Ponernos al día

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En estos días, más de 200 mil niños y niñas se preparan —con incertidumbre— para entrar a primero básico. Otros esperan volver, después de un año sin clases presenciales, a ver a sus compañeros, profesores y equipo escolar. Lo que aprendan, o dejen de aprender, les acompañará para toda su vida.

Hace un año, cerrar escuelas fue la respuesta a una pandemia de la que se sabía poco. Hoy, con la experiencia e investigación sobre el covid-19, y conociendo el alto costo físico, emocional y académico que sufren los estudiantes con el cierre de escuelas, muchos países han decidido priorizar y mantener su apertura. Así, a pesar de las nuevas olas de contagio, más de cien países tienen las escuelas abiertas hoy, y los que cierran buscan abrirlas rápidamente. Japón, Alemania, Uruguay, Francia, entre otros, solo cerraron entre 14 y 45 días desde comienzos de la pandemia. Las escuerlas, especialmente los niveles más bajos, no han sido fuente sustantiva de contagios. Al contrario, constituyen un lugar seguro para que los niños puedan enfrentar la contingencia y continuar su desarrollo de forma integral. Según CDC, pueden incluso servir de herramienta para reducir el contagio.

En Chile aún hay temor por enviar a los estudiantes a la escuela. Algunos han dicho que los más chicos pueden esperar. Otros, que si pudimos estar un año sin escuelas, bien podremos seguir sin ellas. Se olvida el rol que tiene el asistir a la escuela para un niño, en casi todas las dimensiones de su desarrollo. En los más chicos, la postergación de aprendizajes en etapas críticas de ese desarrollo puede tener consecuencias de largo plazo. El cierre de escuelas no solo genera pérdidas de aprendizaje, también impacta la salud física y emocional, y pone en riesgo la integridad, sobre todo de niñas. En México, el cierre de escuelas causó que se dejaran de reportar un tercio de los casos de abuso y maltrato infantil, a pesar de que en pandemia aumenta la violencia intrafamiliar.

Más preocupante aún es que los cierres de escuelas incrementan la desigualdad, ya que afectan desproporcionadamente a los más vulnerables. Incluso es desigual el acceso a escuelas. De todos los colegios en fases 3 y 4 que podrían haber abierto en diciembre 2020, abrieron, en formas flexibles y graduales (por niveles, horario reducido u otra solución), 49% de los particulares pagados. En contraste, solo un 9% de los municipales y subvencionados abrieron sus puertas. Necesitamos que esta desigualdad no se repita en marzo, porque cada día cuenta, y cuenta más para los más vulnerables.

Hoy tenemos varios ejemplos de cómo, en forma responsable y segura para la comunidad educativa, podemos ofrecer el acompañamiento que necesitan niños y niñas para promover su desarrollo integral, y evitar los estragos del encierro. El exitoso proceso de vacunación facilita la apertura, pero las familias, equipos escolares y actores políticos deberían priorizar, unidos, el desarrollo de nuestros estudiantes. (El Mercurio)

Susana Claro

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