Demagogia y populismo

Demagogia y populismo

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Desde la antigua Grecia que la demagogia es la enfermedad de la democracia. La monarquía deviene en tiranía, la aristocracia en oligarquía y la democracia en demagogia. Eso nos enseñaron los griegos y los clásicos del pensamiento político.

En América Latina, el populismo es el nombre que recibe, históricamente, la demagogia: “Querido amigo: déle al pueblo, especialmente a los trabajadores, todo lo que pueda. Cuando a usted le parezca que les ha dado mucho, déles más. Verá el efecto. Todos tratarán de asustarle con el fantasma de la economía. Es todo mentira. Nada hay más elástico que esa economía que todos temen tanto, porque no la conocen” (carta de Juan Domingo Perón a Carlos Ibáñez, 1953).

Inflación, déficit fiscal crónico, crisis recurrentes de balanza de pagos, inestabilidad macroeconómica, bajo crecimiento y empobrecimiento fueron el legado de tan sui generis concepto sobre la elasticidad de la economía. Argentina nunca pudo recuperarse, hasta el día de hoy, de esa concepción “heterodoxa” de la economía.

No se crea que por casa estuvimos muy alejados de esa realidad. Desde la década de 1940, el dolor de cabeza de todo gobernante fue la inflación, que, como sabemos, golpea especialmente a los trabajadores asalariados. El déficit fiscal, las crisis de balanza de pagos y la inestabilidad macroeconómica fueron parte de nuestro paisaje económico.

La iniciativa exclusiva del Ejecutivo en materia económica fue una manera de contener las presiones políticas desde el Parlamento. Eso ya estuvo presente en la Constitución de 1925 en materia de presupuesto (el desencuentro constitucional en esta materia había sido uno de los factores que condujo a la Guerra Civil de 1891). El Presidente Juan Antonio Ríos dio otro paso en tal sentido, en 1943, y fue el Presidente Eduardo Frei Montalva, en 1970, el que extendió la iniciativa exclusiva al ámbito previsional y de la seguridad social.

Cuando recuperamos la democracia, en 1990, decidimos hacer las cosas bien, bajo el liderazgo de la Concertación y la centroizquierda. Decidimos que era posible avanzar simultáneamente en materia de crecimiento, reducción de la pobreza, apertura externa, responsabilidad fiscal y estabilidad macroeconómica. El resultado de todo lo anterior es que Chile pasó del sexto al primer lugar en América Latina, en materia de ingreso per cápita, y logramos, bajo los 20 años de la Concertación, la más radical reducción de la pobreza en el mundo entero. Por cierto, nadie osó revisar la iniciativa exclusiva en materia económica y menos en el ámbito previsional.

Pues bien, la aprobación por parte de la Cámara de Diputados del cuarto retiro en materia previsional empieza a tirar por la borda todo lo anterior. De nada sirvió extender el IFE y que este beneficie a 7,5 millones de personas, 5,5 millones de las cuales han mantenido el trabajo y el sueldo (para ellas, el IFE es un sobresueldo). De nada sirvieron las reiteradas y fundadas advertencias del presidente del Banco Central en materia inflacionaria (se calcula que la inflación llegará a 5,7% producto de este retiro). De nada sirvieron las advertencias de economistas de gobierno y oposición sobre los perniciosos efectos del cuarto retiro en un contexto de sobrecalentamiento de la economía. Y lo que es peor: los diputados no tuvieron ningún reparo al momento de tener que recurrir a un resquicio constitucional para aprobar el retiro de fondos previsionales, tirando por la borda la reforma constitucional de Frei Montalva en 1970.

Hay una agravante en el caso de los parlamentarios que se dicen “progresistas”: no tuvieron ningún problema en transformar al ahorro obligatorio —que es la esencia de la seguridad social— en ahorro voluntario, y en disminuir las pensiones de los trabajadores en momentos en que se discute cómo subirlas, afectando especialmente a las mujeres. Por algo el diputado Pepe Auth argumentó, desde un principio, que estos retiros eran (y son) un exocet a la seguridad social.

Chile se vuelve a encaminar por una espiral de inflación, déficit fiscal y endeudamiento público, creando una situación completamente artificial en el corto plazo, a la vez que comprometiendo las bases del crecimiento y el desarrollo en el mediano plazo. Es de esperar que el Senado, como cámara revisora, enmiende esta decisión, restableciendo la sensatez y la cordura. (El Mercurio)

Ignacio Walker

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