Las tareas de Jeannette

Las tareas de Jeannette

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Los analistas de todo tipo, clase y condición están sumidos en el estudio de las posibilidades de Jeannette Jara; identificar los factores de su éxito o fracaso, lo que dependerá de varios elementos.

El primero es concordar en la causa de su victoria. El grueso público dice que la razón ha sido la simpatía y carisma de la candidata. Pero hay otra opinión, opuesta, que la ha sostenido en estos días Fernando Carmona, y es que su victoria ha sido el resultado del Partido (ese que se escribe con “P” mayúscula) y de la aplicación consecuente de su ideología. “No es que le achuntamos a esto. Ni tampoco fue que tuvimos a la mejor candidata en el momento oportuno. Llevamos años trabajando para conseguir este resultado… lo hemos hecho en el marco de nuestras normas leninistas de organización y bajo las bases teóricas que nos sustentan desde siempre… porque esta fue una campaña que se diseñó en el Comité Central del PC…”. El asunto no es uno de mera vanidad, sino de oportunidades políticas, pues la autoría del triunfo da enorme poder sobre el programa y la designación de los equipos de gobierno.

El segundo asunto es que la candidata, apoyada en su talento o siguiendo “las normas leninistas”, logre construir una coalición verdadera. Tarea enorme, pues trata de poner en común a un elevado número de partidos de dudosa disciplina, de muy dispar tamaño y densidad teórica, muchos ya maleados por el clientelismo. Esta tarea se ha iniciado mal, pues ha sido encargada a un comité de presidentes de colectividades que son un ejemplo de la fragmentación. Nueve partidos de los cuales cinco tienen menos de tres diputados; y cinco son dirigidos por personajes que se sostienen en el poder gracias a su habilidad para dividir las colectividades que originalmente los eligieron: beneficiarios y maestros del fraccionalismo.

El tercer tema es tanto o más difícil de alcanzar: la elaboración de un programa de gobierno. Si miramos al progresismo en el último cuarto de siglo, en ideas y proyectos la convergencia ha ido de mal a peor. En casi todos los campos lo que se registra son retrocesos y profundización de divisiones. En los 90 había un acuerdo sobre el concepto de derechos humanos; hoy compiten dos nociones distintas, que luchan despiadadamente entre ellas. Lo mismo con la democracia, hoy quebrada por principios antagónicos: liberales para algunos y otros que impulsan formas opuestas como las que existen en Cuba, Rusia. En inmigración, nada ilustra mejor la desorientación el hecho de que después de haber estimulado ¯junto con Piñera¯ el ingreso de centenares de miles de inmigrantes sea hoy la que encabece la lucha por dificultarles un derecho a sufragio que siempre tuvieron. En lo internacional se hace cada día más difícil actuar y definir un rumbo en un mundo de locura donde Netanyahu continúa el genocidio en Gaza; Putin agradece la colaboración de Corea del Norte en Ucrania; se revive el Brics; Trump ahonda la guerra arancelaria con México, la Unión Europea y Brasil, y en nuestro barrio se sufre el hedor de esta carroña que son regímenes como Cuba, El Salvador, Nicaragua, Venezuela.

Es cierto, una coalición de partidos debe aceptar en su interior diferencias. Pero no tantas y menos si ellas, además de profundas, se extienden a asuntos esenciales. Es imposible un gobierno si la coalición que lo sostiene está dividida frente a grandes temas como son derechos humanos, democracia, inmigración, el orden internacional, la economía. Una derecha torpe tratará de centrar la lucha en el dilema comunismo y anticomunismo. Un error. Los problemas que se han mencionado tienen como responsables a países de muy distinto signo, muchos de ellos de derecha, y es absurdo tratar de comunistas a regímenes como Nicaragua o de socialistas a economías como Rusia o Vietnam.

La última década del siglo pasado y la primera del actual se recordarán como un gran tiempo de la izquierda reformista y socialdemócrata. Cuando la izquierda ortodoxa había perdido la Gran Guerra Cultural, se derrumbaban los socialismos reales, fracasaba la vía armada, el leninismo caducaba como teoría orientadora de la acción política. Era el tiempo de la renovación socialista, de un liberalismo progresista y del rechazo a todos los imperialismos.

Ha pasado más de un cuarto de siglo y los días de fiesta y gloria se han ido. Lo que hoy vemos es una izquierda en retroceso. Su activismo ¯marchas, declaraciones, refundaciones de partidos o alianzas¯ son más nostalgia que proyectos y al igual que el conejo de Alicia en el País de las Maravillas, no obstante estar siempre corriendo, llega tarde a todas partes. (El Mercurio)

Genaro Arriagada