El 4 de septiembre como fecha fundacional

El 4 de septiembre como fecha fundacional

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El plebiscito del 4 de septiembre de 2022 marcó el nacimiento de un nuevo clivaje en la política chilena. Desde entonces, la dinámica política se organiza menos en torno a la vieja dicotomía dictadura/democracia y más alrededor de una división distinta, entre quienes impulsaron y justificaron transformaciones profundas por un lado, y quienes rechazaron el impulso refundacional por el otro. La votación, entonces vista como el simple cierre del primer ciclo constituyente, ahora puede ser considerada la fecha fundacional que sin duda condicionará el mapa político del país en las próximas décadas.

Este tipo de rupturas no es extraño en la historia chilena. La política nacional ha estado marcada por varios quiebres, coyunturas críticas que reordenaron la competencia electoral: desde la fisura clerical-anticlerical en la década de 1850, hasta el conflicto de clases a la vuelta del siglo, la naciente relevancia de los sectores rurales cincuenta años después, y, más recientemente, el plebiscito de 1988.

Si bien todas estas fracturas han sido diferentes en su naturaleza, tienen en común que cada una generó un clivaje que estructuró la competencia partidaria en distintos bloques. Y si bien cada clivaje fue reemplazando al anterior, ninguno desapareció completamente; todos permanecieron subyacentes como referencia histórica, aún ejerciendo cierta influencia en el sistema de partidos.

Mientras que el clivaje que organizó la política chilena durante más de treinta años sigue influyendo en el sistema político, hoy se puede decir que ya no ocupa el lugar central. Hoy, la fecha decisiva es el 4 de septiembre de 2022.

El efecto más inmediato de la victoria del Rechazo fue la reorganización del sistema de partidos en cuatro polos claramente diferenciados, que, si bien estaban incipientes, se lograron congelar a partir de ese hecho.

A la izquierda, el Partido Comunista y el Frente Amplio consolidaron su posición como referentes del discurso transformador. Aunque derrotados en el plebiscito, lograron instalarse como custodios de la “promesa incumplida” y podrán perfectamente usar eso para reconfigurar su narrativa en el futuro. En el extremo opuesto, el Partido Republicano capitalizó el rechazo con notable rapidez. Su ascenso en 2023, cuando sorprendió a todos en la elección de constituyentes, simplemente no puede comprenderse sin el plebiscito, que no solo les otorgó visibilidad sino que los proyectó como la voz más clara de la oposición al proceso constituyente.

Los bloques tradicionales, a su vez, siguen existiendo, pero quedaron atrapados entre los dos extremos. La ex Concertación, debilitada desde hace más de una década, perdió definitivamente la centralidad que había tenido en la transición. Chile Vamos, por su parte, quedó tensionado entre los acuerdos parlamentarios (como por ejemplo los que se hicieron para permitir la reforma al sistema de pensiones) y la presión de una derecha más extrema. Ambos cumplen, y cumplirán, un papel relevante en la gobernabilidad del Congreso, pero carecen de la fuerza política para definir el rumbo. El sistema, en consecuencia, parece congelado en cuatro bloques con relaciones tensas y con escaso margen para innovar en el mediano plazo.

El impacto sobre el gobierno de Gabriel Boric fue aún más directo. La administración que había apostado todo su capital político al triunfo del Apruebo no solo quedó debilitada en su capacidad de gestión diaria, reduciendo su margen de maniobra y debilitando su agenda, sino que además instaló dudas sobre si un programa de transformaciones más profundas era necesario o no.

Así, el 4 de septiembre no solo influyó en lo que pasó en los años inmediatamente posteriores, sino que además marcó la percepción ciudadana y la memoria histórica de las personas que confiaron en un sector político a ciegas y quedaron decepcionadas, con serias dudas sobre su capacidad de cumplir sus promesas.

Más allá de la contingencia gubernamental, el plebiscito de 2022 también produjo un cambio cultural significativo. Desde la transición, la política chilena había estado asociada a la capacidad de construir grandes acuerdos institucionales. El fracaso de 2022 debilitó esa confianza. Instaló la idea de que los procesos refundacionales no garantizan mayor legitimidad y que, por el contrario, pueden profundizar problemas que ya existen, como ha sido claramente el caso en términos económicos y de seguridad pública.

Lo que quedará en la memoria, en este aspecto, es que ideas o conceptos como Dignidad, usados para justificar transformaciones, suelen traer consecuencias insospechadas y nocivas para la estabilidad y gobernabilidad. De ese modo, el “Rechazo” no solo terminó con la ingenuidad de los votantes, sino que renovó la antigua preferencia de los chilenos a favor de las soluciones incrementales.

Finalmente, el 4 de septiembre de 2022 dejará además un efecto de largo plazo en el plano generacional. Para quienes votarán por primera vez en la elección de 2025, la experiencia política decisiva no será el golpe de 1973 ni el plebiscito de 1988, sino el Rechazo de 2022. Se trata de un cambio profundo: la memoria política de las nuevas generaciones ya no se organiza en torno al clivaje dictadura/democracia, sino en torno a la aceptación o rechazo de transformaciones institucionales, sabiendo que conllevan riesgos no declarados.

Sin duda, esta nueva mentalidad traerá fuertes consecuencias no solo sobre la forma en que se configuren las identidades políticas, sino sobre el tono del debate político y los resultados legislativos.

En resumen, el Rechazo de 2022 no solo terminó un proceso constituyente y abrió otro, sino que transformó irreversiblemente el mapa político, ideológico y electoral del sistema de partidos chilenos. Reorganizó el sistema en cuatro bloques, debilitó al gobierno que lo promovía, sembró escepticismo respecto a los grandes proyectos institucionales y, finalmente, reconfiguró la memoria política de los votantes más jóvenes, que están más preocupados de lo que viene, que de lo que ya pasó.

Cincuenta años después del golpe militar, septiembre sigue siendo el mes de las divisiones políticas en Chile. Pero para una parte creciente del electorado, la fecha decisiva ya no es el 11, sino el 4. Ese será el referente con el que comprenderán la política nacional y desde el cual evaluarán a partidos y gobiernos. Clivajes del pasado seguirán presentes, dividiendo a liberales y conservadores, y a la derecha de la izquierda, pero el clivaje dominante es el que se dio el 4 de septiembre de 2022, que no solo cerró una era, sino que abrió la actual. (Ex Ante)

Kenneth Bunker