Nacionalismos futboleros

Nacionalismos futboleros

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Sabido es que el crecimiento del fútbol mundial en las últimas décadas ha tomado dos direcciones. Una, hacia la consolidación de una enorme industria, moviendo millones de dólares en recursos humanos e infraestructura y cuyo dinamismo se observa preferentemente en la actividad de los clubes. Otra, hacia el fortalecimiento de sentimientos nacionales a través las selecciones de los países. Esta última se aprecia con claridad en los campeonatos mundiales y regionales, tipo Copa América y la de Europa. Ambas llenas de singularidades con gran resonancia política.

En el caso de la Europa recién finalizada, resulta imposible no reflexionar sobre este punto al ver a los jugadores de algunos equipos, como Croacia, Serbia, Eslovenia y Georgia defendiendo con irrefrenable pasión el nombre de su selección. Lo mismo puede decirse del público procedente de esos lugares festejando genuinamente sus triunfos y llorando sus derrotas. Probablemente el caso más impresionante fue el ocurrido con los jugadores y fans de Georgia.

Hasta antes del derrumbe de la URSS, este país había sido independiente sólo un muy breve tiempo, tras la Primera Guerra Mundial. Además, ningún mapa europeo la consideraba parte del Viejo Continente. Si alguien en los años soviéticos hubiese considerado a Georgia como una entidad autónoma y de matriz europea, pronosticando, de paso, que llegaría a ser uno de los protagonistas del fútbol en esa zona del mundo, habría sido tomado por demente.

Sin embargo, ese y todos los países subsumidos en entidades estatales hoy desaparecidas, se han transformado en buenos ejemplos a la hora de dimensionar la importancia del fútbol (y del deporte en general, desde luego) en esa gran singularidad llamada narrativas nacionales. Esa que respeta y destaca asuntos propios y distintivos, entendiendo que los países no son un simple agregado de individuos, lejos de su historia y sus tradiciones.

Por increíble que pueda parecer el vínculo con el fútbol, esbozos de esta singularidad ya se vieron en la Alemania oriental. Gerd Dietrich en su monumental obra Historia Cultural de la RDA (Kulturgeschichte der DDR, 2018) ha sido uno de los pocos que ha tirado líneas sobre este interesante asunto.

Curiosamente, si se escarba algo más atrás en el tiempo, se podrán apreciar reflejos nacionalistas nada pequeños en el fútbol de ese país de 17 millones de habitantes, que, como sabemos, fue concebido en términos de artificialidad. Como un producto de la Guerra Fría y las realidades postbélicas.

Buscando paralelos con lo de Georgia, ¿quién habría pensado que en la RDA se incubaron sentimientos nacionalistas y, especialmente, traccionados por el fútbol?

Sin embargo, ocurre que, para el Mundial de 1974, la RDA clasificó. El destino quiso ubicarla en el mismo grupo eliminatorio que Alemania Federal (y de Chile). En esa ocasión se observó el surgimiento de un sorpresivo espíritu “nacional”, ajeno a la ideología imperante. Desde luego, imposible de visualizar, dado que todo cuanto ocurría “detrás del Muro” se consideraba hermético. Terra ignota. Aquel sorpresivo entusiasmo nacional germanooriental permaneció esquivo a analistas de la coyuntura internacional, intelectuales y académicos occidentales.

La verdad es que el fervor fue tan real como enorme. Hoy se sabe que la población de la RDA festejó de manera masiva la victoria de su selección sobre la RFA. Triunfar en la competencia inter-alemana fue su gran logro en aquel campeonato. El centrodelantero Jürgen Sparwasser, que metió el único gol del partido, fue vitoreado como un héroe nacional. Sparwasser era en esos años capitán del FC Magdeburg, equipo que en 1974 (annus mirabilis del fútbol de la RDA) ganó la Recopa Europea, venciendo al Milan, y de la selección que dos años antes había conseguido medalla de Bronce en las Olimpíadas de München. Para Dietrich, un aporte macizo a la gestación de una conciencia nacional. Tan fuerte como haber lanzado un hombre al espacio con anterioridad a la RFA.

Al día de hoy, resulta complejo establecer la naturaleza real de ese fenómeno proto-nacionalista en la RDA. Quizás el sano deseo de las naciones por competir. O la necesidad de demostrar que la vitalidad de las naciones es superior a la calidad de los gobiernos de turno. Estudiosos del problema, como el reconocido historiador español Álvarez Junco, han examinado dos tipos de nacionalismos modernos, uno promovido por el Estado (state-led nationalism) y otro promovido por la nación misma (nation-led nationalism). Ninguno de ellos calza a plenitud con lo surgido en la RDA.

Lo interesante es que ese singular y excepcional fenómeno de la década de los 70, desarrolló una proyección posterior, cuando se constató la existencia de numerosos trazos identitarios germanoorientales una vez derrumbada la RDA. Un fenómeno del todo impensado y graficado en un juego de palabras en idioma alemán: OstalgieOst (por oriental) y Nostalgie (por nostalgia). Su sorpresiva irrupción quizás da cuenta de un nacionalismo interrumpido.

Lo innegable es que la Ostalgie fue entendida inicialmente como un simple sentimiento residual y de rápida evanescencia. Por eso se le procesó mediante mecanismos superficiales. Merchandising de productos alusivos a la RDA y asimilación de algunos símbolos de la RDA, como el famoso auto Trabant. Sin embargo, pasó el tiempo y el sentimiento fue más allá.

Especialmente sorpresivo ha sido la irrupción de una variable política tan inesperada como angustiante, especialmente para la democracia liberal, auto-considerada victoriosa de la Guerra Fría. Aquel sentimiento identitario, que afloró con el fútbol, está irradiando a expresiones políticas. En ese territorio se ha consolidado un partido, llamado Alternativa para Alemania (Alternative für Deutschland), que, estando en las antípodas del régimen de Honecker, sí ha conectado con las inquietudes reales de la población germanooriental. Si así no fuera, no se entendería qué motiva su crecimiento; mucho mayor en esa zona que en el resto de Alemania.

Hay un ejercicio que resulta muy ilustrativo. Si se tiene a mano un mapa del resultado de las últimas elecciones al Parlamento Europeo, en las cuales la AfD obtuvo un alza impresionante, transformándose en segunda fuerza, y se pone sobre el mapa de la antigua RDA, se verá que calzan de manera prácticamente idéntica. Para las democracias liberales, una amarga constatación.

Por cierto, hay muchas otras disquisiciones generales acerca de los efectos del fútbol en la política internacional. Por un lado, están los temas relacionados con las decisiones de la FIFA y, por otro, una serie de disputas futbolísticas con carácter más asentado, donde los sentimientos nacionalistas emanan a raudales. Uno de ellos es Marruecos-España. Otro es el que recoge la historia de las relaciones internacionales con la noción Guerra del Fútbol y que envolvió a Honduras-El Salvador en 1969. También se recuerda la rivalidad Inglaterra-Argentina tras el conflicto del Atlántico sur.

El nacionalismo futbolístico también se ha expresado puntualmente en otro tipo de situaciones, como la del equipo Athletic de Bilbao, en España, que ha hecho de tal asociación una razón de existencia. Su lema no deja lugar a dudas: “Con cantera y afición, no hace falta importación”. Su plantel está compuesto sólo por vascos.

Por estos días, ha sido la Eurocopa la que ha invitado a la reflexión. Imposible no admitir que, más allá de los resultados en el campo de juego (mejor si va unido a victorias, desde luego), el fútbol ya es un elemento fertilizante de narrativas nacionales. (El Líbero)

Iván Witker