La escalada de tensiones entre Estados Unidos y Venezuela, manifestada en persecuciones navales y movimientos de tropas, va más allá de la lucha contra el narcotráfico. Según expertos, el conflicto refleja una competencia geopolítica más amplia por la energía y la influencia en la región, especialmente ante el futuro incierto del régimen de Nicolás Maduro y el resurgimiento de viejas disputas territoriales con Guyana.
El auge petrolero de Guyana, impulsado por empresas estadounidenses como ExxonMobil y Chevron, ha llevado a Venezuela a reactivar sus reclamos sobre territorios guyaneses con el objetivo de acceder a las nuevas reservas de crudo. La presencia militar estadounidense en la región tiene el doble propósito de proteger las inversiones de sus empresas y estar preparados ante una posible invasión venezolana de Guyana.
Mientras Guyana experimenta un auge en su producción, la industria petrolera venezolana se encuentra en declive debido a la mala gestión interna de la empresa estatal PDVSA y a las sanciones impuestas por Estados Unidos. Este escenario ha beneficiado a China, que se ha convertido en el principal comprador de crudo venezolano, obteniendo petróleo a precios bajos a través de una «flota oscura». La cooperación entre ambos países se ha intensificado, con acuerdos que buscan aumentar la producción venezolana y reforzar la influencia de Pekín en América Latina como contrapeso a Washington.
Ante este panorama, Maduro busca acercarse a Europa para sortear las sanciones estadounidenses y encontrar nuevos mercados. Sin embargo, las empresas europeas, como la española Repsol, se mantienen cautelosas debido a las restricciones impuestas por Washington y a las graves violaciones de derechos humanos y el presunto fraude electoral del gobierno de Maduro, lo que mantiene a Europa como un simple espectador en esta disputa de poder entre Estados Unidos y China. (NP-Gemini-DW-Tobías Käufer)
