Han pasado más de tres años desde el referéndum en que un 52% de los británicos optó por salirse de la Unión Europea, pero aún no queda claro qué quieren. En el Parlamento británico se han rechazado todas las opciones que se han sometido a votación. Solo se ha logrado mayoría para rechazar una salida sin acuerdo. Esta semana, mientras los negociadores en Bruselas seguían en su “túnel”, con cero contacto con sus gobiernos y filtraciones, la reina leyó su tradicional discurso de inicio de legislatura, planteando las ideas y políticas que el gobierno propone para un mandato que probablemente será sometido a escrutinio en elecciones anticipadas.
Las opciones hoy siguen siendo esencialmente las mismas desde el comienzo del proceso: salida con acuerdo, sin acuerdo, o prórroga del plazo del 31 de octubre. No se puede descartar la posibilidad del llamado “Brexit por accidente”, es decir, la pérdida de control de la negociación y de los plazos por parte de todos los Estados, llegando a la fecha límite con la imposibilidad jurídica de prorrogar el plazo.
También existe la posibilidad de convocar a un segundo referéndum y de revocar unilateralmente la activación del art. 50 del Tratado de la UE que dio inicio al proceso. Si bien jurídicamente estas posibilidades existen (la Corte de Justicia de la UE lo reconoció expresamente), ambas fueron rechazadas en el Parlamento británico bajo el mandato de Theresa May. También se rechazó tres veces la propuesta de acuerdo a la que llegó su gobierno con la UE en noviembre pasado. Así las cosas, se sabe lo que el Reino Unido no quiere, pero aún no se ponen de acuerdo en lo que una mayoría clara quiere.
La frontera entre las dos Irlandas sigue siendo el punto de choque. El “backstop” o salvaguarda, rechazado por Johnson y el Partido Unionista Norirlandés, debe ser reemplazado por una alternativa viable y aceptable por la UE (en especial por la República de Irlanda) para que se dé luz verde. Aun cuando se llegue a acuerdo entre los negociadores británicos y la UE, no todo está dicho. Se requiere todavía que de parte de la UE lo aprueben los 27 Estados miembros, el Consejo de la UE y el Parlamento Europeo. Por el lado británico se requiere la difícil aprobación del Parlamento. Johnson no cuenta con mayoría en la Cámara de los Comunes y deberá convencer a una mayoría de que llegó al “mejor acuerdo posible”. Y ahí entra en juego la política doméstica.
Lo que podría satisfacer a unos, enfurecerá a otros. No se descartan rebeldes en el propio gobierno y partido de Johnson si estiman que en el acuerdo el Primer Ministro ha cedido demasiado, cruzando líneas rojas de los Brexiteers. El Partido Laborista, por su parte, débil, dividido y decepcionado con el liderazgo de Jeremy Corbyn, no quiere darle el gusto al gobierno, prefiriendo ganarle en las urnas, aunque las encuestas están lejos de asegurarle un triunfo. Corbyn ha sido poco claro en su postura respecto del Brexit porque es sospechoso de la UE y ha tenido una actitud recatada frente a las elecciones, ya que sospecha de su propio partido. No sobreviviría otra derrota electoral. El Partido Nacionalista Escocés, lejos de ser partidario de un Brexit, ve en el proceso el camino hacia la independencia de su país. Su líder, Nicola Sturgeon, ha sugerido que si se implementa una frontera entre Irlanda del Norte e Irlanda, ella consideraría construir una entre Escocia e Inglaterra.
La incertidumbre, entonces, no es solamente sobre el futuro del Reino Unido dentro de Europa, sino que se trata de su futuro como reino unido. Ambos les preocupan a los mercados. El valor de la libra esterlina es tal vez el mejor indicador de la opinión del mercado: antes de que el Reino Unido se embarcara en esta aventura, el tipo de cambio con el euro era de 1,40. Hoy está a 1,14, y eso que se ha recuperado un poco en reacción a señales que indican un posible acuerdo.
En este contexto es tal vez sorprendente que el discurso de Johnson haya tomado un tono tan agresivo. Se supone que necesita mantener a su partido unido y atraer votos de la oposición si es que desea la aprobación de lo que salga de Bruselas. Es posible, sin embargo, que el Primer Ministro sepa que eso no pasará. O no habrá acuerdo o, de haber, sería imposible satisfacer a los duros y blandos, Remainers y Brexiteers. Sin aprobación, habría elecciones. Ya ahí, Johnson, que mira al espejo y ve una mezcla de Quijote y Churchill, dará su gran pelea. Porque si Benjamin Franklin hubiese vivido en el siglo XXI, hubiera agregado a su lista de certidumbres la resolución de Boris Johnson de mantenerse en el poder. (El Mercurio)
Paulina Astroza
Robert Funk