El alcalde de Maipú Tomás Vodanovic declaró en una entrevista reciente que “la gran vara de medición para ver si el proceso de reflexión y maduración del Frente Amplio es verdadero será el comportamiento que tengamos en un futuro, cuando nos toque nuevamente ser oposición; ahí vamos a evidenciar si realmente existió un proceso de madurez y reflexión cierta, o es más bien un rol circunstancial por la posición actual de ser gobierno”.
Cabe recordar que en las dos ocasiones en las que fue oposición en el pasado, durante los gobiernos de Sebastián Piñera, el Frente Amplio -todavía no era un partido político- lideró o se sumó a las más grandes movilizaciones sociales que ha conocido el país desde el retorno de la democracia: el movimiento estudiantil de 2011 -desde donde emergió como fuerza política- y el estallido social de 2019. No escatimó ímpetu para ejercer una oposición combativa, mucho más de trinchera -y de consignas- que una de ideas y propuestas a ser discutidas en el foro político y democrático. En cambio, cuando ha sido parte del gobierno -en el segundo mandato de Michelle Bachelet- o lo preside, como ocurre ahora mismo, las movilizaciones han decaído visiblemente o, mejor todavía, han brillado por su ausencia.
Ante la que parece ser una casi segura elección de un gobierno de signo opuesto al suyo en diciembre próximo, ¿volverá el Frente Amplio a impulsar movilizaciones callejeras masivas como parte de su estrategia política de oposición o las dejará de lado como resultado del “proceso de reflexión y maduración” que sugiere el alcalde de Maipú? La pregunta es válida incluso para el caso -cada vez más improbable- que en diciembre resultara elegido un gobierno de centroizquierda, en el que su representación podría ser muy reducida. Dicho de otra forma, ¿qué tipo de oposición se apresta a ejercer ese partido, alejado del Poder Ejecutivo como de seguro va a ocurrir a partir de marzo de 2026?
La respuesta a esta interrogante reviste el mayor interés para la gobernabilidad democrática que podría darse en el país durante el próximo período de gobierno. Los indicios no son alentadores. Aunque es cierto que los militantes que han ejercido en el Poder Ejecutivo durante el actual mandato han comprobado que “otra cosa era con guitarra”, y que gobernar un país requiere enormes cuotas de talento y sabiduría política -que no basta con el voluntarismo y la energía desbordante de una nueva generación-, es dudoso que la militancia y, sobre todo, su representación en el Parlamento, hayan experimentado esa transformación.
Los fuegos refundacionales, inequívocamente rechazados por el electorado en septiembre de 2022, no parecen estar del todo apagados y, aunque insuficientes para reimpulsar un proyecto político como el que llevó a Gabriel Boric a La Moneda, pueden volver a encenderse en cualquier momento para ejercer una oposición callejera e intransigente. Es de temer que esto no sea sólo posible, sino que lo más probable.
Aunque el ejercicio del poder ha reafirmado las credenciales democráticas de sus líderes -de Boric y de Vodanovic-, y ya no sería juicioso ponerlas en duda, la falta de convicciones en materia de crecimiento y desarrollo, en cambio, no auguran nada bueno para un período en el que se hará necesario devolver esos objetivos a la centralidad de las políticas públicas. En un país mucho menos neoliberal de lo que supuestamente fue en el pasado reciente, ¿seguirá siendo la superación del neoliberalismo la bandera de lucha del Frente Amplio, una que le confirió una nítida identidad política y que ya no tendría mayor validez?
Después de una década de estancamiento secular, la economía deberá volver a encender los motores de la modernización capitalista. El próximo gobierno, con alta probabilidad, pondrá en marcha no pocas iniciativas y reformas para ese fin. Es de esperar que no sea en un sinfín de marchas -o incluso en las barricadas- donde se juegue el crecimiento y el desarrollo del país, sino que en la deliberación democrática que, por lo demás, ha sido, después de todo, la mejor impronta del actual gobierno: intenso trabajo legislativo, donde las cosas se acuerdan, y casi nula agitación callejera. Es que, otra cosa era con guitarra. (El Líbero)
Claudio Hohmann



