Chile se encamina hacia una definición política tan trascendental como la del plebiscito del 4 de septiembre de 2022, cuando una amplia mayoría ciudadana rechazó el proyecto de Constitución avalado por Boric y Bachelet. Aquella decisión salvó a la nación de una fractura de alcance histórico. Si el proyecto refundacional hubiera prosperado, habría sobrevenido un dislocamiento institucional, económico y social que, probablemente, habría conducido a una confrontación violenta.
La historia de aquel extravío no puede omitir el papel jugado por el Partido Socialista, el Partido por la Democracia, el Partido Radical y la Democracia Cristiana desde los tiempos en que formaron en el Congreso la “bancada por la Asamblea Constituyente”, germen del populismo constitucional que después llegó al delirio en la Convención.
Siguiendo al PC y al Frente Amplio, debilitaron la democracia real en nombre de una democracia imaginaria. Frente al plebiscito de 2022, cerraron los ojos ante los riesgos generados por su propia desidia e inventaron una fórmula risible: “Aprobar para reformar”. Fue el recurso con el que buscaron ganarse la confianza de Boric y conseguir mayor espacio dentro de su gobierno.
Tuvieron suerte los exconcertacionistas. Gracias al fracaso del experimento y a que se mantuvieron las normas constitucionales que protegen el orden democrático, pudieron asumir nuevos cargos en el gobierno y poner cara de “aquí no ha pasado nada”. Con el tiempo, llegaron a ufanarse de haber tomado el control del barco y hasta reclutado al capitán. Hasta el 29 de junio, el día de la primaria, sentían que había valido la pena tragar muchos sapos, ya que en La Moneda todos se presentaban ahora como socialdemócratas.
La primaría, sin embargo, mostró que estaban completamente engañados. Convirtieron los enjuagues electorales en su única doctrina, y ahí está el resultado. Ahora, le piden el PC que les garantice algunos cupos parlamentarios y que acepte incorporar una que otra idea al programa económico de Jeannette Jara. Es el último acto de su bochornosa rendición. Ante el nuevo cuadro, aplican un criterio de apariencia religiosa: si un representante del PC asume la Presidencia de la República, que sea lo que Dios quiera.
En los últimos 6 años, Chile resistió la ofensiva combinada de la violencia callejera y la demagogia parlamentaria, no sucumbió ante el golpismo de izquierda y fue capaz de frenar a los refundadores y los oportunistas que los acompañaron. Incluso pudo resistir las torpezas de un gobernante improvisado, aunque al precio del debilitamiento de la institución presidencial. Es obligatorio sacar enseñanzas de todo ello.
No estamos condenados a tropezar con las mismas piedras ni a seguir a quienes promueven atajos insensatos hacia cualquier parte. Podemos neutralizar a los sectarios incombustibles de izquierda y de derecha, e impedir que nos lleven a un callejón sin salida. Para ello, tenemos que sostener sin vacilaciones los principios y reglas que hacen posible la vida en democracia, lo que implica rechazar las veleidades frente a la violencia política y el terrorismo.
La mayor exigencia ciudadana es orden y seguridad, combate resuelto al crimen organizado y protección eficaz de la población con todos los recursos del Estado. Junto a eso, es imperioso llevar adelante un vigoroso programa de reactivación económica y creación de empleos, volver a poner el foco en la reducción de la pobreza, que ronda el 20% de la población. Se requiere mejorar sustancialmente la salud y la educación públicas, y elevar la cooperación público-privada para potenciar la inversión y la innovación. Es necesario combatir la corrupción en todos los niveles. Quien represente mejor tal perspectiva, merecerá el apoyo de los electores.
No hay espacio para la indolencia. Ya pagamos un alto precio por ello en octubre de 2019. Por desgracia, quienes sostienen en estos días que el antiguo miedo al comunismo es anacrónico y no tiene justificación, pierden de vista que el anacronismo es precisamente el núcleo del problema. El viejo ilusionismo revolucionario, falsamente redentor, sobre cuyo catastrófico balance en el mundo no debería haber dudas, asoma ahora en la elección presidencial con cara sonriente. Frente a ello, solo queda ponerse serios.
La hipotética continuidad de la actual coalición de gobierno solo agravaría los problemas nacionales. Más allá de los cambios de ropaje y las escenificaciones de campaña, proponer que Jara suceda a Boric equivale a creer que, dado que la medicina que se le dio al enfermo no dio buenos resultados, hay que aumentar la dosis. O deducir que el izquierdismo de Boric no fue suficiente, y que ahora corresponde que el PC de Carmona y Jadue se instale como fuerza dirigente del Estado.
¿Se justifica describir en estos términos la amenaza que enfrentamos? Definitivamente, sí. (Ex Ante)
Sergio Muñoz Riveros



