Hoy conmemoramos 45 años del 11 de septiembre de 1973. Una fecha que tiene significados y vivencias diferentes para distintos grupos de chilenos. Para algunos significa dolor, enfrentamiento, división y muerte. Para otros, el desenlace previsible, aunque no inevitable, de un gobierno que quiso llevar a Chile por un camino resistido por la mayoría de los chilenos. Para todos, el lamentable quiebre de nuestra democracia y el advenimiento de un gobierno militar y no democrático.
Una vez más, quiero expresar en forma clara y categórica que nada, ninguna circunstancia o contexto justifica las graves, crueles, sistemáticas e inaceptables violaciones a los Derechos Humanos ocurridas durante el Régimen Militar. El hecho de que muchas de estas violaciones fueran cometidas por agentes del Estado solo incrementa su gravedad y el rechazo que merecen.
Sin embargo, es bueno y necesario recordar que nuestra democracia no terminó por muerte súbita ese 11 de septiembre de 1973. Venía gravemente enferma desde mucho antes y por distintas razones.
Desde fines de la década de los 60 comenzaron a erosionarse los valores y pilares básicos de nuestra convivencia y democracia, como el valor de la unidad, la amistad cívica, el diálogo, el Estado de Derecho, el espíritu republicano y el sentido de misión compartida.
A ello contribuyeron actitudes intolerantes, dogmáticas y confrontacionales, proyectos ideológicos fundacionales y excluyentes. La validación de la violencia política como instrumento legítimo de lucha. El desprecio por la democracia representativa, calificada despectivamente por algunos como democracia burguesa. El clima de odiosidad y enfrentamiento que llevó a tratar a quienes pensaban distinto no como adversarios a convencer, sino como enemigos a eliminar. La proliferación de consignas y descalificaciones. Y sin duda, la grave crisis política, económica y social a la que nos condujo el gobierno de la Unidad Popular.
Todos sabíamos que la situación era insostenible. Algunos creían que estábamos a las puertas de una guerra civil, un autogolpe o un Golpe de Estado. Muy pocos creían a esas alturas en la posibilidad de una salida democrática a la grave crisis que afectaba a nuestro país.
Y así llegó el 11 de septiembre de 1973, que puso fin al gobierno de la Unidad Popular en crisis, terminó de derrumbar nuestra enferma democracia y dio origen a un Régimen Militar, no democrático y que no respetó las libertades ni los Derechos Humanos.
Todos, o casi todos, hemos aprendido de nuestra historia. La izquierda ha aprendido a condenar toda violencia en política y a respetar la democracia. La derecha ha aprendido a condenar todo atentado a los Derechos Humanos y a respetar nuestra democracia.
Todos hemos aprendido el valor de la unidad, de la amistad cívica, del diálogo, de la colaboración y de los acuerdos.
Fueron estas lecciones y aprendizajes los que nos permitieron hacer una transición ejemplar desde un régimen militar hacia una democracia republicana.
A nuestra generación le ha correspondido vivir, y a algunos liderar, dos grandes transiciones. La primera fue la recuperación de nuestras libertades y democracia. Esa transición la hicimos en forma ejemplar y en base a acuerdos, pero ella ya es historia.
Ahora nos toca enfrentar la segunda transición. Aquella que nos permitirá conquistar el desarrollo, derrotar la pobreza y crear una sociedad más humana, inclusiva, próspera, justa y solidaria. Aquella que nos permitirá garantizar a nuestros niños una infancia inocente y feliz. Asegurar a nuestros jóvenes una educación de calidad y un mundo de oportunidades. Garantizar a nuestras mujeres plena igualdad de derechos. Asegurar a nuestros enfermos una salud oportuna y de calidad. Garantizar a nuestros adultos mayores una tercera edad con integración y dignidad. Y permitirles a todos una vida con oportunidades para desarrollar nuestros talentos y seguridades de una vida con dignidad. En síntesis, una vida más plena y feliz.
Es bueno tener memoria, porque los pueblos sin memoria están condenados a repetir sus errores. Pero también es bueno recordar la historia no para hurgar en ella hasta transformarla en una gangrena, sino que para aprender las lecciones y enseñanzas de esa historia, de forma tal que nos guíen e iluminen los caminos del futuro.
El deber de nuestro gobierno es liderar esta segunda transición hacia un desarrollo integral, inclusivo y sustentable. Integral, porque el desarrollo es mucho más que crecimiento económico. Tiene que ver con la calidad de nuestra convivencia, democracia e instituciones. Inclusivo, porque debe llegar a todas las familias y no dejar a ninguna atrás. Y sustentable, porque debe ser respetuoso de nuestra naturaleza y medio ambiente. En pocas palabras, un desarrollo que nos permita a todos ser los arquitectos de nuestras propias vidas y buscar la felicidad.
El Padre Hurtado decía que «la Patria es una misión a cumplir». Esta es nuestra misión, y algún día, más temprano que tarde, nuestros hijos, nietos y los que vendrán nos pedirán cuenta por nuestros actos y resultados en el cumplimiento de esta misión.
Después de todo nada une y motiva tanto a un pueblo como una misión grande, noble, exigente y factible, en que todos tengamos un lugar desde donde aportar y un justo espacio para beneficiarnos de sus logros. (El Mercurio)
Sebastián Piñera Echenique
Presidente de la República


