Editorial NP: 12 de marzo de 2026

Editorial NP: 12 de marzo de 2026

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Es difícil refutar que la elección presidencial y parlamentaria de fines de año se presenta como un momento ciudadano excepcional para la derecha. En la revisión histórica de las cifras electorales previstas en encuestas y sondeos públicos, nunca antes el sector se había acercado a las fechas claves tan bien posicionado para una votación, tanto desde una perspectiva cuantitativa, como desde una mirada contextual y coyuntural.

En efecto, el Gobierno de coalición del FA-PC-PS atraviesa por una profunda crisis de credibilidad que lo arrastra hacia un grave deterioro de la influencia social que logró conseguir años atrás y el propio primer mandatario vive sus meses de “lame duck” que caracterizan los fines de administración sin reelección, reduciendo su presencia en los medios y dando la impresión de estar más concentrado en su reciente paternidad que en la conducción del Gobierno.

La candidata oficialista, la comunista Jeannette Jara, en tanto, no logra articular un relato creíble, seductor, sólido y ha seguido cometiendo errores e impericias, incluida la de desconocer el propio programa de solo siete páginas que el partido elaboró para su campaña de primarias, una actitud que pareciera develar que ni el PC ni ella creyeron que ganarían esos comicios. Mientras, los  temas que mayoritariamente marcan la agenda pública -inmigración, delincuencia, crimen organizado, narcotráfico, corrupción del Estado, desempleo, listas de espera en salud y dificultades económica- son particularmente sabrosos para la oposición, aunque respecto de los cuales aquella no haya sabido comunicar propias soluciones con convicción y determinación. En dicho escenario, cualquiera analista político podría estimar buenos resultados para la derecha en noviembre próximo.

Pero la política ha demostrado reiteradamente que no es cualquier oficio y que su práctica no constituye un talento muy ampliamente distribuido. Por de pronto, desde un escenario en el que los analistas llegaron a prever “una primera vuelta alemana”, se ha desembarcado en una campaña que comienza a mostrar señales de que podría tener resultados imprevisibles, tanto porque los mensajes de los cuatro competidores mejor evaluados son aún muy difusos e incluso indiferenciados en términos de diagnóstico, como porque -como dijera la ministra vocera de Gobierno- ya no se habla de un balotaje germano y “el progresismo está vivito y coleando”, una percepción sobre las renacidas posibilidades del oficialismo tras su primaria y que, al igual que su mirada sobre tantos otros temas, la derecha no comparte, aunque debería asumir en su verdadera dimensión el desafío que significa, siguiendo la sabia sentencia según la cual en la guerra “no hay enemigo chico”.

Gobernar ha sido siempre una labor compleja en el mundo y en las diversas dimensiones de responsabilidad de mando. Chile no es la excepción. Argumentaciones políticas que sobre simplifican las formas  y metodologías respecto a cómo encarar las enormes dificultades de gobernanza que dejará la actual administración, no hacen caso de evidencias que, refrescadas, podrían hacer poner los pies en la tierra a quienes ven el pastel de La Moneda ya en la mesa, sin tener en cuenta que la simple “mano dura” ya ha sido probada en abundancia en el país y, adicionalmente, nada menos que por quienes tienen en el uso de la fuerza su especialización y “core” profesional, sin que aquella “mano dura”, empero, haya logrado impedir las masivas protestas que la oposición de los años 80 (hoy en La Moneda) organizaba generando revueltas nacionales tipo 18-O todos los meses y, por cierto, como se puede constatar, tampoco imposibilitar el retorno del comunismo al Gobierno.

Para que hablar del modelo de gestión propiamente político para una buena gobernanza en medio de una confianza ciudadana por los suelos, con elites e instituciones de todo tipo en niveles peligrosamente precarios de reputación; con movimientos sociales actuando casi sin conducción de los partidos políticos tradicionales, ni de los emergentes, inspirados éstos en agendas pragmáticas sin vínculo con el resto de las necesidades y demandas sociales que desordenan cualquier prioridad Ejecutiva; con un sistema político reiteradamente manoseado y reajustado por los incumbentes, transformando al Congreso en un mosaico de pymes políticas devenidas en negocios en sí mismas; con un estallido delincuencial y de crimen organizado nacional y extranjero, cuyo peligro ha venido a suplantar el de los grupos terroristas políticos del siglo XX con sus respectivos modelos de autofinanciamiento mediante chantaje, asaltos, secuestros y ajusticiamientos de “orden interno”;  y, en fin, un Estado de mediocre performance, endeudado al borde de lo malsano, funcionando como puede, con muchas áreas desfinanciadas -aunque otras sobre financiadas- y su prestigio funcionario devastado tras los casos Convenios o la detección por Contraloría de actos corruptos como el de las develadas masivas vacaciones en el exterior, usando licencias médicas ilegales, tanto por parte de propios salubristas -varios de ellos inmigrantes- como de miles de empleados públicos.

Y si todo gobierno enfrenta en su momento de instalación un terreno minado que obliga a iniciar sus labores con altos niveles de precaución, prudencia y accountability, el que se haga cargo en marzo de 2026 deberá extremar estos cuidados, pues, de alcanzar la derecha el poder Ejecutivo y la izquierda el legislativo, las tensiones sociales con cierta seguridad comenzarán a expresarse, ya sin la contención de tener en el Gobierno a “compañeros de lucha”, sino a otros que comunistas y socialistas refieren como “enemigos de clase” y, por consiguiente, en cuestión de meses, si es Kast, este deberá estar usando la “mano dura” ofrecida; o en el caso de Matthei, tomando rápidamente la iniciativa en negociaciones con la derecha de un lado y sectores socialdemocráticos y socialcristianos de centro izquierda y centro del otro, para acordar un proceso mayoritario y consensuado de necesaria modernización del Estado, la economía, demandas en salud y seguridad ciudadana.

Se trata de tares definidas por la necesidad de aislar y neutralizar a los elementos de izquierda extrema que -como ya han partido en Santiago, Ñuñoa y Providencia, todos municipios con alcaldes de derecha- buscarán usar masivamente a estudiantes, movimientos sociales, pobladores sin casa, inmigrantes ilegales y lumpen para reanudar la lucha suspendida por la pandemia y que la propia candidata oficialista ha definido como una épica que enfrenta a un pueblo abusado versus elites abusadoras, siguiendo así el relato marxista de los siglos XIX y XX de la lucha de clases como “motor de la historia”.

En ese marco, hasta ahora ninguna de las derechas parece haber asumido la gravedad del escenario que se avecina si es que alguno de sus aspirantes llegara a conseguir la Presidencia teniendo, como todo parece indicar, un Parlamento que será de oposición, merced a la lista única conseguida por el oficialismo, mas no por no la derecha. Y si bien Chile Vamos tuvo durante meses a su candidata liderando las encuestas, cuando no había al frente competencia que permitiera el benchmark, la ventaja se evaporó en días como una reacción natural de sus bases ante el surgimiento de una candidatura comunista en las primarias de la izquierda. Un sector sin mucha educación política derivó que frente al peligro PC -aunque, producto de su estrategia de alianzas, su candidata se autodefina como socialdemócrata- lo que conviene es  un contra-candidato de derecha dura para enfrentarla. Así, mientras Kast repuntaba como nuevo escudero, emergió Kaiser como uno aún más duro, oponiendo polo extremo en la derecha al extremo presentado por la izquierda, una elección que hasta sus primeros meses se preveía marcando hacia el centro, entre una socialdemócrata como Carolina Tohá por la izquierda y una liberal demócrata, como Evelyn Matthei, por la derecha.

Pero ni en el caso de Chile Vamos ni en el de la Derecha Unida o Cambio por Chile se ha buscado desarrollar una estrategia política que, más allá de lo simplemente emocional, de color e impacto, presente un programa, un camino y una meta comprensible, creíble y amable para la mayoría del país para los próximos cuatro años de Gobierno.

Se han perdido meses en una absurda competencia semanal de encuestas, sin poner sobre la mesa el core de la coyuntura política: que no hay posibilidades de superar la actual crisis en seguridad, empleo, salud, migración y de un Estado que se corrompe, sin una macro negociación política entre quienes están por un sostener un Chile democrático, pacificado y seguro, cuyos ciudadanos vivan y emprendan con confianza, en un país que crezca y de empleo, simplemente con “mano dura”, sino con indispensables conversaciones políticas que hagan converger las más amplias voluntades sociales y aparten del escenario a sectores antidemocráticos con propósitos muy distintos respecto del país que queremos.

El mundo de la derecha dura sí bien cuenta con un libreto que, por su simpleza, consistencia grupal y foco, posibilita disciplina, y dado el actual contexto sin claridad de lo que propone el resto de los players, permite que Kast no solo esté liderando las encuestas que ayer lo relegaban a segundo o tercer puesto, sino que pareciera jugar sin rival ni hacia el lado, ni al frente.

Sin embargo, la natural ambición de competir en todos los ámbitos contra Chile Vamos, que en primera vuelta es su desafiante lógico, la campaña formal que se inicia la próxima semana puede terminar por socavar su actual lugar en los sondeos, si la cruzada del oficialismo migra efectivamente hacia una postura socialdemócrata dispuesta a converger en los cambios legales necesarios con la oposición de centroderecha para encarar la emergencia, junto con amenazar una eventual futura colaboración de segunda vuelta o durante un respectivo Gobierno, espacio en el que es Chile Vamos el que cuenta con los equipos técnicos y políticos con la experiencia requerida gracias a la formación de cuadros producto de los dos gobiernos de Sebastián Piñera.

Una eventual administración en solitario de la derecha dura con un parlamento en contra sería una catástrofe en eficacia y eficiencia pues nada asegura que en una tensión político social de esa naturaleza los inversionistas y empresarios estuvieran dispuestos a arriesgar en proyectos que mejoren el empleo y las remuneraciones. Kast necesitará, pues, a los cuadros técnicos y parlamentarios de Chile Vamos para gobernar, aunque su sector actúe como si ese vínculo fuera irrelevante. Hegemonizar la derecha, que parece ser el verdadero objetivo de Republicanos, puede ser un triunfo a lo Pirro si sus dirigentes no miran un poco más adelante, pues, también estarán obligados a negociar, tanto con sus “aliados”, como con la oposición. De eso trata la democracia, ¿O Republicanos no está pensando en eso?

Chile está atravesando crisis profundas, simultáneas, variadas y propias de su momento de Estado en proceso maduración cívica y democrática que obliga a una convergencia nacional de los más diversos grupos de tradición democrático liberal que forman nuestro parque político. Enfrentar el quíntuple desafío de la inmigración desbordada, el crimen organizado, estancamiento económico, la crisis de la salud y reorganización del Estado, sin una debida y racional unidad es una fórmula segura para el fracaso de todos. El verdadero desafío de las derechas no es solo vencer ideológicamente a las izquierdas, sino presentarle al país una propuesta de gobernabilidad creíble, posible y querible para el próximo ciclo que se inicia el 12 de marzo de 2026 y que una enorme mayoría espera sea un momento de luminoso y esperanzador cambio para Chile. La incógnita es si sus actuales líderes se conducirán a la altura de tamaña tarea. (NP)