¿Está el mundo al borde de una Tercera Guerra Mundial? A juzgar por el escalofrío que recorre el cuerpo de Europa podría decirse que sí. En el norte, países como Finlandia y Suecia han repartido información a la población sobre cómo proceder en casos de ataques aéreos y Alemania parece a punto de declararse neutral frente a una escalada del conflicto Rusia-Ucrania, que lleve la guerra a sus fronteras y, sobre todo, a su economía.
Pero el verdadero origen del terror es la amenaza del uso de armas nucleares por parte de Rusia en contra de su enemigo ucraniano y eventualmente también en contra de los proveedores de armas y sostenedores de su enemigo, que se agrupan en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Y esa sí que sería guerra mundial y no sólo eso: guerra nuclear mundial. Es decir, algo así como el fin del mundo.
Y el escalofrío se hace más intenso cuando ocurre que el Presidente de Estados Unidos, Joe Biden, autoriza a las fuerzas ucranianas a utilizar misiles de largo alcance de origen estadounidense contra territorio ruso, a lo que Vladimir Putin, el Presidente de esa nación, reacciona reduciendo el umbral para el uso de armas nucleares por parte de su país a una gama más amplia de ataques convencionales y luego, el pasado jueves, dispara contra territorio de Ucrania un misil de mediano alcance diseñado para portar una ojiva nuclear, aunque en este caso y quizás sólo por ahora… no la llevaba.
También cabe la posibilidad de que los últimos eventos no sean más que un nuevo capítulo, menos dramático que el preludio de un holocausto nuclear, en la ruta que las potencias del mundo decidieron adoptar para continuar con su constante prueba de fuerzas. Veamos.
Si la relación de permanente tensión entre Rusia y Ucrania hubiese seguido los cauces de una negociación normal, probablemente primero las partes habrían medido objetivamente sus fuerzas. ¿Qué habría constatado Rusia?: que es una potencia de segundo orden, pero potencia nuclear al fin y al cabo, y que sus aspiraciones son las de cualquier autocracia, esto es expandirse territorialmente, aunque en su caso bien condimentada por una tradición que viene de los zares y que encaja como anillo al dedo de ese nuevo zar que es Putin. Su pretensión explícita: recuperar lo que en su juicio son territorios rusos integrados a Ucrania, esto es Crimea y el llamado Dombás (las provincias de Donetsk y Lugansk), puesto que la mayoría de la población de esos territorios es étnicamente rusa y la lengua hablada en ellos es el ruso.
Ucrania habría constatado que es un país pequeño en la frontera entre Rusia y el enemigo que ésta heredó de la vieja Unión Soviética: los 32 países de la OTAN. Una nación, además, que desea desligarse de imágenes y modos propios de un pasado no muy lejano, pero prolongado (1922-1991), en que fue prácticamente una colonia de Rusia mientras estuvo integrada a la Unión Soviética. Su pretensión: convertirse definitivamente en un país europeo “occidental”, incorporarse a la Unión Europea y eventualmente a la OTAN. En el momento de hacer ese recuento debió constatar que no era una potencia nuclear como su adversaria, pero que podía contar con el apoyo de la OTAN.
En esas circunstancias, una negociación razonable habría llegado al resultado de que Ucrania aceptara dejar a Rusia Dombás y Crimea (esta última, por lo demás, ya había sido anexada a la Federación Rusa luego de ser invadida en 2014), a cambio de que Rusia aceptara la incorporación ucraniana a la Unión Europea o a la OTAN (o a solo una de esas dos organizaciones, ello habría dependido de la negociación).
Esa negociación no tuvo lugar y el 22 de febrero de 2022 Rusia invadió Ucrania y se inició una guerra que dos años más tarde ha costado miles de vidas, la destrucción de una parte significativa del patrimonio material de Ucrania y el involucramiento en el conflicto, aportando material bélico, no sólo de Estados Unidos sino de otros países de la OTAN por el lado de Ucrania; en tanto que por el lado ruso, Corea del Norte ha aportado no sólo armas, sino también tropas. O sea, la internacionalización del conflicto.
¿Por qué ocurrió algo tan alejado de la razón? Probablemente no exista una luz suficientemente poderosa como para iluminar ese misterio, pero una hipótesis aceptable habla de la necesidad de las potencias con grandes ejércitos y grandes industrias productoras de las herramientas que éstos utilizan, de contar permanentemente con amenazas de guerra y, mejor aún, con guerras reales para justificar su existencia y su apresto constante. Y digo grandes potencias porque, por muy patriota o atolondrado que sea el Presidente ucraniano Volodimir Zelenski, no habría entrado en guerra con el gigante ruso de no contar con la seguridad del apoyo de Estados Unidos.
Las cosas podrían haber seguido más o menos igual, sólo aumentando la contabilidad de bienes y vidas perdidas, de no haber sido porque Donald Trump fue electo Presidente de Estados Unidos y asumirá inevitablemente ese cargo el próximo 20 de enero. Lo que significa que a partir de esa fecha el apoyo de Estados Unidos a Ucrania se habrá extinguido y este país deberá replantearse la posibilidad de una negociación, sólo que esta vez desde una posición negociadora menos fuerte que la que tenía dos años atrás.
Sólo eso explica la insólita decisión del Presidente Biden de autorizar el uso de misiles de largo alcance a Ucrania a sólo días de dejar su cargo. En los hechos está reponiendo a Ucrania una baza negociadora que substituye de alguna manera la substracción de apoyo que hará su sucesor. Pero esa es una decisión que no sólo interesa a Biden, sino también a Trump.
Es que probablemente Trump -que ha apostado toda la autoridad ganada en la reciente elección a su afirmación de que pondrá fin a esa guerra en pocos días-, aunque no oculta su simpatía por Putin y su desprecio por Zelenski, no tiene ninguna intención de que su amigo ruso aumente su poder al salir victorioso de esa guerra.
Por eso, probablemente la decisión de Biden no es ajena a sus intereses ni le disgusta demasiado. En el fondo, la decisión del Presidente saliente ha sido regalarle a Zelenski una baza que equilibre la balanza a la hora de la negociación, aunque esa baza se mantenga sólo durante una ventana de tiempo que tendrá el límite que el nuevo Presidente decida imponerle.
En esas condiciones probablemente la negociación tendrá un resultado parecido al que parecía razonable hace dos años atrás, aunque con una pequeña adición: el inquieto Zelenski probablemente será uno de los elementos a negociar y deba resignarse a abandonar el escenario una vez que la negociación haya concluido o quizás antes.
Y, así, el mundo podrá respirar tranquilo al ver alejarse el peligro del holocausto nuclear… hasta la próxima oportunidad en que las grandes potencias deban volver a poner en tensión los símbolos de su poder: los ejércitos y las industrias que los abastecen. (El Líbero)
Álvaro Briones



