Una mujer de unos 60 años camina con su perro por Presidente Riesco, en Las Condes, cuando un pastor australiano pasa corriendo en sentido contrario. La dueña del animal, de unos 40 años, camina junto a su hija adolescente, sin prestar atención al perro que ya está a casi una cuadra. Al cruzarse con ella, la mujer mayor le comenta “tienes que llevar al perro amarrado”.
“¡Qué te metes, vieja”, es la respuesta dada con la agresividad de quien busca esconder la culpa, y mientras se aleja, y sin importar que son cerca de las 10 de la noche, grita “¡vieja!, ¡loca!, ¡vieja!”.
Más allá de que pone a su animal en riesgo y comete una falta a la ley al pasearlo sin correa (tema que da para otra columna), me asombra que use el término viejo como un insulto, especialmente duro en un mundo donde la defensa de la igualdad se ha vuelto la bandera de todo lo distinto.
¿Se habrá dado cuenta ella y esos “jóvenes” (no son todos, pero, cada vez son más) que, a no ser que ocurra una desgracia que anticipe la partida, todos, inevitablemente, y nos guste o no, nos encaminamos a la vejez? ¿Se habrán percatado de que sus padres, abuelos o familiares también son viejos, es decir, se han convertido en aquello que muchos utilizan como un insulto?
Es cierto. Con la edad disminuye la facilidad para hacer algunas tareas, algunas capacidades se entorpecen, se pierde la agilidad y el cansancio acumulado se siente y vuelve más lenta algunas acciones. Es lo que justifica que existan asientos, filas y estacionamientos preferenciales.
Pero, ¿por qué ser viejo es una condición que se convierte en un insulto? La vejez no es algo que alguien busque. Tampoco la menor edad es una condición de superioridad que los pone por sobre los que caminan más lento o necesitan más tiempo para utilizar ciertos aparatos.
Quizá sería importante hacer una introspección profunda de por qué le tememos tanto a ser adultos mayores y qué nos lleva a mirarlos como seres inferiores.
La actitud de los chilenos no sé si ocurra en otros países, pero mi experiencia en Argentina, por ejemplo, es que a los de más edad se les llama grandes, y generalmente se les trata sin condescendencia, sino que se les incluye como iguales o aprovechando el conocimiento o la experiencia.
Quizá sería bueno que pensemos en que esos a los que estamos menospreciando o gritándoles “viejo” como un insulto, seremos nosotros en un tiempo más cercano de lo que nos hemos dado cuenta. (El Mercurio)
Patricia Vildósola



