Tal vez no haya tema más ilustrativo del deficiente estado de la política que el debate sobre la reforma al sistema de pensiones que ya dura varios años. Y todos saben que mientras más postergamos la reforma previsional, seguiremos negando a nuestros mayores el derecho a una vejez digna. Parecemos ignorar la oportuna llamada de atención de “El agente topo”, el documental de Maite Alberdi sobre su abandono, o las elocuentes palabras del Papa cuando se refiere a “los descartados” de la sociedad.
Esto sucede no obstante que la situación que estamos viviendo fue alertada por distintas comisiones y autoridades que anticiparon las bajas pensiones de una gran mayoría de personas que, por distintas razones, no consiguieron ahorrar lo suficiente en sus AFP.
Por otra parte, ya avanza el tercer retiro de estos fondos. Esta mala política pública progresa sin tropiezos. La justificación es que se quiere ayudar a quienes tienen mayor necesidad en estos tiempos de afligimiento por la pandemia. Pero se confunde este noble propósito con la clara intención de algunos de desmantelar el actual sistema, al poner el acento en sus deficiencias y no reconocer sus virtudes.
No me resulta fácil entender esta lógica en el funcionamiento de nuestra política. Nos hace retornar irremediablemente a la medianía que habíamos logrado dejar atrás. El reciente recorte de la clasificación del riesgo soberano de parte de S&P al nivel A, que nos lleva a retroceder a la situación de quince años atrás, no hace más que registrar esta decadencia.
Tal vez no hay nada que entender, sino simplemente lamentar el creciente deterioro de la actividad política, lo que hace que su prestigio esté por los suelos. La Encuesta Bicentenario 2020 muestra que solo el 1% de la población tiene mucha o bastante confianza en los parlamentarios, 10% en el Gobierno y 17% en las municipalidades.
Son números sorprendentemente bajos que nos hablan de un modo elocuente del descrédito de la política. La desgracia es que si queremos un mejor país, necesitamos de la “buena política”.
Soy un académico y no un experto en política, pero quiero compartir unas pocas ideas sobre lo que creo nos permitiría retornar a la “buena política”.
Lo primero es reconstruir “el centro político”, en el cual participan gobierno y oposición. Esto mejora la gobernabilidad y pone freno a la polarización. Hoy se observa una excesiva fragmentación y un peso desproporcionado de las posturas más extremas.
Lo segundo es practicar virtudes cívicas como la tolerancia, el destierro de “los poseedores de la verdad”, el cuidado de la institucionalidad, la mesura en las conductas personales, la prudencia para evitar poner los triunfos de corto plazo como medida del éxito, sin importar el costo y la paciencia para no exigir lo que el país no puede dar en un determinado momento.
Lo tercero es cuidar las formas de la relación. La actuación política debe seguir las reglas de un fair play, con honorabilidad y lealtad, con estilo e ideas. Hoy, el lenguaje político privilegia las descalificaciones del oponente y la falta de respeto por las tradiciones y símbolos.
Lo cuarto es recordar la relevancia de la institucionalidad. No hay desarrollo sin instituciones prestigiosas y fuertes, que se orienten al bien de todos.
Y he querido dejar para el final la importancia de privilegiar la participación ciudadana. Todos podemos aportar en la construcción de Chile. Pero esto debe hacerse respetando la ley, cuidando los valores compartidos y desterrando la violencia de nuestra vida en sociedad.
De allí la importancia de participar en la elección de nuestros representantes en la asamblea constituyente. Yo veo la elección de la asamblea constituyente como una oportunidad de reencantarnos con un proyecto que convoque, un sentido de propósito y una atracción irresistible por la belleza de las ideas. Nuestra responsabilidad es elegir a los mejores y más ponderados de cada una de las sensibilidades políticas y que ellos nos den una lección de cómo funciona “la buena política”.
Y en este esfuerzo, los medios de comunicación podrían hacer un gran servicio si ayudan a instalar un ambiente de respeto y análisis profundo y riguroso de nuestros problemas y la forma de enfrentarlos, recogiendo con ecuanimidad y transparencia los distintos planteamientos.
Si lo hacemos bien, la nueva Constitución va a ser un modelo para el mundo y vamos a recuperar, en todos los sectores, liderazgos políticos comprometidos con el servicio y el bien de todos. (El Mercurio)
Nicolás Majluf
Profesor Emérito,
Departamento de Ingeniería Industrial y de Sistemas UC y Director de Clase Ejecutiva UC



