Esta semana se cumplió un año desde el polémico caso Monsalve, hito que remeció, desde sus entrañas, al gobierno «feminista» de Gabriel Boric. El caso, que si bien monopolizó el debate público hace un año, hoy permanece bastante silenciado a pesar de presentar algunos interesantes cabos sueltos. Muchas interrogantes siguen abiertas, como el uso que el exsubsecretario pudo haber dado a los gastos reservados y su supuesta vinculación con una expareja de la denunciante, quien aparentemente lo habría contactado para difundir material íntimo de la afectada. Si bien, ambas cuestiones se encuentran aún desformalizadas, no deja de ser llamativo el «desinterés» mediático frente a un caso que constituye una herida infame en la credibilidad frenteamplista.
Con todo, la trascendencia de recordar el caso está en que es un claro ejemplo de la frivolidad con la que temas de altísima relevancia han sido manejados por la actual administración. No se puede olvidar que, al conocerse esta noticia, Gabriel Boric y su equipo, se vieron cuestionados, tanto por la inconsistencia de sus principios y el mal manejo de la situación. En ese momento, la ciudadanía fue testigo de la disolución de una fuerza que pregonaba, desde la superioridad moral, un discurso vacío, sin verdaderas convicciones ni principios rectores de la propia ética. Pero su importancia no sólo reside allí. El Frente Amplio y sus colegas llegaron al poder bajo la retórica de la igualdad social, incluyendo la lucha feminista del empoderamiento femenino. Relato que fueron incapaces de sostener cuando uno de los perpetradores (que según sus propios estándares -como el «amiga yo te creo»- ya correspondería a dicha definición categórica), era parte de ellos mismos. El Frente Amplio utilizó las consignas feministas para alcanzar el poder, mientras debilitaban ciertos fundamentos angulares de la democracia y de la libertad, como la presunción de inocencia y la igualdad ante la ley.
El caso Monsalve nos enseñó muchas cosas. Independientemente de cual sea el resultado judicial, este proceso ha demostrado que el Frente Amplio no les cree a todas, o quizás, no todas son sus amigas. Señala también que, una simple acusación no es suficiente, porque no siempre las mujeres somos víctimas. Refuerza que una ideología o grupo no exime de la maldad ni el error y que, por lo mismo, hay tradiciones que nos superan individualmente. El progresismo intentó debilitar el arraigo político a principios fundamentales de la democracia, como la igualdad ante la ley y la presunción de inocencia, bajo el pretexto de ser ellos los portadores de una verdad selectivamente revelada.
Asimismo, el aniversario del caso Monsalve viene a invitarnos a reflexionar sobre la importancia de principios fundamentales de las democracias liberales, y nos exige decidir si renovaremos nuestro compromiso con estos. Tendencias como la ideología de género han calado muy hondo en nuestra institucionalidad, no sólo afectando el progreso de las libertades, sino oscureciendo el funcionamiento de sistemas cuya función es resguardar la dignidad individual de los ciudadanos. Recordar el caso Monsalve, nos conecta con otras situaciones que iluminan la peligrosa insensatez del derrotero progresista. Hoy por hoy, en Chile, el flagelo de la ideología de género azota el sistema judicial chileno bajo la forma de denuncias falsas. Una aparente nueva tendencia, movilizada por poderosas fuerzas humanas, sin un real beneficiario; afectan la eficiencia del sistema penal, destruye vidas humanas, quizás para siempre; y, por su puesto, viola las posibilidades de una infancia tranquila de aquellos niños que, utilizados, son protagonistas de una estrategia cada vez más recurrente en nuestro sistema penal.
Por ejemplo, el periodista Javier Rebolledo, en su obra Falsas Denuncias entrega los hallazgos de acusaciones de abuso sexual infantil perpetrado, supuestamente, por sus padres. Práctica, que cada vez se utiliza más como una estrategia penal y de negociación en juicios familiares, flagelando el funcionamiento de un sistema que se atocha, impidiendo su funcionamiento adecuado en la solución de casos verdaderamente graves y urgentes. Lo que Javier Rebolledo publica en este libro, abre una ventana a un mundo aún desconocido; pero cuyos efectos pueden ser inconmensurables para nuestra sociedad. La preocupación por el fenómeno de denuncias falsas no es una cuestión política, ni de derechas o izquierdas, sino de la defensa de principios, que, como la igualdad ante la ley y la presunción de inocencia, han sido fundantes del respeto al individuo, la democracia y el progreso en nuestro país.
En Chile y en el mundo, el progresismo amenaza con destruir muchos de los avances que nos han permitido seguir la senda del progreso y la civilidad. Entender cómo estas ideas pueden afectarnos, permite darnos cuenta de que el juego político y cívico no deben tomarse a la ligera. Estos no deben dejarse seducir por modas, que se vuelven desechables cuando tardíamente vemos sus lamentables efectos. La comprensión y la defensa de principios no es un mero gusto personal en búsqueda de la satisfacción de pulsiones heroicas. Las ideas modifican las realidades, por lo que sus consecuencias son dignas de ser consideradas.
La esencia de la democracia liberal está en la protección del Estado de derecho, el cual se sostiene y regula sobre máximas fundamentales. Estas pueden ser varias, pero se inspiran sobre el convencimiento del valor de la libertad humana, motivándolo a proteger, con ello, la propiedad en el sentido más amplio del término. De esta manera, la igualdad ante la ley surge como una regla simple, pero eficiente en la defensa de la dignidad humana. Esta convierte el resguardo del principio de presunción de inocencia en un compromiso cuya defensa, no puede doblegarse ante el colectivismo oportunista. (El Líbero)
Antonia Russi



