¿Tiene razón el exministro Vidal cuando asevera que no contar con una televisión pública condena a las audiencias a informarse por grupos económicos como los que controlan Canal 13 o Mega (esos fueron los ejemplos que él dio)?
Aparentemente, tiene toda la razón.
Los grupos económicos, podría argumentarse, están animados por el anhelo de engrosar su poder y su patrimonio, y entonces sería echarse tierra a los ojos si se creyera que tienen interés en que la ciudadanía se informe de manera objetiva e imparcial. Por el contrario, podría continuar el argumento, un sistema de medios con predominancia privada amenaza el pluralismo y la libertad de información.
El argumento parece, sin duda, persuasivo.
Pero es erróneo.
Desde luego, justamente porque los medios privados buscan incrementar sus ganancias tienden a satisfacer el gusto de las audiencias masivas, de manera que estas últimas, más que los dueños, son las que imponen la mayor parte de la programación a esos medios. Como los canales y otros medios (y quienes trabajan en ellos, claro) venden publicidad o, en otras palabras, audiencias, están obligados a satisfacer a estas últimas, puesto que, de otra forma, se arruinarían. Y eso que vale para los matinales y los realities, también vale para las noticias y explica por qué muchas veces lo notorio desplaza a lo importante. La idea de que los noticiarios están teledirigidos por los dueños de los canales es errónea y simplificadora. Es verdad que los dueños de los canales no son filántropos (y si lo fueran, los medios serían todavía peores); pero tampoco son meros manipuladores de la opinión pública.
Por otra parte, un sistema de medios privados es indispensable, e inevitable, en una sociedad abierta. Sin esos medios (animados a veces, es verdad, por intereses), quienes tienen en sus manos el Estado (que no siempre coinciden con quienes tienen en sus manos los canales, sobra decirlo) podrían hacer y deshacer a su antojo, decir esto o aquello, divulgarlo, apoyarlo en las redes sociales (que sin medios como la televisión o los diarios carecerían de todo control de verosimilitud), y la ciudadanía comulgaría con esas pequeñas ruedas de carreta que X y las redes con que la gente combate el tedio y expresa sus odiosidades y sus resentimientos, divulgan.
¿Significa lo anterior que no se requiere un canal de televisión pública?
Por supuesto que no. Pero la verdadera razón para establecer una televisión pública es que exista un medio que no dependa de las audiencias y que, en cambio, cree audiencias que no existen, o que son muy minoritarias, o ilustre a las existentes. Luego, la elección es entre un sistema de medios servil a las audiencias masivas (como el hoy existente puesto que a ese respecto TVN no se diferencia en nada ni de Canal 13 ni de Mega) y uno que cuente con al menos un medio influyente que se independice de ellas y el sentido del gusto que se les atribuye. Como se ve, lo que subyace a todo esto es si existe un objetivo que los medios deban servir que sea distinto a satisfacer el gusto espontáneo de las mayorías, un objetivo que las mayorías, en momentos de sosiego y racionalidad, aceptarían se persiguiera.
En tal caso, ¿qué objetivos —independientes del gusto espontáneo de las audiencias masivas— debiera perseguir el canal?
Un probable objetivo sería el que está en el origen de la televisión y que fue la inspiración original (aún persiste) de la BBC según lo proclamó John Reith: ilustrar a la masa, a las audiencias, poniendo a su alcance el canon de la alta cultura. Ese es más o menos el objetivo original de la televisión chilena y esa fue la razón de que se entregara a las universidades. Se trata de un propósito que podría perseguirse, sin duda; pero como es posible dudar que la promoción del canon (suponiendo que algo así exista) sea lo que interese al exministro Vidal, por ahora este objetivo podría descartarse.
Otro objetivo deriva de confundir los intereses públicos con los estatales (y de paso, con los de quien tenga en sus manos al Estado). Es probable que el exministro Vidal tenga la tendencia a incurrir en esa confusión y esta también es una razón para descartarlo.
Por eso quizá la existencia de un canal independiente del gusto de las audiencias masivas se justifica para crear audiencias allí donde no existen, expresar el pluralismo de la sociedad y promover los bienes que son indispensables para que la democracia exista. Esos objetivos no son distintos a los que busca asegurar, no con mucho éxito, el Consejo Nacional de Televisión (CNTV), lo que muestra que el problema no es que no se sepa qué objetivos son apetecibles, sino el diseño que es necesario tener para alcanzarlos.
Si se quiere desoír el gusto que expresan las audiencias masivas (aunque nada asegura que lo que lo sustituya sea mejor, como lo prueban algunos canales no mercantiles del cable), entonces, hay que evitar la dependencia de la publicidad y del mercado. Pero si ello se logra, el problema central es el gobierno de un canal de televisión abierta así concebido, porque lo que muestra la experiencia (y el papel del propio exministro) es que esos objetivos suelen confundirse con una distribución del control del medio y de los mensajes entre las diversas fuerzas políticas, lo que acaba ayudando poco y nada a que esos objetivos se alcancen. (El Mercurio)
Carlos Peña



