La economía del Teatro Municipal de Santiago

La economía del Teatro Municipal de Santiago

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La reestructuración que se lleva a cabo en el Teatro Municipal de Santiago —tan dolorosa como inevitable— exige pensar en términos más generales el problema de su financiamiento.

El financiamiento de las artes escénicas —como el ballet o la ópera— deriva de sus características económicas. Es importante subrayar esto para despejar la idea, frecuente, de que el problema en el largo plazo podría resolverse solo con mejor gestión.

Desgraciadamente no es así.

Las artes escénicas son actividades cuyos costos (al revés de lo que ocurre en otros quehaceres humanos) son insensibles al cambio tecnológico o, si se prefiere, el cambio tecnológico o la acumulación de capital solo inciden marginalmente en su productividad. Mientras el cambio tecnológico disminuye el coste de mano de obra en productos manufacturados, la cantidad de horas por personas que requiere la puesta en escena de, por ejemplo, una ópera no varía con el curso de los siglos. Y es que mientras en la mayor parte de las actividades el trabajo humano es un medio para producir un bien, en el caso de las artes escénicas el bien de que se trata es el trabajo del artista en sí mismo.

Lo anterior explica que las remuneraciones de quienes trabajan en artes escénicas tiendan a incrementarse sin relación con su productividad, o, si se prefiere, esto explica que los costes de las artes escénicas sean, por decirlo así, inflacionarios. Como en este tipo de quehacer la productividad por unidad no aumenta, pareciera que la renta debiera mantenerse constante. Pero si así fuera, se aumentaría el coste de oportunidad de dedicarse al arte escénico y se crearían incentivos para que se le abandonara. Así entonces, para que la actividad no se abandone, la sociedad se ve obligada a pagar una renta cercana a lo que correspondería a una productividad media. Se configura así una paradoja que está en la misma índole de estas actividades y que Chile está experimentando. Mientras la sociedad se vuelve más rica, se hace más difícil financiar las artes escénicas.

Esta es la razón de por qué las crisis en las artes escénicas son casi como una forma de vida de quienes se dedican a ellas.

Y la anterior es también la razón de por qué estas actividades no pueden ser entregadas solamente al mercado, es decir, a la disposición de la gente a pagar por ellas su coste real. La razón es obvia: como su precio es inflacionario, si su financiamiento se entrega solo al mercado se les condena a ser bienes de una muy estrecha minoría (privando a la sociedad y a las mayorías de los bienes que proveen).

Se suma a lo anterior que el abandono del cultivo de ese tipo de artes tiene, en el mediano y largo plazo, importantes costos sociales que es mejor evitar.

Entre esos costes que el abandono de las artes escénicas produciría se encuentran el perjuicio que se causaría a otro tipo de artes escénicas masivas o la industria cultural en su conjunto que se benefician de lo que la literatura denomina “economía de alcance” (los musicales tipo Broadway, por decirlo así, se benefician de la creación de público o de la imitación de artes más complejas); la pérdida de bienes que ejercen un efecto de demostración respecto de actividades más simples (Aristóteles decía que era propio de los seres humanos preferir lo más complejo a lo más simple, por ejemplo el ajedrez a las damas); el deterioro de una red simbólica o una atmósfera que, cuando es fuerte, beneficia a todos; la negación a los nuevos grupos medios de un bien estatutario, como el consumo de artes escénicas, que hoy apetecen; y, en fin, la pérdida de oportunidades para crear audiencias más exigentes, lo que se traduce también en una ciudadanía con más sentido de lo diverso y lo complejo (y por eso también más tolerante).

Todo eso sin contar la relevancia directamente económica que poseen las artes escénicas y el impulso que dan a actividades asociadas a ellas (desde el turismo a la producción material asociada a la industria cultural).

Las artes escénicas, en otras palabras, demandan financiamiento no porque se trate de bienes puramente meritorios (valiosos en sí mismos, lo que aconsejaría proveerlos directamente al margen de las preferencias de mercado), sino porque además se trata de bienes que proveen externalidades positivas, actividades que difuminan beneficios hacia el conjunto de la sociedad. Por supuesto esas externalidades compiten con otras provenientes de otras actividades con las que es necesario compararlas a fin de decidir si se financiarán en el largo plazo. Y ese es el dilema que se oculta en la reestructuración del Municipal y que hasta ahora, en el debate público, se ha eludido.

 

Carlos Peña/El Mercurio

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