La batalla cultural

La batalla cultural

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Mañana se cumplen dos años de mandato presidencial de Gabriel Boric. No necesitamos revisar reportes para reafirmar que el balance de estos veinticuatro meses del gobierno más a la izquierda desde 1973 es negativo. Lo padecen millones de chilenos todos los días, cada uno desde su propia perspectiva.

Básicamente, todo en Chile está peor que en marzo de 2022. Salvo la caída de la inflación, cuyo mérito principal es del Banco Central y, para ser justa, del ministro Marcel, que ha frenado el desbande en el gasto público.

Alguien podría decir que es buena noticia que el Gobierno no haya cumplido todas sus promesas: refundación de Carabineros, fondo de reparto para pensiones, alza de impuestos, condonación CAE, todos a Fonasa. El problema va más allá de las promesas: en la gestión hay deficiencias que afectan la vida de los chilenos e indiferencias que están debilitando el piso económico y social de Chile.

Con todo, el balance de estos dos años podría haber sido peor. ¿Y si en septiembre de 2022 se hubiera aprobado la Constitución de Atria, Bassa y Loncon? Fue su abrumador rechazo el que desahució el mandato refundacional y obligó al Gobierno a adaptarse a otro escenario, insospechado cuando redactaban su carta de navegación en plena campaña presidencial.

Sería de una ingenuidad imperdonable, sin embargo, insinuar siquiera que esa monumental derrota ideológica es definitiva. O que los innumerables giros del Presidente Boric son una demostración de un cambio de posición frente a cuestiones fundamentales.

La izquierda aprendió dolorosamente, hace décadas, que no es posible hacer cambios contra el espíritu de una mayoría y que manejar debidamente el poder exige pragmatismo, táctica y, sobre todo, mucha paciencia.

El interludio que ha mostrado el Gobierno desde septiembre de 2022 ha generado una enorme decepción en el PC y el Frente Amplio. Sienten que soltaron su narrativa y que, al renunciar a lo medular de sus reformas, buscando aprobación en el Congreso, se ha entregado a la derrota ideológica. Después de todo, venían de la fiesta octubrista en la que todo Chile parecía demandar lo mismo.

El regreso a la batalla cultural empieza a notarse. El reintento en el Senado de la fórmula ya rechazada en la Cámara para las pensiones, porque lo central es imponer el “seguro social” (reparto y expropiación de las cotizaciones) y no el monto de la jubilación. El llamado en el 8M a caminar hacia el aborto libre (“integral” lo denominan ahora). Y, la niña bonita de esta semana, la indicación para diferenciar las reglas del uso de la fuerza en las Fuerzas Armadas, dependiendo de si se es indígena o mortal, disidencia sexual, etc.

La señal más elocuente ha sido la defensa acérrima del Presidente Boric al Partido Comunista, a la misma hora que esperábamos un pésame para la familia del militar venezolano, a quien él mismo le concedió el estándar de refugiado político. Al mismo PC que defendía a esas horas al régimen de Maduro “a mucha honra” y presionaba por todas partes para enterrar el móvil político.

Si el Gobierno responde a las prioridades del país, rechaza tajantemente la violencia en los hechos y no solo en los puntos de presa; y funda sus decisiones en la realidad y no en las consignas, pierde por izquierda.

Reinstalar la batalla cultural le permite a la izquierda prepararse para lo que viene. Enfrentar dos años de campaña electoral reviviendo el sueño octubrista de que “otro Chile es posible”. Y aterrizar en marzo de 2026 en la oposición —la opción más probable—, con la artillería necesaria para confrontar desde el primer día. (El Mercurio)

Isabel Plá