar el empleo de las fuerzas armadas en todo tipo de tareas, y no dejarlo en manos de una policía especializada, como la preparación de unidades especiales de Carabineros. No ignoro que lo que sucede en La Araucanía desde hace unas tres décadas es un típico conflicto de muy baja intensidad, pero real y larvado. La insurgencia emplea principalmente técnicas de terrorismo, y no de ataques armados a las fuerzas regulares, con excepciones como el asesinato de tres carabineros el año pasado. Aun así, el empleo prolongado de fuerzas armadas implica desgaste y abandono de otras misiones. Nadie ignora que hay “causas profundas” en este conflicto, o así se asegura. Pero, ¿dónde no se puede decir que un conflicto carece de causas profundas?
Existe un relativo apoyo a un mayor presupuesto en todo lo que tenga que ver con seguridad interna, producto del cambio drástico en seguridad que ocurrió en Chile en los últimos años, si bien precedido por una lenta evolución. De la seguridad externa poco se habla, ya que corresponde a una actitud de la orientación internacional de Chile que ha calado un tanto en los sectores responsables del siglo XX, y se diseñó tanto un equilibrio regional como la inserción en el equilibrio global de las grandes potencias, que no ha sido nada de desfavorable para el país a lo largo del siglo XX; como la estricta obediencia al principio de respeto de los tratados, fundamento de la convivencia con el entorno vecinal en todas partes, pero que nos toca especialmente.
Entendiendo que en esta vida todo es precario, el sistema internacional post Guerra Fría mantuvo, gracias al predominio de las democracias desarrolladas y por el liderazgo limitado de Washington, un relativo equilibrio creativo en gran parte del mundo. Las cosas han cambiado hacia una rivalidad geopolítica, aunque ello todavía no es algo absoluto. Cierto, el surgimiento, sobre todo, del mundo confuciano ayudó a modificar drásticamente el panorama, no sin que antes las democracias desarrolladas comenzaran a precipitarse en una espiral de confusión por una crisis política interna.
Esta situación revierte sobre todo el orbe, modificando el centro de gravedad, no de manera absoluta por ahora, pero sí en un grado significativo. También sobre nuestra América, en lo cual ningún “sur global” ni menos BRICS nos ayudará en lo más mínimo, salvo declaraciones estentóreas. Ante el giro no absoluto pero concreto hacia una primacía de lo geopolítico, nuestro país estará en una posición más vulnerable, a pesar de las sonrisas alegres y ciegas que provocan las desazones del antiguo Occidente. En este sentido la historia, configuración y localización de Chile nos hacen especialmente vulnerables. La seguridad interna y externa requerirá de ingentes recursos.
Esto puede esperar alguna comprensión de la ciudadanía, pero ante cualquier escasez se harían fuertes las protestas. ¿Hay modo de salir de la encrucijada? Amén de la estricta observancia de los planes cuatrienales, solo el crecimiento del producto de manera sostenida puede revelar como creíble el financiamiento y que al mismo tiempo sea compatible con el mejoramiento de otras esferas, igualmente importantes.
De allí que en las elecciones que se avecinan es necesario que los votantes juzguen serenamente cuál proyecto, persuasión política o personalidad ofrece una alternativa que sea a la vez realista, con buenos antecedentes y con la imaginación atinada para que no nos deje atrás el tren de los cambios globales y nos permita insertarnos en la mejor forma posible. (El Mercurio)
Joaquín Fermandois



