Nuestra región es pródiga en fraudes electorales. Los más escandalosos corresponden a países integrantes del Grupo del Alba o Foro de Sao Paulo (o como se le quiera llamar). Ello no es extraño. Mirado desde la perspectiva de la llamada “cuestión del poder”, es un tema ya resuelto, y las razones son dos.
En primer lugar, la matriz ideológica. Todos ellos hablan dialectos de una misma lengua. Es esa que incardina con las ideas sobre esta materia y están plasmadas en textos de larguísima data. Marx (Crítica al Programa de Gotha) y Lenin (El Estado y la Revolución).
En segundo lugar, tienen líderes que no andan con remilgos a la hora de imponer sus decisiones. Por eso, sus mecanismos para mantenerse en el poder responden a una combinación de hilaridad, hubris y despotismo. Tal suma de elementos hace de la exigencia de dosis de transparencia democrática en sus procesos electorales un ejercicio completamente inútil. Algo anti-natura.
Por ello, no es necesario ser perspicaz para asumir que la elección presidencial en tierras de Bolívar en las próximas semanas será, en esencia, un mero trámite. Además, los 25 años en el palacio de Miraflores han entregado al chavismo-madurismo una gigantesca experiencia en la práctica de la opacidad. El desenlace electoral está claro.
Esto no significa exento de dificultades.
Son precisamente las dificultades de contexto las que obligarán esta vez al régimen a agudizar su ingeniosidad. En ese horizonte se divisan al menos cuatro problemas.
Primero, habrá más presión que nunca de parte de países occidentales y de algunos vecinos. Segundo, la oposición democrática ha logrado una unidad nunca antes vista; cosa muy positiva. En tercer lugar, las gruesas fracturas internas del régimen representan otra dificultad importante. Y, por último, ya se extinguió ese magnetismo inicial de todas las arcadias igualitaristas. En síntesis, el madurismo se aproxima a esta elección envuelto en una atmósfera bastante enrarecida.
Para enfrentarla, tres mecanismos se ven sugerentes. La manipulación de votos, o la apertura de un flanco bélico externo (por ejemplo, con Guyana), que obligue a suspender indefinidamente las elecciones o, una tercera opción, que pasaría por admitir la derrota, pero transformando la presidencia en un cargo sin facultades; las cuales pueden trasladarse a otro órgano.
Todo dependerá de las diabluras a que esté dispuesto el régimen.
Para la manipulación pueden recurrir a numerosas fuentes de inspiración. Una de ellas es Cuba, esa especie de stella polaris del régimen madurista. Allí, el heredero de Fidel Castro, ha persistido en la línea de asignarse obscenos porcentajes de supuesto apoyo. Miguel Díaz-Canel se reeligió mediante voto de la Asamblea Nacional del Poder Popular. Dijo contar con 459 de los 462 integrantes.
Otra gran fuente de inspiración son las aberrantes decisiones del tiranuelo nicaragüense. Este asumió el poder en 2006 y se asignó un acotado 38% de los votos; diez puntos más que su rival. Sin embargo, inició de inmediato una inaudita cacería de rivales (verdaderos e imaginarios), abarcando desde opositores liberales hasta curas y monjas católicos, incluyendo a todos los sectores ilustrados del país. Por eso, cuando fue a la reelección, cinco años después, no tuvo problemas en decir que alcanzó 83%. En 2016, se concedió el 72% de los sufragios, mientras que, en la última elección, el 2021, se anunció un 75,9%. Con millones de exiliados, una cantidad exorbitante de presos y ya definida una sucesión dinástica para las décadas venideras, la “cuestión del poder” en Nicaragua está resuelta.
Otra gran fuente de inspiración es, obviamente, el “hermano Evo”. En 2019, lamentó la caída del sistema de conteo electrónico. Al atardecer del día de las elecciones y con cara compungida lamentó tan aciago imprevisto. Sin embargo, no pudo ocultar su sonrisa al informar sobre una grandiosa coincidencia. Bajo el silencio benigno de la luna se produjo un irremontable aluvión de votos a su favor. Hasta la siempre cauta OEA manifestó su disconformidad con la “escasa transparencia” de las elecciones y extrañeza ante el súbito cambio de tendencia.
Desde luego que otra fuente alimentadora del ingenio puede ser tomada de la histórica picardía latinoamericana. Ejemplos hay a raudales, aunque los más hilarantes provienen del antiguo México.
Enrique Krauze ha descrito el caso más icónico de manipulación al interior del sistema político del PRI, donde estas prácticas se denominaban alquimia electoral.
Cita con frecuencia episodios que tienen como figura central a Gonzalo Santos, un joven y travieso caudillo revolucionario, verdadero protagonista de interesantes momentos de adaptación del PRI al juego electoral. A ese cacique regional se remonta la alquimia.
Para asegurar su reelección en el estado de San Luis Potosí, Santos mandó a sus huestes a “vaciar el padrón y rellenar el cajoncito a la hora de la votación”. Ordenó categóricamente: “no me discriminen a los muertos … todos son ciudadanos y tienen derecho a votar”. Más adelante quiso ser nuevamente reelecto, lo que contravenía no sólo una de las reglas no escritas del PRI, sino la propia Constitución. Ante la negativa del entonces Presidente Miguel Alemán a concederle una excepción, el desbocado Santos le dijo, “estas son muy pocas dificultades para un hombre de carácter, las convocatorias a elecciones generales en nuestro Estado las vamos a dividir en dos. Primero elegimos a los diputados y después vendrá la elección de gobernador, cuando los diputados ya hayan flexibilizado esta situación; o bien le damos tormentos a la Constitución de manera directa e inmediata y así alargamos mi período sin rodeos”. Gran fuente de inspiración, sin dudas.
Maduro está consciente que Chávez también hizo su aporte en estas materias. Aunque se mostró algo tímido en su primera incursión electoral, aseguró haber alcanzado sólo el 56% de los votos y fue generoso con la oposición, a cuyo candidato, Henrique Salas Römer, le concedió el 39%. Pero se entusiasmó de inmediato. Convocó a nuevas elecciones y el año 2000 acarició el triunfo bordeando el 60%. Seis años más tarde, se mostró aún más benevolente con su propia figura y anunció su reelección con el 74%.
Por ahora, la bitácora electoral de Maduro no ofrece claridades. En 2013, luego del fallecimiento de Chávez, dijo haber ganado sólo con el 51%. En 2018 pareció actuar sobre seguro y se aumentó a casi el 68%. No sería extraño que aún no logre dar con un porcentaje mágico.
Pese a todo, los motores rumbo a la manipulación ya están en plena marcha. Basta ver la papeleta electoral. Allí se muestran a los candidatos con sus respectivas fotos. Maduro aparece con trece fotos, mientras que el candidato opositor, Edmundo González, sólo con seis. La autoridad fundamenta esta decisión en el número de partidos que apoyan a cada uno.
Es dable suponer que, si los malabares fracasan, la tensión con Guyana escalará a los niveles necesarios para que la “cuestión del poder” no se le escape de las manos. En conclusión, bien podría ser que los mecanismos para tal propósito sean en esta ocasión una suma de todo lo señalado. (El Líbero)
Iván Witker



