Si la elección presidencial fuera este año, las encuestas indican que Evelyn Matthei y José Antonio Kast pasarían a segunda vuelta, en ese orden. Sería la primera vez que dos representantes de las corrientes de derecha disputarían la Presidencia de la República en la fase final. Aunque suele decirse que las encuestas son solo fotografías del momento, en este caso, la imagen captada se ha mantenido por más de un año. La ventaja de Matthei también es un dato estabilizado.
Pero la elección no es este año, sino en noviembre del próximo, y eso es demasiado tiempo en términos electorales. Pueden pasar muchas cosas en un año y medio, y modificarse el cuadro actual. De partida, hay otra votación antes, la de octubre de este año, para elegir alcaldes, concejales, gobernadores y consejeros regionales, que influirá en lo que viene. Es posible que sus resultados sean muy distintos de los de hace cuatro años, cuando la atmósfera de crispación y temor creada por el golpismo octubrista lo condicionaba todo, y avanzaba el plan para imponer una Constitución que cambiara a Chile hasta los cimientos. Entonces, el Partido Republicano no tenía la fuerza que muestra ahora. Y el país no había pasado por la experiencia del actual Gobierno.
La figura del oficialismo con mayor adhesión en las encuestas es la expresidenta Michelle Bachelet, pero lo más probable es que ella no sea candidata. En tal escenario, la ministra Carolina Tohá, dada la función central que hoy desempeña, es vista como la posible candidata de continuidad del bloque gobernante. No se divisa que el Frente Amplio pueda promover a un abanderado de sus filas, y es difícil que el Partido Comunista se arriesgue a competir en una primaria en la que, de nuevo, mucha gente se sienta motivada a participar solo para votar contra su candidato, como ocurrió con Jadue, en julio de 2021.
Sergio Bitar declaró al diario La Segunda que “Carolina Tohá debe ser candidata a la Presidencia” (08/04). Pareció un intento de proteger cierta ventaja y neutralizar el surgimiento de posibles competidores. Como es notorio, un grupo de exconcertacionistas ligados al Gobierno promueve la postulación del ministro de Hacienda, Mario Marcel. El eje de tal candidatura sería destacar los méritos del ministro en la marcha de la economía. Así las cosas, podría sobrevenir una fuerte competencia dentro del gabinete, obviamente, incómoda para el actual mandatario. En algún momento, ambos ministros deberían dejar sus puestos.
¿Habrá esta vez más postulantes a la presidencia que los siete de la primera vuelta de 2021? No puede descartarse. Como sabemos, los requisitos constitucionales para ser candidato presidencial no son muy altos. Pero ¿qué distinguirá a un postulante de otro, respecto, por ejemplo, de las reglas de convivencia, el respeto a la ley y el rechazo de la violencia política? ¿Tendrán alguna propuesta para corregir el más grave defecto del Estado: su incapacidad para asegurar el control del territorio e imponer el monopolio de la fuerza?
El agudo deterioro experimentado por la institución presidencial es uno de los signos más inquietantes del debilitamiento del régimen democrático. Son muy amplias las atribuciones del Presidente de la República, y si este no las ejerce con sentido de Estado y altura de miras, puede causar graves estragos. Asunto crucial para la estabilidad y la gobernabilidad es, por lo tanto, la solidez de la jefatura del Estado.
Está demostrado que la vida en democracia incluye el riesgo de elegir mal. La historia abunda en casos de equivocaciones colectivas. Vienen, pues, tiempos en los que los ciudadanos deberemos tratar de que no nos pasen gato por liebre. Necesitamos saber qué representan los diversos candidatos, qué ideas tienen sobre la sociedad compleja que somos, qué valores defienden, cuáles son sus aptitudes. ¿Podemos confiar en su equilibrio y templanza para enfrentar las dificultades que surjan en el camino? ¿Están preparados para defender la democracia en cualquier circunstancia?
La raíz de las principales dificultades de los años recientes ha sido crudamente política. Ello se sintetizó en una forma de ilusionismo que buscó que Chile abandonara el camino que lo había hecho progresar como nunca antes, con el fin de llevarlo hacia otra parte, brumosa, irreal, en definitiva. Lo que se consiguió fue un enorme retroceso. El país, no podemos olvidarlo, se salvó al borde del barranco, pero pagó un alto costo en todos los ámbitos. Los desatinos de este período valen como escarmiento ciudadano. Nada es más importante que despejar el horizonte y ello exigirá sumar muy amplias fuerzas. (El Mercurio)
Sergio Muñoz Riveros



