En solo 4 años quedó demostrado que la Nueva Mayoría era una alianza precaria, políticamente invertebrada, construida en torno a la irradiación electoral de Michelle Bachelet. Fue la exmandataria quien armó ese bloque, fijó su rumbo y determinó su programa. Aunque la NM llegó con grandes ínfulas al poder, no resistió la prueba de la práctica. En términos electorales, los beneficiados fueron el PS y el PC, y los damnificados la DC y el PPD.
Algunos proponen hoy la unidad de todas las fuerzas opositoras al actual gobierno -desde la DC hasta el Frente Amplio-, pero ello, en buenas cuentas, equivale a imaginar una especie de “coalición Frankenstein”, cuyo único factor común sería hacerle la vida difícil a Piñera. Pobre motivación sin duda y. además, difícil de materializar cuando los partidos opositores andan en busca de su destino. La liquidez del nuevo cuadro, con el gobierno de derecha tratando de consolidar su influencia en el centro, y con el Frente Amplio empeñado en representar “la pureza de izquierda”, pone a los partidos que salieron del gobierno en una situación en la que no pueden esquivar la decantación de sus señas de identidad. En esta etapa, lo más honesto es que todos los partidos, tanto los viejos como los emergentes, precisen ante los ciudadanos lo que son y lo que desean representar.
Se dice a veces que lo esencial es que el país no vuelva al esquema de los tres tercios electorales, al que algunos culpan de la crisis político-institucional que desembocó en el derrumbe de 1973. En realidad, aquella crisis fue provocada por la polarización extrema de la sociedad, y en su génesis estuvo el intento del gobierno de la UP de aplicar un programa de cambios al que se oponían amplios sectores. Es una simpleza creer que la división de las fuerzas políticas en tres tercios, cuatro cuartos o lo que sea, tiene por sí misma efectos perjudiciales. Por el contrario, puede reflejar mejor la diversidad. Por supuesto que las fuerzas afines tenderán a compartir un espacio, apoyarán o rechazarán ciertos proyectos, se identificarán con ciertas causas y, llegado el momento, sumarán sus votos. Pero no hacen falta las coaliciones/camisas de fuerza.
El país necesita dejar atrás el binominalismo mental, que es la tendencia neurótica a poner las cosas en blanco y negro, y a describir un enemigo execrable contra el cual hay que unirse. No hay una confrontación global en Chile, y una demostración elocuente de ello es la convergencia que quedó reflejada en el Acuerdo Nacional por la Infancia.
Hay quienes dan la impresión de que temen contagiarse si tienen contacto con los que piensan distinto. Son los que se refugian en el espíritu de trinchera. Parecen dudar de su propia salud. (La Tercera)
Sergio Muñoz



