Una reforma laboral lamentable: visión de A. Edwards del Rio

Una reforma laboral lamentable: visión de A. Edwards del Rio

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Ayer leí con atención el proyecto de Reforma Laboral, pomposamente llamado «Proyecto de ley que moderniza el sistema de relaciones laborales». No voy a decir la expresión en inglés que se me vino a la cabeza, porque en castellano sonaría muy fuerte. En vez de eso, diré que el proyecto me pareció lamentable. Habiendo tantos desafíos reales que necesitamos enfrentar, ¿por qué tenemos un tipo de izquierda tan arcaica, tan amarrada a problemas de la época del inicio de las líneas de ensamblaje? Una izquierda que solo es capaz de mirar los temas desde la lógica del conflicto y para la cual solo existen juegos de suma cero. Qué pena para nuestro país que ella esté aferrada a un debate ideológico, sin abordar los desafíos de nuestra era.

¿Ejemplos? El mensaje del proyecto asegura que: «En las sociedades modernas la democracia no se limita al ejercicio de las libertades civiles y políticas, sino que comporta el ejercicio pleno de los derechos económicos, sociales y culturales, entre los que se encuentran las libertades sindicales, con fines redistributivos». Más adelante, insiste en que «el ordenamiento normativo laboral en materia de derechos colectivos… deja en una posición muy asimétrica a las partes para negociar colectivamente», y «se requiere nivelar las condiciones institucionales de la relación laboral… buscando una mejor distribución de las ganancias de productividad».

Yo entiendo la desesperanza de este tipo de izquierda sindical. Tiene toda la barra de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) de su lado, la dedicación exclusiva de la Central Unitaria de Trabajadores (CUT), todo el cariño del Ministerio del Trabajo, una mayoría amiga en el Congreso, un Gobierno atento a darle en el gusto. Pero, a pesar de todo eso, no es capaz de aumentar democráticamente el porcentaje de chilenos afiliados a un sindicato, teniendo todas las facilidades para ello.

En Chile hay 8.378.870 personas económicamente activas, esto es, que estando en edad de trabajar cumplen los requisitos para ser consideradas en la categoría de ocupados o desocupados. De ellas, 940.222 están afiliadas a un sindicato. Esta ley, por lo tanto, solo se preocupa del bienestar del 11,2% de los chilenos económicamente activos, y es por ello que se pretende aumentar esta cifra artificial e inconstitucionalmente por la vía de una sindicalización claramente obligatoria. La nueva Reforma Laboral quiere instalar la prohibición del «reemplazo en huelga» con personal interno de la empresa. Así, si 25 porteros y vigilantes de una empresa forman un sindicato y se declaran en huelga, ¿nadie podrá abrir el portón porque la persona que lo haga estaría haciendo «un reemplazo en huelga» e incurriendo en una práctica antisindical? ¿Es ese el Chile que queremos? ¿Uno en el que 25 personas paralizan una fábrica? ¿En el que pequeños sindicatos paralizan grandes sectores de la economía?

También busca equiparar sueldos entre grandes y pequeñas empresas a través de los sindicatos interempresas. Pero en muchos sectores la productividad laboral es sensible al tamaño de la empresa. El chofer de un camión grande puede recibir un mayor sueldo porque hace menos viajes para transportar un mismo tonelaje. Obligar a un mismo sueldo obligará a cerrar pymes y con esto se afectará el empleo. Me preocupa que algunos en las grandes empresas piensen que les convendría que proliferaran los sindicatos interempresas.

Los trabajadores de Chile tienen desafíos más importantes que enfrentar. Son tantas las industrias que necesitan reinventarse para sobrevivir en la transición desde el «mundo físico» al «mundo digital». Para esto, no necesitamos dirigentes sindicales anclados en los conflictos del siglo pasado. Internet promete beneficios de enorme transversalidad, pero que también demandan repensar los procesos productivos, adecuando las habilidades de tanta gente. Internet está destruyendo puestos de trabajo en sectores intermedios de la vieja economía, pero simultáneamente está permitiendo miles de nuevos emprendimientos en las áreas más insospechadas. ¿Quién habría imaginado hace solo 10 años que un niño de Visviri pudiera acceder gratis a las charlas de los mejores profesores del MIT, o que los teléfonos de red fija pasarían a ser aparatos que poca gente quiere o necesita? Los grandes temas de innovación, capacitación, adaptación de personas y empresas, el cómo lograr una mayor integración de jóvenes, mujeres y adultos mayores, son los que me habría gustado ver en un proyecto que busca modernizar las relaciones laborales, y no detalles como el cambio del llamado «permiso sindical» por «trabajo sindical».

Qué ganas de que un proyecto para modernizar las relaciones laborales propusiera ideas modernas. Por ejemplo, que permitieran que el presidente del sindicato de una empresa fuese un experto externo no politizado (como los directores de las AFP), contratado para dicha labor, que contara con el respeto y la aprobación de todos los involucrados y pudiera firmar acuerdos vinculantes. Un ex empleado quizás, incluso un ejecutivo de otra industria -¿por qué no?-, que junto con buscar el máximo para los trabajadores entendiera la necesidad de reinventar la empresa y su gente. O, ¿por qué no permitir que personas técnicamente capacitadas (profesionales universitarios, quizás) pudiesen voluntariamente renunciar a todos los «derechos adquiridos» (feriados irrenunciables, horarios rígidos, etcétera), y negociar un contrato laboral novedoso, que incluyese capacitación en el extranjero, tres días de la semana trabajando desde la casa, horarios flexibles? Quizás algunos querrían trabajar solo los días domingo. ¿Por qué no? O buscar la forma en que personas, trabajando desde sus casas, compartan los beneficios de los empleados de planta.

¿Por qué no transformar un proyecto anti-pyme y antiempleo en una cruzada proempleo part-time y procapacitación de miles de jóvenes, mujeres y adultos mayores que quieren y merecen trabajar? Qué distinto sería nuestro país si nuestras directivas sindicales abandonaran la lógica del conflicto y se sumaran al reto de convertir las dificultades del presente en oportunidades para el futuro.

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