La machi Francisca Linconao

La machi Francisca Linconao

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«Desde hoy en adelante a mí no me van a decir Francisca Linconao. Desde ahora me van a decir machi Francisca Linconao, con respeto”.

Esas fueron las palabras que la convencionista pronunció esta semana en una de las agitadas sesiones de la comisión de Derechos Humanos. Más tarde respaldó ese reclamo Elisa Loncón:

“Somos víctimas de vulneración de Derechos Humanos, de genocidio. Y no puede ser que, aquí en la Convención, se maltrate la dignidad de nuestra autoridad tradicional, mapuche, machi, mujer. Y nadie puede permitir que estos actos sigan ocurriendo”.

¿Son justificados esos reclamos o se trata de un mero acto de arrogancia o, lo que sería peor, de simple victimización?

Un breve rodeo ayudará a dilucidar el punto.

Los seres humanos somos seres especulares: constituimos nuestra identidad a partir de la imagen que los demás nos devuelven. La idea que usted tiene de sí mismo depende en parte de la imagen que los demás le transmiten.

Habitualmente, hay consonancia entre la manera en que cada uno se concibe a sí mismo y esa imagen que viene de vuelta. Y cuando no hay consonancia, la mayor parte de las veces se trata de atributos que no son centrales a la identidad. Usted se cree sagaz y los demás lo ven como torpe; se siente de 30 años y los demás, que ven la realidad, le atribuyen 60; se cree inteligente y los demás advierten que es estúpido, y así. Esas discordancias entre la concepción de sí mismo y la imagen que los demás tienen de uno, son propias de la interacción cotidiana y ninguna de ellas lesiona la identidad.

Pero si esa disonancia alcanza a la identidad la cosa es distinta.

Si los demás desconocen los atributos o características que configuran su identidad, aquellos rasgos que son centrales a su memoria y a su lengua, entonces existe lo que pudiera llamarse una ausencia de reconocimiento. En este caso, la persona experimenta su relación con los demás como si estos últimos fueran un espejo ciego que no les devuelve su propia imagen. Esto es lo que en la sociedad moderna ocurre a las culturas minoritarias, cuya lengua fue enmudecida y cuyas costumbres fueron condenadas al disimulo. Y entonces quienes configuraron su identidad con esa lengua y esas costumbres experimentan su existencia como invisible o despreciada, como expulsada de la esfera pública: carecen de reconocimiento. Es lo que ocurre a los mapuches y otros pueblos originarios. Ellos viven su identidad desde los valores de la cultura a que pertenecen; pero no logran que esos valores que se confunden con la idea de sí mismos sean validados por los demás.

Se configura entonces lo que en la literatura se denomina falta de reconocimiento.

Cuando falta el reconocimiento, cuando una persona siente que los demás son un espejo ciego, cuando siente que su identidad, la forma en que ella se concibe, la memoria que tiene y la lengua que habla, son negadas o hechas invisibles, entonces es natural que sobrevenga una reacción de orgullo herido, que no es otra cosa que un reclamo de reconocimiento.

Este es uno de los problemas de la sociedad chilena que las culturas originarias han planteado y que la machi Francisca Linconao y Elisa Loncón ponen, cada una en su estilo, de manifiesto.

Con toda probabilidad es uno de los asuntos de que deberá ocuparse la Convención; pero entre tanto quizá ayudaría que todas las fuerzas políticas comprendieran lo que el incidente del que participaron Linconao y Loncón revela. No hay en su reclamo mera arrogancia, sino un asunto político que, si se le comprende bien, tanto por quienes lo formulan, como por parte de quienes sin entenderlo del todo se le oponen, podría ser sometido a un diálogo racional.

Esa es la única forma de que el reclamo de reconocimiento no sea puramente expresivo en gesto y vestimentas; no sea capturado por las políticas identitarias que tratan igual al multiculturalismo que los estilos de vida elegidos, y es, en fin, la única forma de que quienes se oponen no reaccionen frente a ese reclamo ni con burla ni con desdén.

Hegel —uno de los campeones del reconocimiento en la historia de las ideas— dijo que la expansión de la libertad era el destino moderno, pero agregó que ello requería un reconocimiento recíproco de los ámbitos y bienes simbólicos que cada uno, apoyándose en buenas razones, considera fundamentales para ejercerla.

Comenzar a explicitar esas razones que cada uno tiene para reclamar reconocimiento, y para brindarlo, es quizá un camino para que la machi Linconao no deba reclamar lo que todos los demás reciben sin solicitarlo: el respeto. (El Mercurio)

Carlos Peña

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