En esa visita, me quedó claro el fervor independentista ucraniano. Toda una nueva generación nació y creció en Ucrania como estado independiente, lejos de la memoria de la pertenencia a la Unión Soviética.
Para asegurar su independencia, el país había decidido librarse de las armas nucleares que quedaron en su territorio después del fin de la Unión Soviética (URSS), objetivo compartido por Rusia y EE.UU. Washington y Moscú no querían una nueva potencia nuclear. De hecho, la delegación norteamericana a dicha celebración era dirigida por el senador Richard Lugar, coautor de la Ley Nunn-Lugar para proveer asistencia al desmantelamiento de ese arsenal nuclear. Conversando con Lugar en esa oportunidad, me confirmó que su presencia en Kiev tenía que ver con su papel en la desnuclearización de Ucrania.
La negociación de desnuclearización, conocida como el Proceso Trilateral entre EE.UU., Ucrania y Rusia, culminó con una declaración de los tres países donde Ucrania se comprometía a transferir las ojivas nucleares en su suelo a Rusia, para su destrucción, y, a cambio, recibiría ayuda económica y garantías de seguridad y de integridad de sus fronteras por parte de Rusia, EE.UU. y el Reino Unido (expresadas en el Memorando de Budapest sobre Garantías de Seguridad), en el marco del acceso de Ucrania al Tratado de No Proliferación Nuclear.
Con posterioridad, Ucrania devolvió a Moscú 1.900 ojivas nucleares, y desmanteló los 176 misiles intercontinentales, silos, y 44 bombarderos estratégicos en su territorio. En 2001 se eliminó el último silo de un misil nuclear en suelo ucraniano.
La violación del Memorando de Budapest, denunciada por Kiev durante la anexión de Crimea por parte de Rusia, llevó al Presidente Volodmir Zelenski a declarar que el memorando realmente no garantiza la seguridad de su país debido al poder coercitivo de Rusia. Moscú ha interpretado estas palabras como una intención ucraniana de desarrollar armas nucleares.
La invasión rusa a Ucrania no solo viola el derecho internacional y las garantías del Memorando de Budapest, sino que cambiará el escenario global por un tiempo impredecible. Nada será igual después de Ucrania.
Es una equivocación afirmar que Putin pretende reconstruir el denominado imperio soviético. De hecho, en un discurso por la televisión de su país, expresó que Ucrania es “parte inalienable” de la historia, cultura y del “espacio espiritual” ruso, y que —en sus palabras— fue “enteramente creada por la Rusia comunista, bolchevique”. Putin endosa a Lenin y Stalin la responsabilidad de haber impulsado la existencia de la Ucrania actual. La Revolución rusa no fue más que “un golpe de Estado” —dice—, y “Lenin y sus camaradas actuaron de manera verdaderamente poco delicada con Rusia”. Su restauración, entonces, no es la de la URSS, sino la de la Gran Rusia imperial.
Como consecuencia, la Guerra Fría ha reemergido de su sepulcro, aunque será diferente de la que conocimos hasta la caída del Muro de Berlín. No veremos una lucha por alinear en bloques a países en diversas partes del globo, pero la amenaza de un holocausto nuclear volverá a tensionar la agenda global, agregándose la dimensión de guerra cibernética. La distancia entre Estados Unidos y la Unión Europea, por un lado, y la Rusia de Putin, por el otro, marcará las relaciones internacionales por largo tiempo.
Reconstruir la arquitectura para evitar conflictos directos en Europa, incluyendo las medidas de confianza mutua, será un duro reto. Irónicamente, se ahondará la sensación de inseguridad que Moscú supuestamente quería revertir. La OTAN, cuestionada por el expresidente de EE.UU. Donald Trump, recobrará nuevos bríos pese a que Putin deseaba mantenerla lejos y debilitada. Y cuando llegue la paz, Ucrania estará mucho más cerca de Europa que antes; Alemania probablemente busque robustecer sus capacidades militares; en tanto Suecia y Finlandia se inclinarán hacia la alianza transatlántica, más aún después de recibir una dura advertencia de Moscú al respecto.
A la pugna por la hegemonía global entre EE.UU. y China, se suma ahora esta herida de guerra que tardará en sanar. Washington verá controvertido su “giro al Asia”, en tanto un mundo inestable resultará inconducente al avance económico de China. Beijing ha persuadido a Putin a no abandonar el diálogo con Ucrania, y sabe que está en una posición privilegiada, considerando que puede desahogar las sanciones económicas que sufre Rusia.
El déficit de liderazgo mundial y multilateralismo ha quedado en evidencia con el fracaso de la diplomacia. Chile debe persistir en su mensaje de respeto al derecho internacional y diálogo para lidiar con los conflictos. Por ahora, es imperativo un cese de hostilidades y conversaciones conducentes a la paz. No será fácil, pues Putin no retrocederá sin algo a cambio. Salvar vidas es la prioridad, para que no se profundice el inevitable rencor de la posguerra, en el nuevo escenario mundial. (El Mercurio)
Heraldo Muñoz



