Esta columna analiza la confusión ideológica contemporánea, comparándola con una “torre de Babel” política. Examina la disolución de categorías clásicas en izquierdas y derechas, revelando escenarios marcados por incertidumbre y desorden comunicacional.
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La nota es sobre las confusiones ideológicas en la esfera política; es decir, en el plano de las ideas y visiones de mundo, los relatos y enunciados declarativos, la memoria y los futuros imaginados, los medios de comunicación y las redes sociales, los partidos y el Congreso Nacional, la intelectualidad y los mandos medios del diarismo de opinión, el alto clero funcionario y los technopols, la academia, sus entornos y la blogósfera.
Estos ambientes están especialmente agitados en Chile, en estos días de intensa competencia electoral y discusiones programáticas, de influencers en las redes y el espacio público, de lecturas entrecruzadas y proliferación de polémicas, de conversaciones en la radio y televisión, sesudas entrevistas de prensa y andanadas críticas subsecuentes.
Es la vieja imagen de la ciudad donde se levanta la torre de Babel. Hay confusión de las lenguas, dispersión de significados, batallas culturales. Y la política está condenada a reflejar ese desorden a través de la interminable lucha de interpretaciones.
El fenómeno Babel afecta a izquierdas y derechas y, es sabido, cuando “todo se desmorona / [incluso] el centro ya no puede sostenerse” (W. B. Yeats). La prensa y los círculos interpretativos que acompañan a la esfera política, a veces llamados columnistas, tienen sus días de gloria y máxima actividad. Salen diariamente a la caza de los pronunciamientos dando golpes a diestra y siniestra en esta polis babélica. Denuncian incongruencias literales, olvidos, falsedades, ambigüedades terminológicas, significados torcidos, cadenas de sinsentido. Se reprocha a las candidaturas -situadas en una y otra vereda- problemas de vocería, ausencia de relatos coherentes, una falta de narrativa-país, puntos de prensa no planificados; en fin, equivocadas políticas comunicacionales.
Por un instante cada día de la semana, en la mañana cuando se leen los diarios de papel o digitales y al anochecer cuando termina la jornada y se escuchan las noticias en la TV o se atiende a los panelistas encaramados en la torre de Babel, parece que el mundo estuviese fuera de su eje. Para recordar otra vez a Yeats, allí parece que los mejores no tienen convicción y los peores rebosan de febril intensidad.
La explicación de tanta agitación de superficie -ver verdaderos escándalos semántico-discursivos– no radica sin embargo en la confusión de las lenguas sino en la pulverización de las ideologías y el descentramiento de los conceptos. Es esto lo que hace que los agentes de la política actúen o piensen de modo disperso o desordenado.
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Al costado izquierdo de nuestra torre de Babel ideológica, el edificio conceptual entero del siglo XX se ha venido abajo, al punto que los pilares fundamentales han dejado de sostener el mundo de interpretaciones. Por ejemplo, comunismo y socialdemocracia se confunden con sus resonancias bolchevique y menchevique, de revolución y reformismo, de dictadura del proletariado y Estado de bienestar (nórdico). Todas esas esenciales distinciones pierden sus fundamentos y densidad histórica convirtiéndose en escombros, letra muerta, significados sepultados, meros ritos verbales cuyo sentido cambia según las circunstancias.
Surge entonces un terreno fértil para las confusiones. ¿Nacionalizar o no el cobre y el litio? ¿Es Venezuela otra forma de democracia o una oligarquía militar corrupta? ¿El horizonte buscado es la destrucción, superación o el mejoramiento del capitalismo? ¿A qué sistema de salud, previsión, educación aspiramos, con cuánta participación estatal y privada, con qué tipo de administración y con cuál gobernanza? ¿Nuestra estrategia de desarrollo es volcada hacia dentro o hacia fuera, basada en sustitución de importaciones o estimulación de las exportaciones, con eje en recursos naturales o en tecnologías de información y conocimiento, verde, celeste o rosada? ¿Estamos a favor de La Moneda o de la calle, de la Convención Constitucional o la Constitución de los expertos, del Estado de derecho (liberal burgués en su origen) o de un Estado de democracia popular movilizada (con base económica socialista en su destino)? ¿Consideramos que cualquier derecha conservadora es de hecho, o tendencialmente, fascista o aceptamos que aún los ultraconservadores pueden ser parte del pluralismo democrático? ¿Estamos con EE.UU. a pesar de Trump o con China gracias a Xi?
Como izquierda moderna, ¿mantenemos un filón cultural liberal o anhelamos dejarlo atrás por estimar que todo liberalismo es secretamente una semilla neoliberal? ¿Son nuestros partidos todavía partidos de clase o más bien interseccionales, diversos, agrupaciones contingentes (o sea, “grupo, conjunto de personas o cosas que se distingue entre otros por su mayor aportación o colaboración en alguna circunstancia”, según la RAE?
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Así como para las izquierdas postcomunistas, antisoviéticas, tardío-modernas, social liberales, democrático-experimentales, en transición hacia lo desconocido, un mundo de palabras altamente estructurado ha explotado a su alrededor, dejando confundidas a sus figuras dirigenciales en los laberintos de la torre bíblica, algo similar ocurre con las derechas, dentro de sus propias lógicas y trayectorias culturales.
Basta contemplar el panorama global para constatarlo, partiendo por el gran giro ideológico del trumpismo, manifestación más reciente del desplome de un partido de derecha burguesa, liberal-comercial, de identidad republicano-conservadora, tradicionalista, de base ético-religiosa, nacionalismo abierto y amante de la estabilidad. ¿Para ser sustituido por qué?
Por un movimiento personalista-populista, de identificación carismática con el jefe, rupturista, de derecha abajista, ideología excluyente, democracia protegida, seguridad nacional, autoritarismo, valores familiares jerárquicos, instinto agresivo, generador de caos, amante de un capitalismo de Estado-MAGA (la nueva clase del poder). Los núcleos más activos y supuestamente atractivos de esta neoderecha dura, radical, están hoy en torno a figuras fuertes, de carisma impositivo, como Netanyahu, Putin, Bukele, Orbán, Milei y otros líderes (variopintos) en ascenso, encabezando movimientos de ese mismo estilo (adaptado a los diferentes cuadros nacionales) en Alemania, Argentina, Austria, Brasil, España, Francia, India, Italia, Países Bajos.
Tan diverso grupo de países y personalidades muestra por sí mismo el avanzado grado de descomposición de las derechas convencionales, tradicionales, soft, herederas de filosofías liberal-conservadoras, para dar paso a esta verdadera confusión babélica donde coexisten lado a lado corrientes ideológicas claramente antagónicas, a veces contrastantes. Pero que -como fondo común– guardan un mismo sentimiento de temor y desprecio frente a las izquierdas y sectores culturalmente disidentes, cuestionadores, de ideologías románticas, intelectualizados, de profetas desarmados que se lo pasan anunciando liberaciones y emancipaciones (sobre todo de los cuerpos y sexos), siempre al borde del wokismo.
Habitualmente esos sectores de izquierda son tachados de no ser decisivos, de procrastinar, carecer de una ética del trabajo, desconfiar del emprendimiento, de las grandes empresas y sentirse cómodos, en cambio, entre disidencias sexuales, veganos y animalistas, vanguardias estéticas, cuidadores de bosques y bird watchers, pingüinos y turberas.
En nuestro medio, a medida de las costumbres locales y en pequeña escala, las derechas y sus personalidades -que siempre se proclaman moderadas y castigan la grandilocuencia- transitan también en esa dirección. Son, a fin de cuentas, herederas de Pinochet y su régimen de fuerza (brutal); una figura avant la lettre del derechismo duro, radical, securitario y de cruzada anticomunista/izquierdas (en general). Tras de sí -hasta ahora mismo- nuestra derecha deja una huella psicohistórica de profunda “complicidad pasiva” con aquel pasado feroz que, en su momento, denunció Piñera, el líder menos derechista (en el nuevo sentido) de la derecha chilena contemporánea.
Según las nuevas expresiones de ésta, pero con raíces en la historia corta y larga de la nación, esa derecha emergente -en torno a Kast, Kaiser, Parisi y Matthei (descendientes todos de inmigrantes, ajenos a la tradición de apellidos con abolengo local)- es parte de una ola global que la empuja. Sus figuras más representativas son modestos caudillos -en comparación internacional- de una tendencia donde lo que vale es una ideología de valores familiares, moral de trabajo, mano dura y democracia protegida. Esto fertilizado por una ideología de mercado, libre elección, laissez faire económico-bancario (pero jamás de opciones woke), individualismo competitivo pero, a la vez, anhelo de una comunidad jerárquico-tradicional (compasivo-filantrópica), admiración por la gestión empresarial, fronteras rodeadas de altas empalizadas (físicas y electrónicas).
Se halla recorrida por fuertes tensiones entre corrientes tecnocrático-gerenciales (modelo piñerista), corrientes gremial-populistas-valóricas (modelo Guzmán-Longueira) y, ya casi apagándose, corrientes de fronda aristocrática (Carlos Larraín). Aunque hoy surgen nuevas aristocracias partidarias, particularmente fuertes en RN, pero activísimas también en el resto de los partidos de Chile Vamos; de sus aliados de “centro desmoronado” y del parisismo-populismo-de-la gente. Al igual también que en la derecha extrema, esto es, en las nuevas agrupaciones de republicanos, libertarios y socialcristianos.
Interesantemente, en las actuales derechas chilenas conviven todas esas confusiones ideológicas propias de la época, con elementos variados y variables de pensamiento liberal-conservador, nacionalista, autoritario, cristiano en una amplia gama, economicista-neoliberal, libertario, populista, ex-concertacionista, tradicionalista, así como con las nuevas expresiones de pensamiento trumpiano-autoritarios.
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En suma, si bien en la superficie tenemos una verdadera guerra comunicacional con intensa explotación mediática de lo que se hace aparecer como errores, desinteligencias de equipos, perfiles programáticos borrosos, liderazgos fake y discursividades oportunistas, bajo la primera capa hermenéutico-interpretativa hay todo un subsuelo laberíntico de ideologías en disolución y recomposición. Donde a derechas e izquierdas hay un desmoronamiento de los respectivos núcleos de ideas que antaño permitían distinguir entre concepciones de mundo y de país, hoy existe, a ambos lados, una suerte de acumulación de escombros de significados y una emergencia incierta de variados elementos aún en estado líquido.
De allí precisamente la confusión, los lenguajes tentativos, el aparente desorden programático, la ausencia de imaginarios relativamente estructurados y de ideas-fuerza que logren integrar horizontes utópicos y escenarios de futuro claros y distintos. Estamos atrapados en una época de quiebres ideológicos y de aceleración de la historia, todo lo contrario del fin de la historia y también del dominio universal de una filosofía política hegemónica.
La nuestra es una época de ausencia de mapas conceptuales y de confusiones, donde los programas electorales, el discurso de los candidatos y los relatos partidistas y de bloques apenas son débiles señales de identidad; intentos por retener -en medio de la veloz rotación de los signos- un sentido de acción colectiva y una relativa consistencia (al menos estilística) de los liderazgos. (El Líbero)
José Joaquín Brunner



